tag:blogger.com,1999:blog-29218148544624844002024-03-13T14:28:31.090-07:00Tremendo Diario de Buenos AiresNuevos textos de Álvarez Gómez.Unknownnoreply@blogger.comBlogger232125tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-50015026837696899562012-01-18T05:22:00.000-08:002012-01-18T05:24:49.585-08:00El Pianista.<!--StartFragment--> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><br /></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD">Baja las escaleras un hombre de mediana estatura, barbudo y delgado. Por la confianza con que saluda al Dueño no parece exagerado suponer que se trata de un viejo amigo. Incluso de un viejo cliente. De todas maneras, nadie parece haberlo visto antes.</span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD">El hombre baja al Sótano durante un interludio del espectáculo de las Bailadoras. Se sienta directamente en la barra, y con una seña indica al Dueño que va a tomar lo mismo de siempre. Éste le acerca un whisky con dos hielos y un pequeño sifón azul. </span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD">*</span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD">La aparición del hombre desconocido lleva a que los Parroquianos giren sus cuellos y reacomoden sus sillas para mejorar el ángulo de escrutinio. Su timidez no les impide convertirse en una manga de curiosos.</span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>El asombro crece cuando el desconocido se pone de pie y camina hacia el rincón que está detrás del escenario, a la derecha de la escalera. Lleva en su mano el vaso de whisky y el sifón. Es tal el silencio que hacen los demás que se oyen los pasos crujientes y el tintineo metálico de los hielos.</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>El hombre encuentra un asiento bajo. Un banquito circular que hace girar hasta encontrar la altura adecuada. Después levanta la tapa y descubre las teclas al correr el paño verde con bordados que indican la marca del instrumento.</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>Nadie hasta ese momento había reconocido que aquel mueble disimulado por la oscuridad era un piano. </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD">*</span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD">Las teclas están envejecidas. Las recubre un velo acaramelado. El sifón azul está apoyado en la parte superior del piano. El vaso de whisky está a la derecha del pianista, a mano, más allá de las teclas agudas. </span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD">*</span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD">No ha empezado a tocar y ya los Parroquianos temen que el piano recién descubierto esté desafinado. Una vez más la sorpresa les cierra la boca. El pianista prueba los primeros acordes. Los deja sonar, como si estuviera reconociendo un viejo instrumento que no toca hace mucho. El resto, incluidos los Advenedizos, callan y esperan. </span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>La marca del piano es alemana. </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD">*</span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD">El pianista larga un bolero. La música llega a todos los rincones del lugar, que tampoco es demasiado grande. El bolero es soberbio, pero deja la horrible sensación de que no hay nadie para cantarlo.</span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD">*</span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD">Hay ciertas músicas hechas para obtener el perdón. El pianista se da cuenta de las noches exactas en las que en necesario sentarse al piano para interpretarlas. Pueden ser boleros, o algún blues arrastrado. Quizá algún tango, aunque los presentes en general prefieren una música más ajena. </span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD">*</span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD">La sensación que produce es simplemente esa. La redención. Mientras está sentado al piano, Los Parroquianos saben que dura esta suerte de tregua.</span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD">*</span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD">Todo se destartala con implacable realismo cuando deja de sonar la última nota. Vuelven a oírse los sonidos de personas que se reacomodan en sus asientos, copas que se alzan o se apoyan, pasos lentos. Conversaciones pausadas, casi inaudibles, como si no se animaran a reemplazar a la música que acaba de irse.</span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD">*</span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD">El pianista se ganó el respeto de todos a fuerza de esta precisión que le permite saber cuándo ponerse de pie, encarar hacia el piano, y ponerse a tocar. Lo acompañan el vaso de whisky y el sifón, que apoya al lado de la última tecla sucia de la derecha.</span></p> <!--EndFragment-->Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-15217234174787720652010-12-23T18:37:00.001-08:002010-12-23T18:39:35.321-08:00Tónico contra la ambigüedad.<!--StartFragment--> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify">De tanto conversar él mismo y escuchar conversaciones ajenas, Trimarchi notó que una de las dificultades más comunes en el Sótano de las Bailadoras era la ambigüedad.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p> ¿Qué quiere decir esto?</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p> La respuesta no es menos ambigua que la patología.</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD">*</span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>Lo que sí pudo hacer Trimarchi fue ofrecer una solución. Inventó un tónico e inventó también sus propiedades curativas.</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>*</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>La audacia de Trimarchi radicó en adjudicarle a ese tónico toda una serie de propiedades benéficas. Como buen vendedor, era plenamente conciente de que lo único que necesitaba hacer era sembrar el mito. El germen de un mito fuerte, pensaba, cura cualquier cosa.</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>*</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p> A eso dedicó Trimarchi muchas de sus horas en el Sótano.</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p> *</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>El tónico, que vendía de manera clandestina, estaba hecho a base de vino de damajuana, soda y granadina. En algunos casos, cuando la ambigüedad a resolver era considerable, reforzaba la bebida con un chorrito de alcohol etílico. Los Parroquianos, siempre discretos, se le acercaron a pedirle el producto.</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>*</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>La fabricación de la bebida tenía lugar fuera del Sótano. La entrega de las botellas, unas coquetas vasijas de vidrio ocre, se hacía a la salida en algún lugar lejos de los ojos del Dueño.</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>*</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>Trimarchi no tenía intenciones de competir con el Dueño del bar, y por eso se había convencido de que el tónico no significaba una competencia, sino más bien un complemento. Se convenció también de que los compradores del tónico, animados por sus propiedades curativas, consumían más alcohol dentro del Sótano.