lunes, 26 de febrero de 2007

Variantes

Como sostiene una autora amiga, y la mayoría de los mortales, existen diferencias entre hacer el amor y tener sexo.
El lenguaje no puede frenar en su carrera de tejedor, de tapicero de símbolos. Por eso "tener sexo" suena a pornografía, a ruido, a casa de burlesque. Una vez fui a un prostíbulo en Neuquén, y la prosttuta era tan jovencita que nos quedamos charlando. Cuando le conté a Ornamenti, me insultó. Dijo simplemente que era un pelotudo. Puede ser, pero la conversación fue extraña y fantástica. Aquella mujer no se había permitido pensar en qué estaba haciendo. No me gusta el papel de defensor de las prostitutas; es tan cliché como pretender ahogar penas en whisky. Aunque odiar los clichés es igual de estúpido y cliché, y así hasta el In-Fitito.

Cuando Ornamenti dice que fornicar es una cuestión de aperturas, es difícil refutarlo. Tiene razón, aunque no lo sabe. Dice que nunca (jamás) amó a nadie. Miente, eso es imposible. Junto con Atilio sospecho que en su juventud (época frutal de la vida, época de higo maduro, de granada alborotada) debe haber sufrido mucho hasta convertirse en el sujeto que es ahora, misógino y violento. Hacer el amor es la apertura de los ojos, que se miran entre sombras y oscuridades; es la apertura de las manos, estremecidas, acariciantes, de las uñas y los dientes, de las bocas y los antebrazos que buscan rozar.
Yo no digo lo mismo que Ornamenti. En mi juventud, un verano de higos maduros y dulces, creo haber estado a punto de hacer el amor con una mujer acuarela. Lo tuve que imaginar, y el recuerdo es aún más tibio, más cálido, más verdadero.