martes, 31 de julio de 2007

Técnicas de Exterminio.


Largas horas de oficina facilitaron el plan. No se trataba de un emprendimiento ético (no está bien matar gente, claro) pero eso parecía irrelevante.

El Oficinista lo comentó por lo bajo. La respuesta fue tan buena que entre cuatro o cinco decidieron ponerse en marcha. Lo primero fue alquilar el departamento. Almagro estaba bien por muchas razones: quedaba cerca de la oficina y quizá podrían alquilar una casona vieja con parque donde instalar la jaula. Lo segundo –y definitorio- era el león. O los leones, dependiendo del presupuesto. Al tratarse de un animal exótico, tuvieron que importarlo y llevarlo en remis desde el puerto de Buenos Aires, para no llamar la atención de la policía. Lo apodaron Gringo, por haberlo adquirido de un zoológico norteamericano que estaba en quiebra.

Consiguieron la casa. Era ideal: gran patio, tres cuartos grandes para los miembros del grupo, cocina y garage. La jaula la hizo un amigo del oficinista, herrero de oficio. Los días se dieron así: durante el día, la jornada normal de oficina; por la noche, el grupo de cuatro o cinco se reunía en el patio –era noviembre- a discutir ideas de cómo llevar adelante el exterminio.

Desfilaron diversas propuestas. La definitoria –y menos ortodoxa- la propuso el Oficinista. Entrarían la mañana siguiente al despacho del Jefe con una pregunta puntual, tomarían asiento dos de ellos (irían tres en total), y el último, parado detrás del Jefe, le provocaría asfixia momentánea con un paño mojado en alcohol.

Lo del alcohol funcionó bien. El problema –jamás considerado- fue el león. Esperaron a que recobrara la conciencia y tiraron al jefe adentro de la jaula, pero el Gringo no tenía hambre. Lo miró con desdén, un pobre humano asustado a los gritos. El Gringo suspiró –como suspiran los leones sin hambre- y se quedó dormido. Soñó con morirse mientras dormía en las Sierras de Tandil. El Jefe con los días dejó de gritar. No murió. Sus empleados lo alimentaban dos veces por día.

viernes, 27 de julio de 2007

Caca(s) de Paloma.

Tengo el recuerdo de haber publicado un texto que trazaba una analogía entre escribir y hacer soretes de paloma sobre estatuas. La analogía funcionaba bien: la escritura (cierto tipo de escritura) y la lámina de caca de paloma. Tengo otro recuerdo: una publicación de título “Texto en construcción” cuyo postulado consistía en enunciar líneas narrativas una después de la otra –sin hilvanación- y mostrar cómo de todas maneras el concepto podía transmitirse (aún en medio de ese caos).

Vuelvo sobre dos de mis textos porque no es para nada malo pensar que escribir es muchas veces una forma más sutil de la mierda. La conclusión es la siguiente: a veces (no siempre) es mejor que exista cierta fluidez, aún a riesgo de cagar como palomas. Otras es preferible la abstinencia –léase constipación- donde lo mejor es aguantar. Por lo que tener mierdas escritas puede ser extremadamente provechoso. Estas, sin embargo, son hipótesis, y no valen una mierda.

miércoles, 25 de julio de 2007

Panadería Histórica.

La particularidad de este establecimiento del barrio de Congreso –Rivadavia abunda en maravillas- consiste en ofrecer a sus clientes piezas históricas de panadería. Ante la evidente pregunta de cómo hacer para conservar las facturas históricas sin que estas se descompongan, su dueño –el Sr. Rolando- afirma que los estantes tienen un sistema de vacío que inhibe la pudrición de sus piezas.

Entre las piezas más significativas podemos encontrar cañoncitos democráticos, salidos del horno en 1983 con la vuelta de la democracia. En el estante de los noventa están exhibición varios ejemplares de vigilantes menemistas, que la gente compraba a granel con el dólar barato.

