lunes, 15 de enero de 2007

Ocurrencias

Cierta vez discutí con un conocido acerca de una idea sobre un texto. La expuse, cautivado en sus detalles. Mi iterlocutor dijo: es sólo una ocurrencia. No entiendo a los apologetas de la seriedad. ¿Acaso las ideas literarias son cosas serias, envueltas en láminas de oro, que hay que desenvolver para admirar? ¿Qué es una idea sino una simple mirada del mundo, un comentario pasajero, remoto, pero que de todos modos queremos hacer para vaciarnos de algo que nos pesa? Señores, todo quedará atrás, nuestras ideas, las palabras y fotos de la juventud, los amores de verano, un recuerdo primaveral, nuestros cuerpos. Sobrevivirá lo urbano, las grandes estructuras, la línea del subterráneo, los edificios y avenidas. ¿Pero los humanos? Los humanos, así como vinimos, nos iremos. Entonces, ¿qué acto es más noble, más necesario, más poético y decente que el de hacer un comentario cómico sobre el mundo en el que vivimos? ¡Salud, seres ocurrentes! ¡No se detengan hasta la embriaguez!

Un "Gómez" de Felicidad

Así como los utilitaristas medían (o aún miden) la efectividad en útiles (unidad abstracta que generó grandes complicaciones académicas), yo mido mi felicidad en Gómez. No tiene plural, por lo que funciona como las palabras tesis o análisis: un Gómez, dos Gómez, tres Gómez, y así hasta el más absoluto éxtasis. A partir de esta definición, uno puede emplear (acuñar primero, emplear después) expresiones como qué gusto verte, siento un Gómez de felicidad, o bien, ese rogel está para cuatro o cinco Gómez. No podría aclarar cuántos son muchos Gómez ni cuántos escasos. Sentir un Gómez ya es bastante. Incluso el mismo término podría llegar a emplearse como sinónimo de la felicidad.

Muro (I)

Por una ventana de la cocina que da al mundo lo único que se ve es un muro. Alto, gris, un muro como deben ser la mayoría de los muros, aunque hay muros y muros. Algunos muros son más muros que otros, i.e. murean con más intensidad, murifican su interior y marginan lo que queda fuera. El muro, el que se ve por la ventana de la cocina (que da al mundo), murea hasta la mureósis. Para verlo sólo hay que ver por la ventana: el muro aparece, murísimo, mureando, murificando la vista del valiente observador. Desde esta ventana (que da al mundo) lo único que vemos es el muro, y esa especie de dialecto griego o ruso formado por las vigas que sobresalen. Un bajorrelieve, una obra de arte de la urbanidad se nos regala a los ojos. El paisaje es increíble: muriático y abominable. Miro por la ventana y siento la libertad, y aunque me pregunte si no estoy un poco equivocado, si no habré pervertido la libertad, miro el muro y me mureo, murifico mi alma. Cuando dejo de mirar por la ventana ya siento la abstinencia, la necesidad estomacal de ver el muro, aunque éste sea alto, gris e inabarcable.