lunes, 15 de enero de 2007

Muro (I)

Por una ventana de la cocina que da al mundo lo único que se ve es un muro. Alto, gris, un muro como deben ser la mayoría de los muros, aunque hay muros y muros. Algunos muros son más muros que otros, i.e. murean con más intensidad, murifican su interior y marginan lo que queda fuera. El muro, el que se ve por la ventana de la cocina (que da al mundo), murea hasta la mureósis. Para verlo sólo hay que ver por la ventana: el muro aparece, murísimo, mureando, murificando la vista del valiente observador. Desde esta ventana (que da al mundo) lo único que vemos es el muro, y esa especie de dialecto griego o ruso formado por las vigas que sobresalen. Un bajorrelieve, una obra de arte de la urbanidad se nos regala a los ojos. El paisaje es increíble: muriático y abominable. Miro por la ventana y siento la libertad, y aunque me pregunte si no estoy un poco equivocado, si no habré pervertido la libertad, miro el muro y me mureo, murifico mi alma. Cuando dejo de mirar por la ventana ya siento la abstinencia, la necesidad estomacal de ver el muro, aunque éste sea alto, gris e inabarcable.

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