Rolando no alienta el consumo de los productos; los considera ante todo piezas históricas –de museo- que los interesados pueden coleccionar en sus hogares instalando el sistema de estantes al vacío que él mismo comercializa. Sostiene –y su argumento es interesante- que las facturas históricas son una marca de época de tanto valor como una pintura o una canción, y que deberían tenerse más en cuenta.

El establecimiento se llama Panes del Ayer; hasta dónde recuerdo quedaba en Rivadavia y Paraná.

martes, 24 de julio de 2007

Introducción a un Fragmento de Atilio.

Este era de esos hombres cuyas turbaciones resultaban penosas para él, y epifánicas para el resto. En una época, cerca del final de nuestra juventud (tendríamos poco más de treinta años), Atilio dedicó algunas horas a pensar en sus afectos. En uno de sus cuadernos, sentado en la mesa de la cocina (sede originaria del CES), escribió un texto titulado Temor; transcribo uno de sus fragmentos.

Fragmento de “Temor” (declaración de Atilio).

"A que la emotividad se convierta en afecto "de palmadita", donde las amistades -que se han desgastado por falta de riego- se convierten en "qué bueno verlo, pero cómo lo trata la vida, exclamación, exclamación, súbita alegría (la de verlo y saber cómo anda, pero ojalá que siga muy bien con lo suyo, ¿y el trabajo cómo va?).

¡No al amor de palmadita, ese poco afectuoso contacto entre seres que se han querido pero que ahora, por las obligaciones y los kilos de papas, están como detrás de una bruma!"

lunes, 23 de julio de 2007

Doctrina.

El error de ustedes, decía enfurecido, es haber atado la felicidad a las cantidades. En lo personal, dice Álvarez Gómez, francamente no sé cómo hacía este hombre para que la gente siguiera apretándose en la cocina de su casa –sede oficial del CES durante los primeros años- para escuchar al Poeta en sus declaraciones llenas de furia. No es posible considerar eso un curso o taller de escritura de poesía. Tenía algo de discurso político. Recuerdo los años del CES como los más hermosos de la vida, pero es imposible distinguir si se trataba del CES o de la juventud.

Supe aprender de Atilio. Una tarde le conté que una mujer me había enamorado. Sonrió. No dijo nada pero con su silencio me advertía como si comprobase que muchos individuos perdían el tiempo en pensar que estaban enamorados. No era un hombre frío, era sabio. El amó a Morelia; ella una tarde le regaló un alfajor; otra tarde lo dejó. Algo parecido al enojo, un repudio a las formas comunes –no usaba la palabra mediocridad- lo llevó a creer que podría ayudara los demás a ser sutiles. La belleza reside en los espacios que deja la vida. Lo sutil. Atilio siempre fue un misterio, sobre todo para mí.

Su virtud consistía en tener plena conciencia de que el tiempo transcurre. Una vez habló de un reloj de arena de un cristal hipersensible a la altura del cuello (entre la parte superior e inferior), por el cual corría un líquido análogo al tiempo, cuyo paso furioso volvía triste al observador. Decía que no se puede vivir observando ese caudal, al menos no felizmente. Pero sí se puede meter la cabeza en ese río tan refrescante como momentáneo. Después dijo algo sobre el asco que le generaban las metáforas líquidas, y que no podía creer que él mismo usara un río para hablar del tiempo. Después, más calmo, fue a la cocina y puso la pava al fuego.

miércoles, 18 de julio de 2007

Álvarez Gómez habla Atilio.

