lunes, 19 de marzo de 2007

En la Costa del Plata

Detrás, la Reina. Y en estas orillas sucias de urbanidad, montones de domingueros más o menos felices, más o menos aficionados a la pesca y actividades de tiempo libre. Dominguera es una ceremonia que incluye termos de colores, sillas playeras, camionetas con capacidad de almacenamiento, tías, abuelas, rememoraciones ejemplares, la radio comentando algún partido que está por empezar. Lo interesante es creer que por andar por la orilla de lo que fuera el Balneario Anchorena –hoy sucio, muy sucio- voy a poder escribir una aguafuerte martinense. Pido disculpas, pero creer que uno es escritor es el primer paso para serlo de verdad, aunque ello implique la posterior manufactura de algo parecido a la literatura.

Caminar entre la gente con la certeza de no ser Roberto Arlt no es tan malo como parece. La veneración respetuosa de ciertos autores es una actitud noble. Así caminé una tarde de mi juventud, mirando cómo a pesar de la roña los chicos se bañaban en las costas del Plata, un río con aspiraciones marinas que los europeas no conciben, que días como ayer está diáfano y parece puro. Y que sobre ciertos atardeceres se vuelve de aluminio bajo cielos rojizos.

Por lo visto, se puede mitigar con éxito la desalegría, aún entre botellas de plástico y bolsas de supermercado, aún entre la incestuosa yunta de desechos naturales y fabricados que le da a estas costas un aire de patio de una gran fábrica.