martes, 4 de septiembre de 2007

Poetización.

Sobre la despoetización he hablado tanto, quizá en todos mis breves textos, y puede que no valga la pena reincidir. También hablé bastante de Atilio, de su visión de la poetización/despoetización de los hechos de la vida, y cómo entiende ese proceso como un ciclo inevitable (y algo atroz).

La oscilación entre la maravilla plena y la baldosa cruel, entre la fantasía y la llanura espiritual, es la disputa que se juegan nuestros días en el mundo. Un perro pensativo en una esquina –hay uno en Belgrano- o una panadería atendida por el señor Pedro; ambas maravillas o simples comentarios. Están allí, las mandarinas en el cajón de la frutería, un kiosquero viejo de simpáticos ojos azules. Los detalles más notables o simples agregados sin mucho que aportar a una descripción de uno o varios días.

La conclusión es dramática: podemos notar mucho o poco de la vida, de lo que hay en las veredas, podemos viajar o quedarnos. Podemos o no percibir. Lo terrible es dejar de sentir asombro ante ciertas brevedades.