Quizá fuera su propia frustración, fijensé que ser poeta no quiere decir gozar de un caudal, a veces puede sucederle a él también, Poeta de Tigre, no tener un corno que decir, la más crasa inexpresabilidad. O llegar al punto de introspección más sublime como cuando escribió una de sus obras más exóticas. "Por el placer de" no es nada más que la manifestación literaria del placer de usar palabras y acomodarlas, darles ese orden dictado por la sintaxis, un ritmo decidido por el azar, y convenir que haya detrás de ellos un sentido más o menos capturable. En su caso, el sentido de "Por el placer de" estaba dictado por la satisfacción de escribir palabras como la que se me acaba de escapar (“crasa” como adjetivo de “inexpresabilidad”). Esa satisfacción, según Álvarez Gómez (yo) es análoga al placer de la medialuna, es casi igual a las mañanas cuando -antes que nada- me teconlecho. No debe sorprender que se encuentren cosas de Atilio en mis propios escritos, y cuando digo cosas me refiero a eso, cosas como las aletas o aleteos, un peine, un mate cebado una tarde de sol, un recorrido lento por la Ribera (“aún, la ribera”), una pausa que yo no hubiera hecho, un taxi que bajó por Las Heras mientras pensaba en una mujer. Atilio me ha dado tanto, y yo quiero expresarle mi gratitud de esta manera, rica en sinceridad, al comentar su obra. Él siempre comentó la mía, me la comentó a mí; y aunque no pocas veces fui alentado, muchas otras (las más) sentí que su rostro adquiría cierta aspereza al tener que enfrentarme para una de sus críticas. Así se aprende el oficio, decía, y en seguida cambiaba de tema o se olvidaba de lo que hablábamos.

martes, 17 de julio de 2007

Desconceptualización.

Hacia 1970 Atilio se propuso construir un discurso desconceptualizado. No lo logró. Su desconceptualización se convirtió más que nada en un viraje, es decir, la sistemática elusión de los conceptos derivó en otros, difusos y más complejos al entendimiento.

En vez de hablar de amor (Atilio lo consideraba ante todo un concepto histórico, ergo cultural), decía “aleta, aleta”, sin aclarar si se refería a una aleta de un pez, o al movimiento de un ala de ave, que en todo caso sería “aleteo, aleteo”. Atilio eligió decir “aleta, aleta” convencido de que con esas palabras aludía la misma sensación que al decir “amor”. Más aún: diciendo “aleta, aleta” evocaba una noción (si es que el amor lo fuera) mucho más amorosa que la evocada por la palabra amor.

En vez de hablar de enojo o ira, simplemente decía “des-aleta”, o incluso “des-aleta-aleta”, para casos de furia exagerada.

Para comprender su cruzada contra los conceptos: Atilio se negó un día a hablar con las ideas existentes y se propuso crear nuevas; más que una desconceptualzación, se trató de una reconceptualziación, una actualización de nociones y pensamientos que la humanidad utilizaba sin agregarla nada más que su individualidad, lo que tendía (en su opinión) al inefable ocaso de la alegría.

lunes, 16 de julio de 2007

Ciclo de Seminarios de Atilio.

I. Sobre la Redundancia.
Sobre la recurrencia de los temas de escritura, de eso será el seminario de hoy, Atilio está furioso, no sé por qué la tendencia a lo mismo, ¿tanto les interesa hablar del amor?, no estarán un poco tarados, ustedes, ¿jóvenes aprendices de poetas? De pie, como si enfrentara un anfiteatro, sin recordar que está probablemente en su cocina, sede oficial del CES (Centro de Estudios Siniestros, del cual soy vicepresidente). Aquí dicta sus cursos, aquí dicto mis cursos, y ustedes siempre llenan sus cuadernos con los garabatos del amor. A ustedes no los entiendo, dice Atilio, y gira como si pensara, da pocos pasos alrededor porque imagínense que la cocina es bastante pequeña, y así y todo los alumnos, agrupados, anotan algo mientras Atilio los critica sin moderación.

Anotan mentiras, ustedes no saben de lo que hablan, no pueden distinguir entre el amor por una mujer y la adrenalina, el químico que repercute en posibles recovecos del cerebro, y ustedes en vez de llamarlo sulfato de helio lo llaman amor, cuando en teoría se trata de una sustancia, elementos que interactúan y que para ustedes son la birome esa, el garabato, la búsqueda incesante de la palabra justa como si esta tuviera un poder especial. Es la ridiculez más grande –la más hermosa- y por eso están acá, para que yo les cuente que en realidad no hay amor sino síntomas (midriásis, sudoración, aplacamiento del yo), y si entráramos en terrenos psicológicos o psicoanalíticos agarrarse porque ese es un viaje de ida, carísimo y sin retorno.