</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>*</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>Trimarchi aseguraba que el tónico aceleraba los procesos en la toma de una decisión. La bebida proporcionaba un envión anímico junto con una placentera sensación de seguridad en uno mismo.</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>*</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>Parroquianos y Advenedizos no tardaron en probarlo y comentar sobre los resultados. Siempre en un ámbito de reserva y discreción, dado que el Dueño tenía oídos por todos lados.</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>*</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>En uno de sus discursos para captar nuevos clientes, Trimarchi mencionó que para quienes la habían perdido, la bebida devolvía la convicción.</o:p></span></p> <!--EndFragment-->Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-87523759060265557112010-01-25T13:56:00.000-08:002010-01-25T13:58:01.109-08:00Los Advenedizos.<!--StartFragment--> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify">Estos seres no quieren ser advertidos cuando bajan las escaleras, y es por eso que en general lo hacen en puntas de pie, sosteniendo los zapatos en una mano y deslizando la otra por la baranda de madera. La mala fama es mérito de ellos por no haber entendido jamás cómo funcionaban las cosas en aquel recinto, y por no haber sabido responder con elegancia a los comentarios explicativos del dueño.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>Así y todo, es posible que en una noche cualquier hagan su aparición los Advenedizos.</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>El malestar que generan en el público, y sobre todo en las bailadoras, se debe a una serie de confusiones recurrentes de las que ellos no se responsabilizan. Los Advenedizos confunden sensualidad con lascivia, elegancia con procacidad y cordialidad con arrebato. La lista podría seguir, pero lo principal ha sido dicho.</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>Sus actitudes más repugnantes se remiten a sentarse todos juntos en las mesas del fondo, lo que ya se convierte en una falta de respeto para los parroquianos más antiguos, que jamás comparten la mesa con nadie –no por falta de compañerismo- sino porque entienden que la verdadera forma de compartir la soledad es desde mesas distintas. Pero ellos no. Se sientan de a cuatro o a veces de a cinco alrededor de una misma mesa, y beben todos a la vez haciendo pedidos a la barra sin siquiera levantarse. Son ruidosos y gritones, y eso altera el delicado humor de las bailadoras.</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>Cuando ya están borrachos, los Advenedizos comienzan con sus cánticos –que ellos creen alegres y alentadores- y que las bailadoras juzgan inoportunos y soeces. No fueron pocas las veces en las que ellas, ante la agitación de los Advenedizos, decidieron una retirada colectiva hacia los camarines, para no volver a salir en toda la noche. Lo que significa una gran desdicha para los parroquianos de siempre, que esperan la salida de las bailadoras con ansiedad contenida, dando pequeños sorbos.</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>Por eso los parroquianos, a pesar de su silencio y pasividad, odian a los Advenedizos. Y su odio es casi imperceptible por la falta de voluntad, pero completamente real y casi tangible. El dueño, que mira la escena desde la barra mientras hace las cuentas, nota todo aquello y se lo guarda para sí.</o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><span lang="ES-TRAD"><o:p>Desde su perspectiva, está alertado del malestar que generan los Advenedizos en sus clientes más fieles, y eso lo perturba un poco. Pero por otro lado, cuando mira su libreta escrita a mano, tiene que reconocer que ellos son ante todo unos borrachos empedernidos, gritones y todo, y que cada vez que vienen hacen subir considerablemente las ventas del mes, por lo que su relación con ellos está divida por una puja de intereses. </o:p></span></p> <!--EndFragment-->Unknownnoreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-38442852167586247062010-01-18T09:32:00.000-08:002010-01-18T09:33:08.799-08:00Ponedores de puntos sobre las íes.<!--StartFragment--> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify">Aproximadamente una vez por mes, sin previo aviso, se oyen los pasos de alguno de los pequeños hombres que bajan las escaleras. Viene uno por vez, pero su parecido es tan grande que es imposible distinguirlos. Son pelados, bajitos y gordos, y caminan con un pequeño portafolio –que nunca nadie vio abierto- y cuyo interior sigue siendo un misterio.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><o:p> Mesa por mesa, el pequeño hombrecito se sienta frente a los parroquianos y pone los puntos sobre las íes, tarea que ninguno de los parroquianos podría jamás hacer por sí mismos. Cada vez que el hombrecito aparece, las bailadoras se miran entre ellas, y aún sin distraerse de sus bailes, intentan conocer el método de este extraño hombre.</o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><o:p>Pero no pueden ver nada. El hombre trabaja rápido y va de mesa en mesa, casi sin hacer ruido salvo por su pequeños pasitos un poco arrastrados. Cuando termina, se sienta en la barra y el dueño del bar le invita un trago.</o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify"><o:p>Los parroquianos parecen más serenos, y la noche puede continuar por donde venía.</o:p></p> <!--EndFragment-->Unknownnoreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-89622274241268139542010-01-13T19:12:00.000-08:002010-01-13T19:13:35.183-08:00Veneno de las Bailadoras.<!--StartFragment--> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify">Es difícil explicar esto, porque a primera vista las cosas raras nunca se perciben. El dueño, detrás de la barra, lo descubrió una noche en que estaba particularmente despierto, quizá por no haber tomado nada, o por simple aburrimiento.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify">Es increíble lo que puede lograr el aburrimiento.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify">Fue en medio de uno de los bailes. Ellas estaban en el escenario, desplegando una coreografía en la que se sumergían los parroquianos como buscando alivio. Como todas las noches en aquel sótano. Pero el dueño estaba más despierto que el resto –nadie puede saber cómo- y en un descuido de alguna de ellas, lo vio. Una de las bailadoras, entre paso y paso de baile, abrió la boca, y dejó salir una lengua bífida, fina y suave, pero partida en dos. Pero no termina allí. La misma mujer, una de las más bellas –si es que fuera posible compararlas- volvió a abrir la boca, y ahí fue cuando el dueño del bar vio que tenía unos colmillos pequeños, como dientes de leche de niño, pero de punta afilada. Inmediatamente bajó la vista y siguió con los suyo, que eran las cuentas y los cobros. No tenía sentido alarmarse. Los parroquianos no iban a creerle.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify">Las bailadoras no tienen glándulas para guardar el veneno. Se sospecha que éste está distribuido por el cuerpo, que viaja por ahí dentro. Una mordida pude ser letal.