jueves, 20 de septiembre de 2007

El Barbudo.

El Barbudo camina envuelto en su silencio y en sus ropas. Algunos conocerán su nombre: yo no. No me animo a hablarle por miedo a molestarlo. Duerme ahí, en la vereda, con las manos sosteniendo la cabeza como si estuviera en la playa. Parece cómo mientras duerme tirado sobre la rigidez del piso. El sí duerme en Buenos Aires.

A veces no está, y yo me pregunto adónde irá cuando su lugar en la vereda está vacío. Cuando llueve, por ejemplo, se las arregla de otra manera. No molesta a nadie. Camina entre la gente bien vestida del barrio y a veces, sin mucho gesto, pide un cigarrillo y le dan dos.

Una vez vi que sonreía cuando una jovencita le acercó un pedazo de torta.

Tiene una barba larga, pero una mañana –al verlo sin gorro- descubrí que era pelado. Pensativo se tocaba la barba cuando yo iba a trabajar. Cuando volvía, ya de noche, el Barbudo estaba casi en la misma posición, con una mano le jugaba a la barba.