El Seminario de hoy se llama “Sobre la Redundancia Temática de los Jóvenes Poetas como ustedes, que ante la frustración y el vaciamiento (y quién les dijo que querer escribir significaba poder hacerlo) se acercan a mi auditorio birome en mano, cuaderno en mano, y con la ilusión de aprender algo ya mismo están garabateando cosas ante todos azules y con letras, quizá ajenas a la poesía o quizá (por error o por virtud) tan tremendamente poéticas que nos harán llorar a todos mientras esta noche se extingue o muta, mientras yo les cuento el título de este Seminario, mientras ustedes anotan el nombre de este Seminario sobre la Redundancia.”

Pre-Texto.

Me dirijo a mi público con algunos motivos. El primero vinculado al placer de decir me dirijo a mi público -lo que implica un público- y casi también una necesidad narrativa. Segundo porque reflexioné sobre la longitud de los textos y sobre la frecuencia de publicación. Por otro lado, este tipo de contacto -que hace franca la relación entre el que compone el texto y quien lo lee- se origina en una necesidad diferente de la narrativa. Es más emotiva, o emotiva en otro nivel. El título es Pre-Texto por dos razones: es un preludio al texto que publicaré hoy; es una excusa (que se justifica a sí misma: quiero hablar) o una bengala.

jueves, 12 de julio de 2007

Y no me venga (respuesta de Atilio).

Dejé el texto "Eternidad de la Tarde" unos días para darle tiempo a su lectura. Me permito algo que no frecuento hacer, un comentario personal. No estoy de acuerdo con los textos largos. No estoy demasiado de acuerdo, claro, porque a veces el contenido (o lo que los textos contienen, que no siempre es contenido) exigen cierta duración. Por eso me abstuve de agobiar y preferí no publicar nada desde el lunes. Pero Atilio contestó. Se pronunció y no me quedó otra que transcribirles lo que me llegó por escrito. Abajo, el texto:
Y no me venga (contestación de Atilio).

"No me venga con elucubraciones, carta de Atilio en respuesta a Álvarez Gómez, no me venga con que la tarde y el frío, la frazada, su frazada, por favor, dice Atilio, ¿no encontró una metáfora mejor? ¿No aprendió nada en el curso que dicté? O fue hace tantos años ya, sí Atlio, fue hace como treinta años, aún salíamos a ver la ribera. Disculpe, Álvarez, no le parece mejor así: aún, la ribera. Usted, usted, contesta Álvarez, recuerdo de conversación cerca del Café del Molino, recuerdo del tenebroso barrio de Congreso, usted siempre con la frase justa, Atilio. Por eso somos amigos, porque usted me ayuda a pensar.

El tono de reproche, Atilio con su no me venga con que ahora le da por la nostalgia, y yo que quiero aclararle que siempre fui nostálgico aunque usted, Atilio, considere la nostalgia como una pérdida de tiempo. Coincido con usted, ante todo la nostalgia es el sufrimiento por el tiempo perdido, por los pasos caminados, por lo que se fue, ya sea una mujer o un alfajor Suchard ingerido en una caminata vespertina.

Yo discuto con usted pero yo también discuto con usted, Álvarez, querido amigo, lo que digo es que no me venga con el fuego y su extinguimiento, con el patetismo existencial o con el miedo a la muerte. Ojalá que usted se poete y se olvide, yo me poeto, una tarde como la que usted narra yo la prefiero con medialunas; antes que la tristeza y los delirios de coherencia me teconlecho y me medialuno, me garrapiño, sostengo que ante la profunda pena conviene manzanaacaramelarse, ser abuelo, tener nietos, sacarse a pasear, recordar lo recordable, echar otro leño al hogar. Coincido, Álvarez, que a veces sucede amar amar amar a una mujer, y que los principios no son todos los mismos, además dejo el cinismo de lado porque quiero que usted se poete."

lunes, 9 de julio de 2007

Eternidad de la Tarde.

Eternidad de la Tarde.