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify">Las bailadoras eligen a sus víctimas con cuidado. Son aquellas que no pueden salvarse, aquellas que no podrían curarse con los tratamientos tradicionales. La mordida es suave, como un pinchazo de una aguja, que apenas se siente. El veneno es suave o salado, pasa de un cuerpo a otro a toda velocidad, y las víctimas lo confunden con un beso breve.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align:justify">Jamás ha habido quejas. Nadie nunca habló de la lengua partida. Lo que todos saben –y nadie dice- es que lo que queda después de recibir el veneno es esperar la muerte. Esta pude venir de inmediato o tardar unos días, incluso meses, dependiendo de la cantidad de veneno recibido. Es alarmante, pero muchos prefieren el veneno a la incertidumbre, como si matar al aburrimiento con el veneno fuera siempre mejor que morirse de aburrimiento. Que son –como es evidente- cosas bien distintas.</p> <!--EndFragment-->Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-72305001902740179942009-08-25T13:13:00.000-07:002009-08-25T13:14:49.759-07:00Exhalación de las bailadoras.Incluso si estuvieran en medio de una pieza de baile, ellas se dan cuenta y por turnos bajan del escenario. Las bailadoras se acercan a exhalar a las mesas de los que ya están borrachos, les alejan el trago, y los convencen de que ya es hora de irse a dormir. La exhalación, una pequeña tormenta, para los parroquianos es ley. Cuando la mesa queda libre, el dueño va despacito y sin que nadie lo vea junta uno a uno los cristales.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-31671093102191067862009-08-25T13:10:00.000-07:002009-08-25T13:13:10.831-07:00Ansia de las bailadoras.En el Sótano de las Bailadoras todo está dicho.<br /><br />Las bailadoras bailan, los parroquianos se emborrachan, el dueño cobra.<br /><br />Pero el equilibrio, que es frágil, se altera si una bailadora pierde una sandalia, que cae del escenario sobre la mesa de un hombre solo que no cree que el calzado pueda oler tan bien. Y mientras los borrachos se despabilan y el dueño cubre el mes, las otras bailadoras ya se distrajeron, sin llegar a tropezar, pero erráticas y tímidas, como si fueran humanas y corrientes.<br /><br />Y el dueño sabe que esto sólo puede empeorar, que cuando una bailadora vuelve al camarín –detrás del escenario- las demás la siguen, y sin bailadoras aquel lugar es sólo un sótano que no pernocta, con su hombres frente a copas quietas.<br /><br />Qué queda para el resto si ellas, las bailadoras, se han ido, o si en vez de subir al escenario se sentaran a emborracharse con los demás.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-24327226847462151982009-08-19T14:26:00.000-07:002009-08-19T14:42:23.906-07:00Sueño de las Bailadoras.<div style="text-align: justify;">El sueño de las Bailadoras es otra forma de curarse, cosa que nuevamente exige explicaciones.<br /><br />La terapia del sueño es más o menos así. Cuando los parroquianos empiezan a hacen sonar las sillas, lo que señala la retirada, una de las bailadoras se desprende del resto y baja del pequeño escenario. Con suavidad de bailadora, camina entre las mesas, llevándose las miradas de los pocos que todavía no se fueron. Esto sucede justo antes del amanecer, el momento que todos temen, y por eso es que muchos ya han elegido irse para no tener que caminar de día. La bailadora, con un gesto imposible que no se puede malinterpretar, elige a uno de los hombres y se lo lleva.<br /><br />No se puede saber adónde van; sólo se sabe que duermen. En realidad, ella se duerme primero, se deja arrastrar por el sueño, y el hombre la mira cerrar los ojos y después respirar con tranquilidad. Con el codo apoyado en la cama el hombre la mira o se quiebra, atento a su respiración, y nota con alarma que la bailadora está soñando y ya sonríe. Después viene el segundo gesto imposible de ella: algo con la mano o con el empeine lo envuelve y lo lleva también a un sueño profundo. Ahora el que duerme es él, y la que lo mira es la bailadora, que lo besa en la frente juntando los labios, y acurruca el dorso de su cuerpo contra él.<br /><br />El sueño dura muy poco, y mientras descansa junto a la bailadora no sufre ninguna preocupación. Piensa que quizá, después de todo, haya muerto. Cuando se levanta, ella no está, pero algo queda presente hasta bien entrada la mañana. El efecto, que tarde o temprano se diluye, funciona como un acto de fe.<br /><br />Nadie sabe bien qué pasa durante la noche. Las bailadoras nunca hacen el amor con los hombres, pensando sobre todo en el bien de ellos. Algunos dicen que lo que cura es el olor. Quienes alguna vez durmieron con una bailadora no hacen preguntas ni se lo cuentan a nadie. Solo esperan, noche tras noche, hasta que les toque de vuelta.<br /></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-18735181168771856412009-08-11T12:34:00.000-07:002009-08-11T13:22:31.089-07:00Manetti.<div style="text-align: justify;">Lo de Manetti es algo extraño -aunque también- la historia más común. Todos, alguna vez, se pasan una noche entera hablando de ella. Todos, en el fondo, desean conocerla un poco más que el otro. Qué raro se ve desde la barra, quizá piense el dueño gordo, Manetti es a la vez imposible de evitar, pero también inabordable. Nadie se le acerca. Ella va. Nadie la niega, quizá porque nadie sabe cómo. En ese sótano los ánimos son más bien débiles, y un fenómeno como Manetti parece, por lo menos, extraplanetario.<br /><br />Cabe aclarar, Manetti es una mujer.<br /><br />Su trabajo es diferente al de las bailadoras. Su espectáculo, más teatral, trasncurre en las mesas. Nadie la dirige. Nadie le dice qué hacer ni en qué mesa sentarse. Cuando se la ve entrar, cada uno a sus ritmo, los parroquianos apuran el trago, apretándose en la silla, y con el firme deseo de que esa noche la suerte los acompañe.<br /><br />Manetti no camina con pasos. La lógica de sus desplazamientos es imposible. Simplemente aparece, acá, allá, sentada en la barra hablando con el dueño.<br /><br />Aún en las noches más calmas, su aparición despierta un tímido nerviosismo. El dueño, un poco mercenario, sabe que cuando ella viene la gente se pide un trago de más.<br /><br />Las conversaciones con Manetti son fáciles de llevar. En realidad, habla ella. El parroquiano la escucha del otro lado del mundo, como si no tuviera palabras, o con palabras ajenas al lenguaje de Manetti. Ella lo sabe, pero no está ahí para comunicarse, sino para despertar otra cosa. Manetti sabe de qué se trata la impresión clínica que produce en los hombres. Sabe que es la perdición pero también la cura.<br /><br />Algunos, los que ya ha repuntado un poco, intentan una conversación. Ella, que no tiene malicia pero conoce muy bien el oficio, los deja decir. Pero siempre los frena antes de de tiempo, antes de que el efecto terapéutico se transforme en veneno.<br /><br />En el fondo, todos –incluido el dueño- le temen.<br /><br />En silencio, con dedicación sacerdotal, aman a Manetti. Ella lo sabe y evita los desbordes. Se deja amar por los hombres solitarios que ocupan aquellas mesas pequeñas, con la cautela necesaria para mantener el equilibrio.