Creo en la buena salud de hablar de los meses del año como entidades particulares, hipótesis según la cuál enero es particular por su eneritud, febrero por su febreritud, marzo por su marcitud, y así sucesivamente.
En esta trabajosa clasificación se dan los más jugosos cruces. Uno de ellos es el ya mencionado marzo junial, que sucede cuando el mes de marzo, último del verano, muestra claros atributos de junio, mes de inviernos y aislada desolación. A través de ocultas leyes, sucede que el mes más veraniego –el que tiene más eneritud- no es enero sino septiembre, mes paradójico ya que contiene tres semanas de invierno (técnicamente hablando).
El que tiene tiempo y ama los avatares del calendario se dará cuenta de que está lleno de estas mezclas incestuosas, fruto del roce libidinoso de los días con los días.