A veces, como hoy, entre la una y las cinco de la tarde puedo experimentar la eternidad. La sensación es del todo confusa y confundible con la lentitud. Sin embargo, no tengo dudas de que se trata de una forma de eternidad. Que haya nevado en Córdoba y me haya enterado desde la bañadera, que en Buenos Aires cayera aguanieve, que la luz del día fuera tan opaca como escasa, esos elementos le pertenecen (le pertenecieron) a esta tarde en particular. La condición de eternidad cruza todas las tardes, es la evocación de la sensación de que sea la tarde, y por ende no es demasiado fácil de describir. Sobre todo, ni siquiera es necesario describirla.

La rebeldía o la insensatez, sin embargo, me llevan a asociar (qué cosa más linda que tejer vínculos posibles), decía que me llevan a asociar a esta tarde con la Tarde Eterna, que si bien tiene una duración aproximada de cuatro horas y pico, su duración es expandible. La idea no es nueva. Tengo pocas ideas y un gran palo de amasar. La eternidad es finita. Digo lo siguiente, en el epílogo de la Eternidad: no es incoherente decir que la Eternidad tiene duración. Es la afirmación más noble.

Sobre por qué digo que hablo desde el epílogo: el fuego que estuvo encendido (qué llamas, qué primitivo placer), parece estar apagándose; la luz se atenúa; la frazada está sobre el sillón, y en ella permanecen las marcas de la Eternidad, de haber envuelto un concepto tan vasto como increíble. En este sentido, si la eternidad es ante todo horizontalidad sobre un sillón, entonces la Eternidad puede envolverse, magnífico panqueque de tiempo, y qué cosa tan triste verme fuera de esa envoltura tibia, verme acá, nacido y existente, con la maniática voluntad de incorporar a mi diario estas reflexiones, como si lo único que fuera a calmarme de ser mortal sea (al menos) poder escribir sobre eso.

En cierto momento –en general los fines de semana- sucede que en una cola de supermercado dos personas cruzan miradas y en ellas se transmite la certeza (absoluta) de que ante todo los humanos están haciendo tiempo antes de. Y quién me va a calmar si digo esto (considérese que este cuarto está casi a oscuras, que el fuego crepita pero sin arrancar, que el frío amaga meterse en mi camiseta). Nadie va a calmar a nadie. Para evitar la certeza aquella, la certeza de que ciertas tardes son ante todo la penosa transición de una hora hacia la próxima, para eso existen grandiosos entretenimientos, fábulas titánicas, pensamientos bellos, apasionamientos artísticos, cinismo, ciruelas, todo tipo de fruta en almíbar, películas de más de dos horas, frazadas (claro) y sus consecuentes delirios de Eternidad. Existen amores, súbitos dadores de alegría, existen viajes a la Nieve, existe amarte amarte amarte y ningún ruido extraño, ninguna señal que temer, existe el debate –el siniestro debate- entre los vivos que saben que viven y no dan ni una señal de preocupación ante las tardes que se van. Sólo existe esa discusión, el arte y la música vienen a decorarla. Nosotros, cómo duele decirlo, nosotros decoramos el tiempo con ridiculeces.

Y en el debate espero que gane la ilusión. Qué bien suena esa infantilidad, téngase en cuenta que detrás de mi espalda (vertebrada, llena de tendones) cae nieve en Buenos Aires. O quizá no sea nieve y algún meteorólogo no pueda creerlo, no pueda entender la tarde y la poesía que la tarde le regala al poder explicar el fenómeno que para mí es una tremenda carcajada, un argumento más en la discusión de si mantener la cordura (cueste lo que cueste, yendo a la universidad, comprando un perro) o si mejor perderla al ritmo de los días y de sus hermosos recovecos. La nieve es nieve nieve, la veo caer cuando giro mi espalda (llena de vértebras) y quién iba a decir que nevara. El gato maúlla. Y yo, en una soledad primitiva, escribo escribo escribo haciéndole a esta tarde un homenaje que mañana probablemente no tenga sentido, o tenga otro, o se vaya diluyendo (metáfora de copo de nieve que se derrite). Metáfora de frazada y tibieza + metáfora de tapiz y entrecruzamiento + duda de si incluir signos matemáticos en este azar + duda de si incluir comentario sobre lo que me gusta la palabra azar, sobre todo su zeta. Duda de si la zeta me gusta porque está al final del alfabeto, o simplemente es un tema gráfico, su dibujo. Comentario sobre la nieve que cae. Comentario sobre la nieve que cae en Córdoba. Comentario sobre una palmera nevada, sobre una voz de mujer, un posible viaje, sobre que no no no, los principios no son todos iguales, sobre lo nuevo y la novedad, sobre el calor de tu boca, sobre el revelamiento de información, sobre que no puedo ocultar, sobre que se me está derramando todo acá arriba, sobre la tecnología y la poética de los teclados de computadora, sobre la nieve que cae cae cae, sobre cómo copio recursos de autores de los que leí dos libros.