<br /></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-39072850561908288242009-08-07T08:53:00.000-07:002009-08-07T08:54:33.394-07:00Sufrimiento de las Bailadoras.Su principal responsabilidad, trabajar para la alegría ajena, les reporta esporádicamente algunos momentos difíciles. Son los momentos en que una o más de las bailadoras comienzan a entristecer.<br /><div style="text-align: justify;"><br />Su tristeza se nota en todos los aspectos posibles. Algunas directamente pierden algunos centímetros de altura; a otras se les apaga la voz. La mayoría, de manera repentina, pierde la parsimonia irreverente en la forma de caminar. En general, ellas intentan ocultarlo. Cuando el dueño del lugar, gordo y desde la barra, nota alguno de estos cambios, interrumpe la función y pide a los parroquianos que se retiren. Algunos, los que tienen ánimo para quejarse, piden terminar el trago. Cuando ya no queda nadie, el dueño cierra el lugar y desaparece en la cocina.<br /><br />Las bailadoras se sientan alrededor de una mesa. A veces son seis o siete; pueden llegar a ser veinte. De común acuerdo, como si respondiera a un ritual, deciden deshacerse de la tristeza. Cuando son muchas y no entran en una mesa, arman una especie de anfiteatro que les permite verse las caras. El primer temblor, súbito, casi no se nota. A una de ellas se le mueve el mentón, y en seguida, como si fuera producto de una transmisión eléctrica, se expande hacia las otras. El dueño, cauteloso, no puede soportar ver la tristeza de las bailadoras. Unos minutos después, los mentones de las diez o quince tiemblan erráticamente, sin dejar caer lágrimas, pero con fuerza suficiente para sacudir el piso del salón. Ellas, amables, se miran a los ojos para compartir la pena. Creen, con cierta religiosidad, que esa es la única forma de purgarse.<br /><br />Cuando han terminado, el dueño vuelve de la cocina con una gran pava de té. No todas aceptan la bebida. Algunas parecen ausentes. Lentamente el efecto del rito se empieza a notar. Las que perdieron altura vuelven a crecer, a veces superando la altura que tenían antes. Vuelven a oírse las voces de quiénes habían enmudecido. Vuelven la gracia, el esplendor, esa luz propia que tienen las bailadoras, y que usan en sus bailes para recuperar el ánimo de sus espectadores.<br />El rito termina con una de ellas subiendo al escenario y comenzando a bailar. A veces es una sola; otras son dos o tres, que bailan para las bailadoras. Cuando esto sucede, el dueño las espía desde atrás de la barra. Mira interrumpidamente, tapándose la cara con la mano, porque sabe que no pude soportar tanta belleza junta.<br /></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-49972706567326510642009-07-14T09:48:00.000-07:002009-07-14T09:49:03.803-07:00Instituto de Bailadoras.Para dejar afuera a los malpensados, la primera aclaración es que no son prostitutas. La disciplina que llevan adelante es milenaria y mucho más compleja que la prostitución, aunque ésta también tiene sus cosas.<br /><br />Pertenecen a un instituto (o Instituto) que se dedica a reestablecer ánimos derrumbados. Su carta fundacional menciona las bondades de la mujer, la gracia de su cuerpo, y los numerosos beneficios para la salud de los espectadores. Para curarse, sólo hay que mirar.<br />Quienes se acercan ya han perdido todo, o están a punto de perderlo. Quiénes se acercan no conocen ninguna hora buena del día. Sorprenderá, pero no son sólo hombres. El público de las bailadoras es más espectacular quizá que los bailes.<br /><br /> Muchos llegan ya borrachos. Los que han empezado a curarse muestran los primeros signos de dejar la bebida, como ordenar algo de comer, hacer algunos saludos cordiales, respirar con tranquilidad. En el lugar hay poca luz y mucha expectativa. Los bailes nunca son anunciados. No se sabe ni la hora ni la patología específica que pretender calmar. El público tampoco es selectivo. Sentado en mesas solitarias, se dedica a mirar a las bailadoras y sentir cómo el alma vuelve al cuerpo, cómo las cosas vuelven a tener nombre, el vaso en un vaso, la mesa es la mesa, aquella de la esquina es la camarera, aquel el dueño. Cuando está por amanecer todos vuelven a entristecer. Las bailadoras lo saben e intentan repararlo en sus bailes. Pero cuando el día ya es ineliminable, se retiran a sus camarines y el público se levanta de a poco de sus mesas.<br /><br />El lugar cierra hasta la noche siguiente.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-43259838884911166462009-03-20T12:52:00.000-07:002009-03-20T12:54:33.194-07:00Recuperadores de lo Bailado.<div style="text-align: justify;">En esta misma ciudad, y porque -aunque parezca mentira- existe cierto balance universal de las cosas, existe otra agencia, más noble y esperanzadora, que se ocupa de recuperar lo bailado. En general estos tipos esperan a que uno se siente frente a ellos, que siempre se mueven en yunta, y mientras toman café de cafetera (esas largas, metálicas, con pico vertedor), lo oyen a usted hablar apenado sobre cómo unos malvados se han encargado de quitarle lo bailado, y usted describe como mejor le sale el dolor que siente y la necesidad de que alguien se lo devuelva. Usted exclama, mete pausas en su discurso, niega con la cabeza. Intenta una pequeña sobreactuación. Ellos lo miran, ya se han terminado el café, están impacientes. Después uno de ellos toma un papel, anota una cifra, y la desliza hacia su lado de la mesa. Usted ve el numero –exagerado- y permanece callado. Eso es por el ochenta por ciento de lo bailado, dice el del medio; con la mejor de las suertes llegamos a un ochenta y cinco. Un quince por ciento de lo bailado –cuando a uno se lo quitan- siempre se pierde. Estos tipos son buenos, piensa usted. Son los mejores. Son los únicos, en realidad. No le queda opción, si quiere recuperar lo bailado, con la indefectible merma del quince por ciento, deberá pagarles a estos señores.<br /><br />Un posible final para es encuentro es que hurgue en su bolsillo y de ahí saque una pila de billetes.<br /></div>Unknownnoreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-86564483381592267812009-03-16T11:47:00.001-07:002009-03-16T11:47:53.078-07:00Quitadores de lo Bailado.Existe en esta ciudad una agencia de quitadores de lo bailado, y efectivamente, aunque parezca un poco mucho, ellos vienen, se sientan frente a usted, conversan un rato, y después de ese intercambio de palabras usted notará que –en efecto, le han quitado lo bailado. Es dramático, porque no hay cosa peor que a uno le quiten lo bailado, y la memoria pone mucho de sí para que lo bailado sea inolvidable o anecdótico. Entonces, ante el quite de lo bailado no tardan en llegar las caras largas, el aburrimiento, la sensación de que sí le pueden quitar lo bailado, o peor aún, de que se lo han quitado.<br /><br />¿Y qué se puede hacer?<br /><br />Y, no mucho.Unknownnoreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-60861388244654659262009-02-03T05:34:00.000-08:002009-02-03T05:36:39.545-08:00Sensación Congresal<div style="text-align: justify;">Es posible tener sensaciones congresales. Estas se tienen en Congreso. La mente, afligida por las dolencias del vivir, es capaz de registrar con tanto detalle una sensación –en este caso las congresales- que puede reproducirlas en otros momentos y lugares que no son congreso.<br /><br />Quizá sea la lluvia o la lentitud de la mañana.