miércoles, 29 de agosto de 2007

Anotaciones sobre septiembre.

Agosto, mes de transición y abrigo, da lugar a un novedoso septiembre. Mejor asesorado que al anterior, septiembre se vincula mucho más con la primavera que octubre, cuando sólo hospeda una semana (la del veintiuno). Nostálgicos como yo elegimos los últimos días de agosto para hablar de septiembre, como las últimas horas de una larga siesta.

Creo en la buena salud de hablar de los meses del año como entidades particulares, hipótesis según la cuál enero es particular por su eneritud, febrero por su febreritud, marzo por su marcitud, y así sucesivamente.

En esta trabajosa clasificación se dan los más jugosos cruces. Uno de ellos es el ya mencionado marzo junial, que sucede cuando el mes de marzo, último del verano, muestra claros atributos de junio, mes de inviernos y aislada desolación. A través de ocultas leyes, sucede que el mes más veraniego –el que tiene más eneritud- no es enero sino septiembre, mes paradójico ya que contiene tres semanas de invierno (técnicamente hablando).

El que tiene tiempo y ama los avatares del calendario se dará cuenta de que está lleno de estas mezclas incestuosas, fruto del roce libidinoso de los días con los días.

viernes, 24 de agosto de 2007

Hierba.

Entonces no hago mucho esfuerzo y aparece en el Café La Americana la imagen del Café del Molino, cuarenta años antes, lleno de gente con sombrero, estamos hablando de cuarenta años antes de mi juventud. Y yo me alejo de lo tedioso con la imaginación, con la única herramienta intangible que me puede salvar. En el Molino me siento, y esto lo imagino desde la confitería La Americana donde tampoco estoy, porque en realidad estoy acá, cuarenta años después, en una oficina con órdenes de trabajo y jefes sumamente empresaios. ¿Qué sucede? Tomo asiento en El Molino, cada vez más lejos de la voz del patrón que dice mi nombre y enumera tareas, y en ese Café (dóblemente imaginario) pido un café y un churro, y voy a ver cómo está mi casa en el bosque. Ya casi la puedo ver, y con el tiempo y la práctica voy reproduciendo también el olfato. Albahaca, puedo olerla, aunque quizá no esté en el bosque sino más bien en una pizza que mi vecino de mesa se pidió en El Molino –de dudosa existencia- o bien en La Americana, donde tampoco estoy (o estoy a medias); y así llego a la conclusión de que no sé de dónde me llega ese olor a hierba tierna, aunque yo siempre prefiero pensar que todo eso está en mi bosque, que nadie conoce. Me adentro en el follaje, protegido por las plantas, y en un claro del bosque los rayos de luz se filtran entre las hojas. Llego a la hierba, que arranco sonoramente del suelo. La hierba tiene un olor rancio a naturaleza.

Huerta (continuación del Viaje).


Imagino, cuando el trabajo ya es insostenible, que paso largas horas en la confitería La Americana, que tomo lentos cafés con leche y medialunas, y que desde allí, en el corazón del barrio de Congreso, me creo que viajo, que voy a un lejano jardín donde la tierra está húmeda. En esa tierra, que trabajo con las manos, abro surcos donde dejo unas semillas para que crezcan. Pero allí no hay tiempo, ya que ese soñar despierto es a partir de otro sueño despierto (desde la Confitería La Americana), entonces no se entiende muy por qué desde la oficina –donde el trabajo apremia- yo imagino que desde el barrio de congreso imagino que en un jardín de tierras húmedas crecen semillas de frutales.

Viajes I.

Un proverbio chino –o quizá un simple delirio- sostiene lo siguiente: a mayores obligaciones laborales, mayor intensidad para imaginar viajes exóticos. Sucedió que en mi juventud trabajé mucho (mucho) y a medida que mis patrones me cargaban la espalda, yo imaginaba que le hacía un surco a un brazo del Amazonas. Entonces, a medida que los clientes de mi jefe (que enriquecían su bolsillo y apenas le hacían una cosquilla al mío) demandaban más horas de oficina, yo imaginaba la temperatura del agua, podía sentir el calor sobre las planchas de madera de mi embarcación, notaba que la transpiración bajaba en gotas de sal sobre mi boca.

