martes, 22 de abril de 2008

Inhibidor de Epifanías.

Así como la epifanía se presenta repentina, como una aparición, la figura del “inhibidor de epifanías” lo hace de manera más abrupta y menos espiritual. Cualquier elemento o situación puede funcionar como inhibidor de epifanías. Intentaré, en pocas líneas, hacer una descripción de este concepto.

El apasionamiento y la imaginación son amigos de la epifanía. El inhibidor es un destructor de maravilloso, y su único argumento es tener un vínculo más cercano con la coyuntura (el alquiler, el trabajo, las noticias de los diarios, los platos sucios).

La figura del inhibidor de epifanías es en ciertos círculos considerada un brazo o apéndice de la moral, cuando las epifanías (salvo las religiosas) revelan cosas que algunos prefieren esconder (el amor, las mujeres, la belleza, el amor a la vida). En otros círculos se la relaciona con el escepticismo, forma cruel y racional de vivir, no exenta de utilidad.

En otro orden de cosas, yo la entiendo como “el buchón”, aquel que simplemente recuerda que todo es menos imaginario de lo que parece.

sábado, 12 de abril de 2008

Construcción del Personaje.

Aclaro de entrada que no estoy en desacuerdo con los cánones clásicos de la dramaturgia. Los considero sumamente útiles y de hecho muchas veces los he utilizado en mis ficciones y en una obra de teatro que nunca se estrenó (ni mis ficciones). El comentario tiene lugar porque yo uso métodos alternativos, que se complementan con la dramaturgia clásica. Yo sí creo que el personaje debe construirse, sólo de otra manera. Intentaré echar luz sobre esto, como dicen los académicos cuando se cansaron de introducir sus textos y ansían pasar al cuerpo principal de lo que iban a decir.

Cuerpo principal de lo que iba a decir.

Soy Álvarez Gómez, no es vana la aclaración porque este espacio es ahora compartido, y no quisiera que se mezclaran las autorías. No por temas de derechos (no creo que vayamos a hacer un billete con esto) sino por respeto y esas cosas. Iba a decir que al personaje hay que esperarlo, yo los espero sentado en algún lugar cómodo, como este bar donde el mozo acaba de servirme una lágrima grande, hermosa metáfora aplicada el café, y fue de esos mozos de oficio que es ya difícil encontrar, y sobre todo, sirvió el café desde esos jarritos que son como jirafas de metal, un chorrito del líquido negro y humeante, y otra cantidad de leche. Le medida fue exacta, como si estuviera perfectamente calculado, o bien practicado por años de alquimia cafeteril. Me sorprendió cómo hizo el mozo para no volcar café por todos lados, porque el movimiento de la jirafa de metal fue bastante abrupto.

No es cuestión –he vuelto al tema central sobre el personaje- de ponerle un nombre y una camisa. El personaje es otra cosa, en cierta forma precede su escritura. No se trata de que por que tiene camisa a cuadros gastada, desabrochada hasta el tercer botón, pecho con pelos, cara de cansado, tremendas ojeras, negras tirando a violáceas, y porque pide café solo, negro y caliente, este tipo es de tal o cuál manera, golpeador, deprimido, campesino o cualquier profesión que pueda sugerir su vestimenta y sus comportamientos. Se trata de otra cosa, que tiene que ver con la naturalidad. Si el personaje, que tiene un nombre, se sienta en ese bar y pide café negro, lo revuelve pensativo, y en efecto tiene esa camisa a cuadros, si todo eso sucede con naturalidad porque el personaje lo hace y yo puedo verlo mientras lo hace, entonces yo copio eso en papel, y ahí no más lo tenemos a Carlos o Eugenio, cuarenta y cinco años, casado, redactor de una revista de modas, o productor agropecuario, o simplemente un viajero que pasaba por Buenos Aires y se quedó más tiempo porque conoció, tres noches antes, a una mujer de piernas largas y morenas, él dice morenas porque lo leyó en esos diccionarios que traducen los modismos a los extranjeros para que los porteños no los estafen y los macaneen, piernas morenas y un sabor a vino en la boca, bailarina o simplemente morocha argentina que se quedó con el interés y el espíritu de este hombre, que ahora es sueco y en vez de la camisa a cuadros tiene una remera cuello en ve, moderna, ojos azules, grandes, anoche durmió bien a pesar del vino y de ella, Morelia, me gusta el nombre Morelia y no sé por qué, y ella que se despertó antes que él para irse a trabajar y lo dejó durmiendo en su departamento a pesar de haberse conocido hace tres días, un sexto piso en Palermo, el barrio donde se hospeda este señor que llegó de Suecia al continente, pero que viene bajando desde Venezuela, y sin poder pensar mucho ahora está hojeando un diario que apenas entiende, pero le interesan las fotos y lee con dificultad los titulares, consulta su diccionario, se toma el café negro porque le recuerda su Suecia natal, agradece al mozo que cuando lo ve comenta con un compañero, se le cae la cara de gringo a este, es tremendo. Y así se pasa la mañana, ya tenemos al personaje en plena actividad, bastará con sentarse desde otra mesa, porque eso es escribir, sentarse desde otra mesa y mirar, sin apuro y sin razón, qué hacen los personajes que habitan las ciudades, para que una voz clara dicte con cierto apuro lo que hay que poner en el papel, y así ellos se convierten en personajes de ficciones mientras nosotros copiamos a más no poder.

jueves, 3 de abril de 2008

Cómo recobrarse de la desmoralización.

Este texto tiene como objetivo arrojar alguna luz sobre cómo recobrarse de la desmoralización. Para no cerrar posibilidades (Atilio nunca lo permitió), no voy a definir "desmoralización", sino permitirle manifestar su ambigüedad. Aclaro que soy Álvarez Gómez.

Leí en algún lado que el mejor decálogo no tiene necesariamente diez preceptos, sino menos (pero contundentes). Enumeraré alternativas de cómo comenzar la recuperación, muchas de ellas inspiradas en comentarios (textuales o interpretados) de Atilio.

1. Dejar de escribir y retomar alguna lectura.
2. Comprar y tomar vino en completa soledad.
3. Recordar, en el reducido espacio de un baño de restaurante (profundo olor a pis, escasez de jabón, ni hablar de toallas, olor a fritura, ruido a restaurante) un gran par de tetas y sus respectivos vértices puntiagudos).
4. Caminar con frío con la esperanza de llegar a un lugar mejor.
5. Visitar a un amigo.
6. Dormir la siesta de once a una de la tarde.
7. Comprar una entrada de cine y quedarse afuera, en el bar, leyendo un libro mientras se proyecta la película.
8. Hacer el amor con amor.

Que se compelte la lista.