<br /><br />Quizá, el temor de ser un verdadero solitario.<br /><br />Es imposible la evocación del barrio de Congreso sin que venga como un huracán el gusto de la napolitana que hacen, con más grasa y aceite que en el resto de las pizzerías de Sudamérica, en La Americana. Es imposible que no recorra mentalmente la entrada del Gaumont, el caminar por la Plaza, las palomas dolientes, las personas desesperadas, las marchas, la noche que cae sobre Callao y Rivadavia como un hechizo. La boca del subte. La certeza de estar en el corazón de una ciudad tremenda.<br /></div>Unknownnoreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-56908682161718665062008-08-23T18:23:00.000-07:002008-08-23T18:27:54.047-07:00Sobre lo no literario de la mañana.<div align="justify">Sobre lo no literario de la mañana. O lo no literario de esta mañana. Empecemos con un hipotético viaje al trabajo. Sigamos con una hipotética llegada al trabajo. Con un invierno, el saludo cordial de las mañanas. O bien, antes de entrar en una oficina, la opción siempre grata de demorarse en un café y pedir un submarino, y la posiblidad, siempre latente, de que a su mesa lo traiga Elvio, un hombre de treinta y siete o cuarenta y dos, imposible saberlo, a lo que usted responde inclinando la cabeza, gesto célebre y quizá un poco escueto para el pobre Elvio que es pelado y siempre le trae lo que le pide. Nótese que en este texto no literario, le hablo específicamente a usted. Y usted se alegra por dentro porque ya huele el chocolate derritiéndose en el vaso de leche caliente, y si no lo huele es porque en ese bar, a diferencia del café Bar Aconcagua, le entregan la barrita de chocolate cerrada para que usted mismo proceda a abrir el plástico y tirarla adentro de la espuma.</div><div align="justify"> </div><div align="justify"></div><div align="justify">Así demora el comienzo de su mañana, ya se cruzó con Elvio, a quien verá al mediodía para pedirle una milanesa, ya escuchó algunos noticieros, ya está preparado para ingresar al deber. Esto lo digo con ironía, que tengo que explicitar porque este texto no es literario, lo que permite muchas otras cosas que la literatura no permite, con el único agravante de correr el riesgo de no salir nunca del cajón. </div><div align="justify"> </div><div align="justify">Lo no literario de esta mañana sigue, para mí o para usted, con un mate que a usted o a mí nos parece literario, y por lo tanto lo quiere compartir con alguien que se anime a leer lo que usted o yo pensamos sobre el mate, lo matinal, la mañana, pero algo le dice o nos dice que nos detengamos, que no hace ninguna falta perder tiempo en decir algo sobre el humo verde, sobre la temperatura del agua, porque como dice Atilio, que usted quizá no lo conozca, no tiene ningún sentido insistir en cuestiones como el tango o el mate, porque "fueron completamente vaciadas de sentido poético gracias al abuso que que se hizo de ellos", afirmación que me permito reconocer como válida o respetable. Así se interrumpen las mañanas no literarias, a usted lo llama su jefe o a mí me llama el mío, me encarga algo, yo lo anoto en un papel, usted en su agenda o su libreta, y nos disponemos a cumplir con el deber, para eso estamos acá y no para esto.</div>Unknownnoreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-54261107942699615052008-07-26T17:08:00.000-07:002008-07-26T17:11:57.911-07:00Feria de Ambigüedades.<div align="justify"><strong>Introducción.</strong><br /><br />En una época –yo todavía era joven- en el Barrio de Belgrano, cerca del Barrio Chino, un grupo de feriantes armaron una feria atípica cuya tarea metafísica era tan desconocida como descomunal.<br /><br />La feria de ambigüedades exhibía al público toda una serie de artefactos indiscernibles, cuyos dueños no podían ni sabían cómo definir. El grupo de feriantes era muy exclusivo, y para poder ingresar a trabajar a la feria de ambigüedades había que cumplir una serie de pruebas. La más severa de ellas era conseguir una decena de objetos ambiguos y justificar su ambigüedad ante un tribunal. El tribunal decidía si el aspirante podría ingresar o no al selecto club.<br /><br /><strong>Los feriantes.</strong><br /><br />Quienes integran el reducido grupo de feriantes son personas que por diferentes razones han acopiado artefactos cuya utilidad primordial se vio inhibida, por lo que ahora tienen una o varias funciones alternativas a la original. De esta manera cobran existencia los objetos ambiguos. Un típico domingo a la mañana es posible toparse con un lavarropas o albergue de helechos, con una tijera o adorno de pared; con una heladera o albergue transitorio de corta duración.<br /><br /><strong>El concepto de ambigüedad en los objetos.</strong><br /><br />Para evitar confusiones (nota: los feriantes se interesan en la ambigüedad, no en la confusión; según ellos se trata de conceptos muy distintos), vamos a definir de qué estamos hablando cuando hablamos de objetos ambiguos. No se trata, como dijimos más arriba, de objetos que han perdido su función originaria y ahora funcionan para otras cosas, sino una posición intermedia. Por ejemplo, la heladera o albergue transitorio de corta duración no deja de ser ni una ni la otra, y no es ni una ni la otra; tampoco es un promedio de ambas. Es simplemente una heladera o albergue transitorio de corta duración (por el frío).<br /><br />Durante muchos años, los feriantes hicieron hincapié en la importancia de la ambigüedad. Primero y fundamental, para evitar que cualquier cacharro antiguo e inútil se convirtiera en un objeto ambiguo digno de ser exhibido en la feria. Además, decían ellos en la intimidad (una vez cené con personas del grupo), lo importante es mantener la definición original de ambigüedad, y no permitir que ésta adopte variaciones. Por otro lado, al ser ellos los únicos habilitados para definir objetos ambiguos e incluir gente nueva en el club, conservaban los cánones originarios, el génesis de la ambigüedad, cobrando exclusividad como agrupación. Lo que les permitía vender los objetos a mejores precios. En buena medida, se comportaban como cualquier vanguardia artística. Los cacharros y pedazos de objetos que vendían eran como cualquier pieza de feria. Lo que los diferenciaba –a ellos y a sus objetos- era precisamente todo el pensamiento que anteponían a todo este circo.