Con el tiempo, estos lugares imaginarios se llenaron de plantas, árboles, animales salvajes; comencé a hacer una choza, en cuya construcción avanzaba cada vez que el tedio laboral me llevaba a mi viaje. La choza tuvo primero una estructura rústica de cañas, luego obtuvo un techo, una pequeña puerta, reservas de agua dulce del río, un lugar para dormir en la sombra fresca. Sucedía a menudo que la flora y fauna no tenía un correlato en el mundo de las ciencias, ya que los árboles reunían elementos de muchos árboles, los mamíferos se prestaban rasgos, e incluso los paisajes compartían atributos.

Construí así, tras largas horas de trabajo tedioso, paisajes alpinos con ríos amazónicos, sierras cordobesas (que apenas conozco) con desierto, llanura pampeana y playas caribeñas. Los animales claramente no existen en ningún mundo salvo en éste. Las aves tenían cara de vaca, los peces tenía a veces alas y a veces piernas, las víboras eran amigables y tocaban guitarras de caña.

martes, 21 de agosto de 2007

El abandonador de novelas.

Una de las figuras más temibles que el ser humano puede adoptar. La mejor analogía es con la fruta fresca: una manzana o una pera en su punto de perfecta madurez, mordida por primera vez, liberando sus aromas y jugos en la boca del mordedor; acto seguido, la fruta abandonada en su mejor momento, que comienza a pudrirse, a decaer hasta ser fruta podrida.

Las novelas funcionan igual. Es imposible volver a sentir el entusiasmo arbitrario de querer leer una obra. Empezar y dejar es un sacrilegio. El abandonador de novelas es uno de los verdugos más sutiles que andan dando vueltas. Quizá me he vuelto más impaciente con el tiempo, o la literatura tiene cada vez más competidores que requieren menor concentración.

jueves, 16 de agosto de 2007

Conciencia Orgánica II.

Sin embargo, si para alcanzar los estados poéticos (arbitrariamente definidos) como momentos de alejamiento de la noción de que somos ante todo organismos, también es cierto que en momentos de plena conciencia orgánica el individuo alcanza raros momentos de epifanía (una epifanía tautológica, ya que descubre la enorme verdad de que sí, en efecto somos un cuerpo que pasa horas vitales y luego se va a descomponer). Por lo tanto, la poesía (en este mirco sistema arbitrario de definiciones) sería un estado de distanciamiento de la verdad y/o epifanía del ser humano (que consiste en saberse efímero). Por lo que las epifanías poéticas, i.e. momentos de grandes revelaciones alcanzadas por o durante estados poéticos (a definir como más guste), constituirían –por lo menos- una gran farsa de la humanidad.

Ahora bien, esta farsa puede ser tan placentera y genuina como para convertirse en el objetivo o meta más digna a alcanzar durante las horas vitales de nuestro cuerpo, y responder al nombre de arte.

martes, 14 de agosto de 2007

Conciencia Orgánica I.

Esencialmente, la conciencia orgánica consiste en estar conciente de que ante todo somos un organismo. Esto es, ser es ser organismo. Por lo tanto, cuando somos, somos a la vez un poco estómago, hígado, páncreas, pulmón, brazo, y demás zonas del cuerpo que cumplen sus roles determinados por la naturaleza.

Para obtener una calidad de vida aceptable (no en términos económicos sino dentro de parámetros psicológicos considerados normales, o bien que permitan no estar en un psiquiátrico) la conciencia orgánica debe limitarse. Es imposible comer un bife con papas fritas y ser conciente del estómago, o salir a la calle a mirar e intentar analizar el funcionamiento del ojo.

Si entendemos que ciertos actos poéticos (definida ésta como fuere) son realizados por individuos que vieron brillar el mundo (en todas sus formas) podemos afirmar –con toda la arbitrariedad necesaria- que para construir actos humanos como la poesía en menester olvidar momentáneamente nuestra condición de organismos. Alejados de la química de los cuerpos (de los fluidos y sustancias que la navegan y accionan) la vida poética es posible.

Si consideramos que el cuerpo humano en buena medida nos hace humanos (o bien: somos humanos porque tenemos un cuerpo humano), y que la poesía (en sentido amplio: una apreciación y amor vasto por la vida) es un acto completamente humano, para hacer poesía hay que ser poco humanos, o bien poco conscientes de que somos un cuerpo que funciona con alimentos y responde a estímulos.

Además, a pesar de todas las arbitrariedades y tautologías perpetradas en este texto, quería enunciar esta contradicción de cualquier forma. Por otro lado, tanto la contradicción como la arbitrariedad constituyen la condición humana.

lunes, 13 de agosto de 2007

Posición respecto del uso de sombreros y accesorios de tela en la cabeza.