Entonces, hacia la mitad de la segunda página, el fin del texto, revelo que este texto se está terminando (de construir) y anuncia con gratitud y alegría que quizá el próximo punto sea el último. Y todo suena ingenioso, todo parece una artimaña maña maña, pero qué bien, el recurso de integrar al lector y que se sienta parte. Y blasfemo contra mí, purificación de mi persona, y ante todo explico que de todas maneras leer un texto es ponerle el cuerpo, y ponerlo de manifiesto es ante todo una aclaración interesante; sobre todo cuando escribir así me hace tener menos frío, me hace sentir acompañado, y más todavía porque el gato bajó las escaleras con su habitual majestuosidad y se acerca a mí (después de haberme rechazado toda la tarde) porque debe haber sentido que el Apocalipsis felino estaba aproximándose. Y mirenlá, gata fantasmal, si acaba de ir a abrir y cerrar sus pezuñas (recuerdo de petuñas de la infancia, o eran violetas, que eran violetas, recuerdo de bolsas de tierra, recuerdos furiosos); y no lo van a creer pero la gata se durmió. El apocalispsis cabalgaba hacia su esqueleto y ella tomó la sabia decisión de eternizarse. ¿Quién arma esta coreografía, alguien me dice? Explicación y crítica de la frase de recién: qué bien, cómo el autor invoca a la divinidad, qué uso del humor, que lindo que lindo es todo. Explico la fórmula de este texto, por si la quieren usar: frase + frase sobre la frase + frase + frase sobre la frase, ¡oh el metatexto!, que tibia idea (la única que tengo), que las cosas no son sino lo que interpretamos de las cosas, hasta cuándo la misma masa seguirá dándome de estos buñuelos: Atilio, ¿querés buñuelos? Un horno magnífico, lleno de buñuelos, bandejas de buñuelos, buñuelitos, bu-ñue-los, ¿ven la impotencia del texto escrito? ¿Cómo hay que leer las palabras separadas? ¿No es un tema de entonación?

El fuego está encendido; el gato duerme hecho un caracol. El fin de la Tarde Eterna.

sábado, 7 de julio de 2007

Autocrítica.

Una vez critiqué un texto de un amigo con cierto cinismo, como si verdaderamente fuera el abanderado de alguna posible verdad sobre este oficio. Que sea sábado y haga frío no tiene mucho que ver con el tono de este texto, que ya que estamos queda clarísimo que hoy sí funcionaría como un diario –y no tanto como el azaroso arrojamiento de una reflexión más o menos atinada.

Cuando me toca reflexionar sobre este acto impotente lo hago con la sinceridad que merece, y ante todo hago públicas mis disculpas (que nade notará porque no aclaré demasiado cuál fue mi crítica). Pero es cierto que ciertos tonos literarios son más agradables que otros, que existen formas de escribir y así comunicar, y que a veces simplemente hay que esperar.

El texto de hoy funciona como pionono alrededor de una única y tímida idea: todo el que se sienta a escribir en algún momento reflexiona sobre ese hecho, sobre la voluntad –o manía- de la representación literaria. En otra conversación –que ya cité- recibí la crítica sobre si escribir conciente del acto de estar (mal o bien) representado una realidad que se transforma en texto era suficiente justificación (o razón) para escribir. La respuesta es no. La representación sin poética es sintaxis o farmacología.