<br /><br />El principal problema teórico que enfrentaban (o enfrentan), como sucede con toda vanguardia, tiene que ver con la noción utópica de poder diferenciarse de los demás. Si toda vanguardia artística está destinada a la desaparición porque mantener la autenticidad es prácticamente imposible (por lo menos, matemáticamente, la autenticidad se empieza a desvanecer desde el mismo momento en que la vanguardia se define a sí misma, es decir, después de nacer, simultánamente, comienza el proceso de escisión, a veces tan violento), para el grupo que integran la Feria de Ambigüedades esto es aún peor. La paradoja -o quizá oxímoron- que describe la situación en la que se encontraron (y aún se encuentran) los miembros de la Feria es la siguiente: la imposibilidad de la existencia de una definición demasiado clara (i.e. poco ambigua) de su movimiento. Por ende, si los “ambiguos” logran delinear con precisión los rasgos de su movimiento, perdiendo así ambigüedad, habrían fallado en algo. Tal es así que muchas veces ellos han discutido sobre cuánto derecho tienen (ellos mismos) para designar si un objeto es o no lo suficientemente ambiguo como para ser exhibido en la feria, o si un potencial candidato a ingresar al club comprende bien o no el Decálogo de la Ambigüedad (del que ellos hablan pero no se sabe dónde está, qué dice, o quién lo escribió), ya que en este caso, muy ambiguo, la certeza es debilidad y no fortaleza. Pero por otro lado, y el argumento es bueno, ¿cómo puede existir un movimiento que proclame la ambigüedad sin ningún anclaje teórico? Anclajes teóricos tiene que haber, dijo un miembro una vez, pero no pueden quedar del todo claros o ser comprendidos a la primera lectura. Según esta interpretación, el bagaje teórico de los ambiguos debe poder perder toda discusión y a la vez no ser aniquilado, hasta llegar al extremo de dudar de la existencia misma del movimiento. En esa fina línea que roza la desaparición total y el anonimato debe establecerse, con rara solidez, la Retórica Ambigua en la cual este grupo de feriantes pueda apoyarse para seguir existiendo. Aunque esta existencia nunca puede ser demasiado manifiesta, demasiado real y vanidosa, porque nunca deja de estar cuestionada o bajo la lupa de una nueva interpretación.<br /><br />Sobre éstas y otras cuestiones reflexioné después de cenar con ellos. </div>Unknownnoreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-53999016276833733112008-07-04T10:19:00.000-07:002008-07-04T10:21:54.968-07:00Complejidad del relato erótico.<div align="justify">En muchas oportunidades traté de escribir cuentos donde hubiera una trama erótica, y creo que salvo en dos o tres excepciones (en treinta años) fracasé en todos los casos. Anoto en este salubre texto algunas de las razones para quien aborde el género y pueda utilizar este anecdotario como sustento.<br /><br />En primer lugar, hay que ser muy bueno para lograr confundir al lector (ni hablar de las lectoras) y hacerle olvidar la idea de que el autor es un libidinoso cuyo fin es desvestir de manera asombrosa a mujeres imaginarias. Es casi imposible revertir esta fama, y en parte es cierto. Ante todo, las mujeres no se enrollan las medias de lycra desde los muslos hasta los pies, como tuve el agrado de escribir algunas veces. No estoy seguro de cómo lo hacen, pero por las críticas recibidas (algunas francamente ásperas) no es así como se sacan las medias.<br /><br />Segundo, es probable que no todos los personajes femeninos sean prostitutas encubiertas, de inteligencia malvada, piernas exuberantes y pelo largo y fino. Por otro lado, es improbable que el protagonista sea creíble si insiste en hablar en primera persona del singular, usa trajes medianamente prolijos, y toma (o incluso bebe) whisky. Esa descripción, de la cuál aparentemente abusé en varios casos, funcionaría mejor para un detective de una novela policial, y no para el agraciado que concretará, esa noche puntual, una hazaña amorosa.<br /><br />En esta línea, es dable considerar el siguiente argumento. No necesariamente es interesante saber cómo o por qué un hombre de esas características (y después de trabajar), se mete con un mujer en un departamento y le hace el amor con extravagancia. Además, si es verdad que la mujer es descomunalmente atractiva, por más habilidad literaria será difícil satisfacer la imaginación del lector, que preferiría verla en una pantalla. Por lo que la batalla está medianamente perdida incluso antes de empezar.<br /><br />Sobre las insinuaciones acerca del amor, muchos de mis relatos intentaron dejar un sinsabor que tampoco resultó verosímil. ¿Por qué el lector habría de tomar el mismo camino imaginario que yo y creer que en esas noches lujuriosas, entre trago y trago de alcohol, hubo alguna impresión cercana al amor? ¿Por qué siempre el tono de los personajes en primera persona finge indiferencia cuando tiene más de lágrima que de crónica policial?<br /><br />Dejo pendiente la profundización de mi autocrítica sobre este tipo de relatos.</div>Unknownnoreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-29704855840955836172008-06-25T09:18:00.001-07:002008-06-25T09:20:15.073-07:00Sobre la ausencia de Álvarez Gómez y algunos errores.<p align="justify">Un error grosero que algunos lectores marcaron fue la aparición de Pablo Ottonello en un espacio que no le corresponde. Tras haber dejado de publicar, Álvarez Gómez se convirtió en un recuerdo lejano, aunque quizá siga componiendo reflexiones aisladas de tanto en tanto.<br /><br />La larga ausencia fue provocada por este desfasaje, por este error: ¿quién escribe? Porque para que exista un fenómeno imaginario, como el de la ficción, éste necesita legitimidad absoluta. Con que alguien ponga en duda la magia de un personaje, ese ya desaparece: pasa a ser una construcción. La magia es hermosa, señores, pero no se da el lujo de existir a medias.<br /><br />Volverán a publicarse en este espacio las anotaciones de Álvarez Gómez, aunque lleve tiempo volver a encontrarlas. Algo, si tenemos suerte, algo las disparará.<br /><br />Me despido.<br /><br />Pablo Ottonello.</p><div align="justify"></div>Unknownnoreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-27191092570357127872008-04-22T08:45:00.000-07:002008-04-22T08:57:32.840-07:00Inhibidor de Epifanías.<div align="justify">Así como la epifanía se presenta repentina, como una aparición, la figura del “inhibidor de epifanías” lo hace de manera más abrupta y menos espiritual. Cualquier elemento o situación puede funcionar como inhibidor de epifanías. Intentaré, en pocas líneas, hacer una descripción de este concepto.<br /><br />El apasionamiento y la imaginación son amigos de la epifanía. El inhibidor es un destructor de maravilloso, y su único argumento es tener un vínculo más cercano con la coyuntura (el alquiler, el trabajo, las noticias de los diarios, los platos sucios).<br /><br />La figura del inhibidor de epifanías es en ciertos círculos considerada un brazo o apéndice de la moral, cuando las epifanías (salvo las religiosas) revelan cosas que algunos prefieren esconder (el amor, las mujeres, la belleza, el amor a la vida). En otros círculos se la relaciona con el escepticismo, forma cruel y racional de vivir, no exenta de utilidad.<br /><br />En otro orden de cosas, yo la entiendo como “el buchón”, aquel que simplemente recuerda que todo es menos imaginario de lo que parece.<br /> </div>Unknownnoreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-78191000705113012862008-04-12T10:02:00.000-07:002008-04-12T10:06:57.822-07:00Construcción del Personaje.<div align="justify">Aclaro de entrada que no estoy en desacuerdo con los cánones clásicos de la dramaturgia. Los considero sumamente útiles y de hecho muchas veces los he utilizado en mis ficciones y en una obra de teatro que nunca se estrenó (ni mis ficciones). El comentario tiene lugar porque yo uso métodos alternativos, que se complementan con la dramaturgia clásica. Yo sí creo que el personaje debe construirse, sólo de otra manera. Intentaré echar luz sobre esto, como dicen los académicos cuando se cansaron de introducir sus textos y ansían pasar al cuerpo principal de lo que iban a decir.<br /><br />Cuerpo principal de lo que iba a decir.