Durante buena parte de la juventud usé sombreros y todo tipo de accesorios sobre la cabeza. Mi gusto por ese hábito era tan intenso que se convirtió en un verdadero debate sobre estética, más precisamente, sobre el vínculo entre el individuo y la estética. Llegué a las siguientes conclusiones (a lo largo de los años):

El individuo que niega su vínculo con la estética argumentando que la ropa que viste solamente cumple la función de protegerlo del frío es un mentiroso. Toda elección vestimentaria forma parte de un código cultural, aceptado o no (criticado o no). Por otro lado, el principal mandato de dicho código aconseja (con mayor o menor ahínco) andar por la vida con la zona genital cubierta de tela. Encuentro buenas justificaciones para ello (lo que no lo salvaguarda de constituir un código cultural): el frío genital es siempre más intenso que en otras partes del cuerpo; en Buenos Aires las mujeres son tan lindas que su pública exhibición sin ropa causaría estragos, golpes, y posibles crímenes.

Sentir placer por vestir una determinada prenda o accesorio (en mi caso, sobre la cabeza) es menos ridículo que sentir ese placer y ocultarlo –y/o cubrirlo con ideología barata sobre la moda y el desinterés por cómo uno se ve. Por otro lado, hay pocas cosas más sanas que hacer una caricatura de uno mismo.

Si nos detenemos a analizar los placeres más comunes, el de vestir está asociado al ego y a la imagen que cada uno forma de sí mismo. Por lo que la tela escogida no es solamente tela, sino la idea que esa tela ayuda a formar de aquel individuo que la viste. Como se esa tela no sólo vistiera su cuerpo, sino también la idea que ese individuo tiene de ese cuerpo, su rol social. Atraer mujeres (amantes de las telas) constituye otra gran motivación a la hora de entender el vínculo con lo textil.

Muchos años después, con una colección de sombreros que asombraría a cualquiera, el placer por sentir la felpa sobre mi cabeza sigue siendo inmenso. La ridiculez de este hecho lo hace cada vez más bello, por lo que no puedo dejar de comprar sombreros. Después de todo, ser conciente y ridículamente feliz por un pedazo de tela con forma circular es grandioso. Me siento privilegiado, y no sé por qué.

jueves, 9 de agosto de 2007

Incorporaciones (hagan el favor de leer el texto de abajo también).

El organismo es uno. Durante el tiempo vital le incorporamos elementos que modifican su funcionamiento. Algunos son tangibles: vitaminas, oxígeno, agua, grasas. Otros no tanto, aunque no por ello ejercen menor influencia: ideas, pensamiento, idiosincrasia, estilo, estética.

Ayer a la noche cené con Paula. Su belleza altiva, su boca de los mármoles, la perversa curvatura de sus labios. Durante la cena incorporé cuatrocientos centímetros cúbicos de Syrah. Quince minutos después incorporé café, chocolate, saliva, tres medidas de whisky, hielo derretido, apreciaciones sobre por qué el tintineo de los hielos sería digno de mención, un raspón en la pierna, saliva (deliberada) de Paula, tibieza rotunda, efluvios primaverales.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Viñetas de Rómulo Ornamenti.

Nota

Conozco a Rómulo hace muchos años y llegó el momento de mostrar al público algunos de sus escritos. A mi también me provocaron un poco de impresión.

AG.


Ingesta.

"No siempre es conveniente comerse a las mujeres y dejarlas en esqueleto, los esqueletos son previsiblemente muy huesudos y poco acogedores en épocas invernales. Es referible (y esto lo dicta la experiencia) comer pedazos de la mujer, una ingesta ahorrativa de los manjares y efluvios. Otras variantes son poco convenientes. Es cierto que todos prefieren comer hasta saciarse pero cuando aparece el esqueleto aparecen también las miradas hacia los costados, la duda de haberse excedido, y la obligación de dormir agarrado de los huesos."

Tala.

"Fui provocado por el invierno, quien me llevó a la ferretería con un hacha en la billetera, y una vez que sentí el peso y probé el poderoso vaivén de mi herramienta, salí a caminar por la calle con alegría de hacha. El primer policía me miró extrañado, y como no abundan leñeros en Belgrano, habrá imaginado algo para no tener que ir a hacerme la boleta por tala indiscriminada del arbolado público. Además, como no habría manera de insertar esa denuncia en las veloces computadoras del sistema policía, el oficial optó por verme maniobrar. Talé así el primer paraíso de la mañana, cuya leña gomosa trocé en cómodos tronquitos que cargué en mi carretilla de leñador de Belgrano.