Por lo tanto, si hoy (hace treinta años o ayer) cabe hacer una autocrítica, la hago pública y hasta disfruto de su inocente enunciación.

Ayer recorrí calles de San Telmo en su dudoso límite con la Boca. Su recuerdo ya es texto. Algo le ha sucedido a esa calle. No está perdida, se puede volver. Pero la vuelta es difusa.

jueves, 5 de julio de 2007

Irreproducibilidad de las Paulas.

Quizá todo este tiempo, y fueron unos cuantos años, haya estado muy equivocado. Paula, entonces, ha sido y seguirá siendo una mujer susceptible de ser narrada. De allí el desdoblamiento: que Paula esté ahora en la cocina y ya mismo sea un texto sobre una mujer que cocina; que Paula esté en la ducha y también en el texto sobre la ducha. La equivocación, un verdadero descubrimiento, consiste en la certeza de la irreproducibilidad de aquella Paula que cocinó y que se metió en la ducha.

Puedo gozar de la impotencia o la fatalidad del no regreso. Puedo gozar del delirio de evocarla con la misma luz sobre su cara o una distinta, pero ante todo una reproducción que por elección propia traigo con frases más o menos precisas; la representación desde el principio ha perdido la batalla contra lo real. El realismo muere de nostalgia.

Yo me quedo con algunas cosas. Me quedo con un té con leche que tomé una mañana de julio de mi juventud (éramos jóvenes); la ducha en la oscuridad. El alumbrado público entre las cortinas. Ante la certeza de que la representación (la evocación) ha perdido de antemano, la precisión de la palabra pierde jerarquía. No será entonces la sintaxis la que te devuelva a la paciente penumbra. Será otra cosa.

Si evocar o evocarte es como un humo o una niebla tardía, una presencia fantasmal, no habría tanto problema. Me gustan los fantasmas.

lunes, 2 de julio de 2007

La Noche Rebelde.

Para empezar, las doce y cuarto o el portón, el vino blanco o el ascensor. Que estés cocinado o hayas cocinado, que vayamos o fuéramos a comer tan de noche; que comimos y hayamos comido; que estuviéramos y estemos solos; que estuvimos hasta la mañana siguiente. Y ya de mañana la evocación tan reciente, la ilusión de principio que arranca con furia diurna.

Para empezar, que antes de que estuvieran los capelletis o fideos (eso acabás de preguntar, eso preguntaste ese lunes a la noche), ya entonces, ahora, estuviera sentado tomando nota del futuro, haciendo escrita mi necesidad de que siempre algo pueda perdurar –qué tremenda es la nostalgia- y que antes de el agua hirviera yo tenga una idea prematura de mañana a la mañana, o incluso de cuando estemos sentados a la mesa, o piense unos días después si te acordás de un lunes cuando, si te viene a la cabeza el vino blanco que en dos copas grandes, y si nos da la memoria, comprobar (como jugando) si alguno de los dos registró el desparramo que hizo o hacía el vino cuando entraba en la copa. Algunas cosas no notamos, quizá por eso sea imposible recordarlas. Pero aún las que sí notamos (que estés en la cocina, que yo oiga esta canción irreconocible desde la escritura, que vaya a tomar un sorbo, que lo haya tomado, que quiera que vuelvas a la mesa, que ojalá podamos amanecer, que si amanece, entonces que nada se vaya llevando lo que es imposible que no sea llevado, nosotros mismos, el fin de una música que termina) eso que sí en algún momento es un presente que se manifiesta, ¿será posible que eso también? Otra vez, me niego a que la mente deje escapar detalles, manifiesto mi más sincera oposición a que todo siempre tenga que dar paso o lugar a otra cosa. A la inmortalidad de esta noche, que es un poco ahoa y un poco ayer, un poco mañana con idea de capelleti, a esta noche ambigua le dedico mi humilde intención de hacerla durar.

Ánimos, noche de las noches o noche anónima, no voy a dejar que desaparezcas.