<br /><br />Soy Álvarez Gómez, no es vana la aclaración porque este espacio es ahora compartido, y no quisiera que se mezclaran las autorías. No por temas de derechos (no creo que vayamos a hacer un billete con esto) sino por respeto y esas cosas. Iba a decir que al personaje hay que esperarlo, yo los espero sentado en algún lugar cómodo, como este bar donde el mozo acaba de servirme una lágrima grande, hermosa metáfora aplicada el café, y fue de esos mozos de oficio que es ya difícil encontrar, y sobre todo, sirvió el café desde esos jarritos que son como jirafas de metal, un chorrito del líquido negro y humeante, y otra cantidad de leche. Le medida fue exacta, como si estuviera perfectamente calculado, o bien practicado por años de alquimia cafeteril. Me sorprendió cómo hizo el mozo para no volcar café por todos lados, porque el movimiento de la jirafa de metal fue bastante abrupto.<br /><br />No es cuestión –he vuelto al tema central sobre el personaje- de ponerle un nombre y una camisa. El personaje es otra cosa, en cierta forma precede su escritura. No se trata de que por que tiene camisa a cuadros gastada, desabrochada hasta el tercer botón, pecho con pelos, cara de cansado, tremendas ojeras, negras tirando a violáceas, y porque pide café solo, negro y caliente, este tipo es de tal o cuál manera, golpeador, deprimido, campesino o cualquier profesión que pueda sugerir su vestimenta y sus comportamientos. Se trata de otra cosa, que tiene que ver con la naturalidad. Si el personaje, que tiene un nombre, se sienta en ese bar y pide café negro, lo revuelve pensativo, y en efecto tiene esa camisa a cuadros, si todo eso sucede con naturalidad porque el personaje lo hace y yo puedo verlo mientras lo hace, entonces yo copio eso en papel, y ahí no más lo tenemos a Carlos o Eugenio, cuarenta y cinco años, casado, redactor de una revista de modas, o productor agropecuario, o simplemente un viajero que pasaba por Buenos Aires y se quedó más tiempo porque conoció, tres noches antes, a una mujer de piernas largas y morenas, él dice morenas porque lo leyó en esos diccionarios que traducen los modismos a los extranjeros para que los porteños no los estafen y los macaneen, piernas morenas y un sabor a vino en la boca, bailarina o simplemente morocha argentina que se quedó con el interés y el espíritu de este hombre, que ahora es sueco y en vez de la camisa a cuadros tiene una remera cuello en ve, moderna, ojos azules, grandes, anoche durmió bien a pesar del vino y de ella, Morelia, me gusta el nombre Morelia y no sé por qué, y ella que se despertó antes que él para irse a trabajar y lo dejó durmiendo en su departamento a pesar de haberse conocido hace tres días, un sexto piso en Palermo, el barrio donde se hospeda este señor que llegó de Suecia al continente, pero que viene bajando desde Venezuela, y sin poder pensar mucho ahora está hojeando un diario que apenas entiende, pero le interesan las fotos y lee con dificultad los titulares, consulta su diccionario, se toma el café negro porque le recuerda su Suecia natal, agradece al mozo que cuando lo ve comenta con un compañero, se le cae la cara de gringo a este, es tremendo. Y así se pasa la mañana, ya tenemos al personaje en plena actividad, bastará con sentarse desde otra mesa, porque eso es escribir, sentarse desde otra mesa y mirar, sin apuro y sin razón, qué hacen los personajes que habitan las ciudades, para que una voz clara dicte con cierto apuro lo que hay que poner en el papel, y así ellos se convierten en personajes de ficciones mientras nosotros copiamos a más no poder.</div>Unknownnoreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-77710907544072539902008-04-03T11:32:00.000-07:002008-04-03T11:40:39.941-07:00Cómo recobrarse de la desmoralización.Este texto tiene como objetivo arrojar alguna luz sobre cómo recobrarse de la desmoralización. Para no cerrar posibilidades (Atilio nunca lo permitió), no voy a definir "desmoralización", sino permitirle manifestar su ambigüedad. Aclaro que soy Álvarez Gómez.<br /><br />Leí en algún lado que el mejor decálogo no tiene necesariamente diez preceptos, sino menos (pero contundentes). Enumeraré alternativas de cómo comenzar la recuperación, muchas de ellas inspiradas en comentarios (textuales o interpretados) de Atilio.<br /><br />1. Dejar de escribir y retomar alguna lectura.<br />2. Comprar y tomar vino en completa soledad.<br />3. Recordar, en el reducido espacio de un baño de restaurante (profundo olor a pis, escasez de jabón, ni hablar de toallas, olor a fritura, ruido a restaurante) un gran par de tetas y sus respectivos vértices puntiagudos).<br />4. Caminar con frío con la esperanza de llegar a un lugar mejor.<br />5. Visitar a un amigo.<br />6. Dormir la siesta de once a una de la tarde.<br />7. Comprar una entrada de cine y quedarse afuera, en el bar, leyendo un libro mientras se proyecta la película.<br />8. Hacer el amor con amor.<br /><br />Que se compelte la lista.Unknownnoreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-51982678358816703362008-03-10T07:53:00.000-07:002008-03-10T08:05:42.414-07:00Límites de las Inclusiones obligatorias.Nota Preliminar (AG).<br /><br />Se trata de una de las ficciones que Ottonello no publica por miedo a que se pudran o se olviden. Una crónica de viaje por Córdoba.<br /><br /><div align="justify">Límites de las Inclusiones Obligatorias.<br /><br />Yo entiendo –porque tener una opinión no significa ahogarse en ella- que el interés de una crónica de viaje reside un poco en la gracia de las descripciones geográficas, alguna aventura de camino, en los personajes que aparecen porque sí. Además, comprendería muy bien una crítica respecto de mis colaboraciones en esta Revista, dado que siempre que se me asigna una tarea encuentro perfectas razones para esquivarla y en vez, como una sustitución, ofrezco algo que va por los costados, como una ruta de cintura que merodea el tema que debería haber tocado (y que por motivos diversos no toqué).<br /><br />Cuando el señor editor me dio el pasaje en colectivo y dijo que iría a las Sierras de Córdoba para hacer una nota periodística sobre un lugar llamado Nono –ubicado en el Valle de Traslasierra- mi primera impresión fue de entusiasmo. Tomé el colectivo de las diez y veinte, en Retiro había cientos de personas dado el verano y el cambio de quincena, la casi total reclinación de los asientos me produjo una alegría y una comodidad inesperada, no tenía compañero de asiento ya que en la parte superior del colectivo había tres filas de y la mía era la solitaria. Apoyé la cabeza contra la ventana, hojeé un libro, y el próximo recuerdo que tengo es de la ciudad de Villa María, donde pasaría unos días en lo de un colega de la revista que me ayudaría a planificar el periplo serrano.