Mayor fue la sorpresa del policía cuando volvió a verme, esta vez talando un gran eucaliptos (que dio mucho más trabajo que el árbol anterior), pero tampoco pudo decirme nada porque no sabría que anotar en su boleta. Yo lo miraba y hasta me devolvió la sonrisa. Pobre hombre, tendrá frío. Y así fue que talé todos los árboles de la calle Amenabar, que se quemaron en mi hogar para regocijo de mi gata."

domingo, 5 de agosto de 2007

Álvarez Gómez y el dilema de la Inspiración.

Puede resultar un poco sorpresivo que sea yo el que tome la palabra y me remita en este breve mensaje a su obra y su forma de sentarse frente a ella.

Álvarez Gómez, escritor y ensayista, amigo fiel y apasionado lector de los hechos de la vida. Faltaba más, ¿verdad?, que yo no lo presentara con alguna pompa después de haber sido homenajeado por él, uno de mis primeros lectores y difusores de mi poesía. Por si hace falta lo aclaro: soy Atilio, poeta de Tigre.

Sobre la inspiración puedo decir que uno de sus textos más lúcidos se llamó Tentativa de Texto Inspirado, que trataba de un texto complejo que se inspiraba a sí mismo, dando crecientes muestras de ello a lo largo de su evolución. Un texto novedoso que manifestaba su conciencia de estar inspirándose y creciendo, hasta desbordar de inspiración hacia el final. En ese caso, Álvarez Gómez intentó poner de manifiesto la irónica certeza de que algunos textos tiene un alma u otros no. Nunca dejó en claro si esa alma debía esperarse, o si podía aparecer durante el proceso de escritura. En todo caso, si así fuera, se trataría de textos hechos únicamente de forma (si es que esto fuera posible), despojados de quién sabe qué, y que algunos llaman interés dramático. Puedo asegurar que Álvarez Gómez nunca se sentaría a escribir sino se traía algo entre manos. Es este caso, traía la inquietud de la inspiración, idea que siempre lo perturbó.

Quisiera transcribir el manuscrito, pero el tiempo -que se lleva tantas cosas- aparentemente se llevó el cuaderno Gloria de 1971 en donde el texto se albergaba. Yo lo leí. Miraba el río.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Atilio en la Asociación de Protección al Frenillo

Entre 1965 y 1973 Atilio participó de diversos ciclos de seminarios organizados por la Asociación de Protección al Frenillo, situada en Rivadavia al 1800. En calidad de expositor invitado, Atilio habló su poesía. El poeta de Tigre, conocido y aclamado por unos pocos, deleitó audiencias. Copio los fragmentos más destacados.

1965: “El frenillo en la historia.”

“Grandes hombres de la historia han pasado por el momento trágico en que sí, efectivamente esa sangre pertenece al hombre y no a la mujer. El frenillo se ha roto y esta vez, como una virginidad postergada, es e hombre el que pide un segundo (sea Julio César o Perón) para ir al baño y corroborar que tiene el miembro hecho un desastre, y que el frenillo (noble sostenedor del placer) se ha cortado. El dolor es intenso, sobre todo días después. La mujer, muchas veces comprensiva.”

1967: “Torturas Medievales y Frenillo.”

“Ejerciendo presión sobre los testículos, torturadores medievales mutilaban a los delincuentes cortándoles el frenillo justo antes de la noche de bodas, previendo arruinarle el matrimonio a los desconsolados malvivientes cuyas esposas, ante la apatía erótica, los abandonaban casi sin excepción.”

1968: “Morelia.”

“Mi intención es no dar nombres. Quedará en la penumbra de mi historia anónima el nombre de la mujer que una noche de noviembre, en pleno barrio de Tigre, toreó y toreó sin cariño con sus ancas encendidas, venciendo por primera y única vez al melancólico frenillo.”

1972: “Frenillo y Amor.”

“El desenfreno, la caricia y el amor. Eso lleva a largas noches en las que es impensado que el frenillo dure más de un mes. Yo lo llamo circunsición circunstancial, que además de ser cierto compone una bella aliteración.”