<br /><br />Las claves del texto que compongo, texto que debería ser otro y por eso mismo fue concebido (por no haber podido ser lo que debió), fueron dadas por mi compañero Luis González, colega cordobés que me alojó en su casa de Villa Oeste, cuyo patio da al Río III, escondido tras una hilera de sauces. Antes de irte para las Sierras, decía Luis, no te podés perder cómo se pone el río a la tardecita. Así comenzó. El comentario de Luis, de una simpleza infinita, encendió en mí un estado de atención especial. Era cierto: no sólo no podía perderme mirar pasar el Río III a la tardecita, sino que (pensé) jamás podría redactar una crónica por las Sierras sin hacer un breve comentario sobre la calma con que se mecen los sauces, sobre las plumas amarillas en forma de camiseta que tiene el pecho amarillo, ni hablar de las lechuzas que se posan en los postes de los alambrados –animales nocturnos que giran el cuello casi ciento ochenta grados y buscan la mirada del hombre- o del desierto pacífico de las tres de la tarde en el centro de la ciudad, dormida a la hora de la siesta. Y así nomás, como un aluvión, entendí que sería imposible hacer una crónica de viaje, justamente porque las crónicas de viajes son imposibles de hacer desde el momento en que suprimir el más mínimo detalle de una tarde -o del quinto mate cebado bajo los sauces- provoca un malestar, como si esa eliminación arbitraria fuera una aberración de la realidad (como creo que sucede), una reducción criminal de lo que sucedió en aquellos días cordobeses, imposibles de recordar sin hacer recortes y simplificaciones.<br /><br />Aclarada la pauta fundamental, a la crónica de viajes le quedan dos caminos posibles: la locura, fruto de la descripción infinita; o la abstracción –reductora- que lleva a unos cuantos días a convertirse en un texto que tiene un principio, un personaje en primera persona (yo), una empresa de transporte que anuncia la salida de su servicio de las veintidós veinte, la Terminal de ómnibus, el colega Luis González y su casa sobre el Río, el Valle de Traslasierra, la quietud de Nono y su vuelco al turismo. Cosas así, más o menos hechas frase, reducidas a la narración, casi sin vida y en vías de apagamiento.</div>Unknownnoreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-26998044637007688592008-02-29T13:19:00.000-08:002008-02-29T13:21:01.941-08:00Razones para recordar a los taxistas. (P.O.)<div align="justify">No encuentro un título apropiado para encabezar este texto, y sé muy bien que un buen título sirve de cobijo –techo- como para acurrucarse debajo y empezar a decir algunas cosas. En los últimos días conversé con muchos taxistas, alrededor de cinco. No quiero olvidarlos por varias razones.<br /><br />Estos señores que entrevisté informalmente, sentado en el asiento de atrás, mirando por la ventana, me contaron de una u otra forma su manera de vivir. Para que este goce de relativa vitalidad es necesario que el lector sea cómplice y olvide el cliché de los taxis, del merodeo por Buenos Aires y sus barrios. Reconozco que a mi me seduce un poco el vagar por ahí en un automóvil conducido por un experto merodeador, y que pedir la supresión de un cliché es una imbecilidad ya que significa reconocerle un coeficiente de clichebilidad a determinados acontecimientos (en este caso el taxismo, el merodeo, etc.) Soy de esas personas que se emocionan sin razón cuando un taxista dice Canning en vez de Scalabrini Ortiz. Si alguien puede explicarme por qué pasa esto, se agradece.<br /><br />Hay una diferencia generacional considerable entre los taxistas con los que hablé. Orlando, de sesenta y dos años, tiene dos hijos; Juan Carlos, de sesenta y tres, que me llevó desde un depósito de Retiro Norte hasta Palermo, maneja un taxi desde los veinte años, trabaja de noche porque es más tranquilo, y –como dice él- conoce y aprendió a disfrutar del oficio. Ese mismo día a la tarde me llevó un hombre de unos cuarenta años, pelado, anteojos de sol, que dijo que era escritor, había adaptado una obra de Bertold Brecht que montaron con mucho dinamismo en una sala de Boedo, planificaron una gira, finalmente el proyecto se vino abajo porque la actriz principal se vino arriba al recibir una oferta para una película. El señor –cómo se me escapó el nombre- talla madera, espera la aprobación de un crédito bancario para armar un taller de talladura de madera, ama las artes, es levemente seseoso y habla con lentitud. Ese mismo día, un poco antes, me llevó otro taxista cuyo nombre no recuerdo o no pregunté, creo que tenía el pelo teñido, me auxilió en la búsqueda de una ferretería, mucho más no recuerdo. Ahora se me mezclan las caras de un taxista y de un guardia de seguridad, pero el taxista que intento evocar existe, y mostraba un envidiable aire de tranquilidad. Quizá sea posible enriquecerse de estas historias callejeras, con los relatos de estos hombres que rastrillan la ciudad llevando gente. Un gran temor es que estas poéticas no sean poéticas sino sequías literarias y descripciones innecesarias. Es un buen temor, es un temor responsable.</div>Unknownnoreply@blogger.com7tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-12725149379944536322008-02-06T15:08:00.001-08:002008-02-06T15:08:57.178-08:00Primeros aportes.<div align="justify"><br />No sé si lo que está sucediendo es una epifanía, o solamente el mate está bueno. Y es verano, eso algo suma -es febrero- y mientras anochece descubro una nube que con los minutos se irá enrojeciendo.<br /><br />Noto que es imposible distinguir entre momentos de querer compartir, una especie de apertura, o bien si el mate está bueno y es febrero.<br /><br />Lo que festejo esta tarde, a pesar de que son las nueve de la noche, es el comienzo de este diálogo –diferido o no- con Álvarez Gómez, en su propia casa literaria.<br /><br />Creo en ciertos vínculos entre el mate –que está bueno- el brote del mes de febrero, y las ganas de hablar de forma escrita. ¿Lo dije ya?<br /><br />Está claro que AG influenció mis aprocimaciones humildes a estos hábitos. Cuántas veces dijo en sus textos que escribir sobre la escritura es tirarse de cabeza al fango. Por eso opto por algo tan simple como reconocer la indiscernibilidad entre el mate óptimo y las ganas de escribir.<br /><br />Salud, y buena vida.<br /><br />PD: Publicar dos textos en nun mismo día hace correr el riesgo de que el primero de ellos no sea leído. Sería una desgracia, porque hace tiempo el mate no estaba tan bueno y la tarde tan linda.<br /><br />P.O.</div>Unknownnoreply@blogger.com13tag:blogger.com,1999:blog-2921814854462484400.post-46130198434323387692008-02-06T10:51:00.000-08:002008-02-06T10:52:54.663-08:00Reinauguración.Hace un tiempo ya considerable anuncié –exagerando el tono apocalíptico o la melancolía (después hablaré de ello, o lo hará Álvarez Gómez, ya que él ejerce la nostalgia como ninguno), algunos cambios rotundos. El silencio fue uno. De todas maneras, me dispongo a contar algunas novedades en forma escrita, gimnasia que se practica en este espacio, hasta hoy únicamente a cargo del señor Álvarez Gómez, cuyas crónicas han podido visitar (y aún puede, si las buscan), en este lugar.<br /><br />No tengo mucho más que decir que lo que ya estoy poniendo en evidencia. Él y yo compartiremos este espacio, de diversas formas. Cuando sean publicados sus crónicas de antaño, esto se aclarará en el título. Cuando las publicaciones incluyan mis cuentos, ensayos, u otros textos, esto también será aclarado. Voy a colaborar con usted, Gómez, qué me cuenta. Es momento de que acepte el hecho de tener discípulos.<br /><br />Publicaré también mis comentarios a muchas de las piezas de AG que fueron publicadas en el último año.<br /><br />Espero poder hablar más libremente.<br /><br />Saludos a todos, y bienvenidos a esta reinaugración. Me da mucha alegría poner mi nombre en este lugar, junto al de Álvarez Gómez.<br /><br />Pablo Ottonello.Unknownnoreply@blogger.com3