viernes, 27 de abril de 2007

Relatos Hipocondríacos

Confieso que cuando Atilio mencionaba fantasías apocalípticas yo temblaba como una hoja. En sucesivos brotes paranoicos temía caer gravemente enfermo e ir muriendo de a poco, a lo largo de los años, con aquella hipotética enfermedad que le impedía creer en una existencia más liviana, menos real, no tan molecular.

En estos ataques de conciencia animal, Atilio reventaba de ideas temibles. Intentaba adivinar, a cada acto, su contraparte orgánica. Todos sus movimientos se volvieron procesos, resultados, consecuencias neurológicas. Sus estados de ánimo se tradujeron en poderosas ecuaciones, entreveros de sustancias químicas que producían alegría, deshonor, apuro, nervios. Incluso amor, delirios poéticos, amabilidad. Era terrible.

La segunda confesión es que quizá estos temores orgánicos (no sé cómo llamarlos) fueran solo míos, y no tanto del poeta de Tigre. Él hacía elaboraciones conceptuales, yo moría en el terror. Él vociferaba epifanías, yo me encerraba en el baño, descompuesto, con la horrible certeza animal de que ante todo, somos cuerpos cumpliendo funciones vitales.

No puedo soportar la idea de un paso únicamente biológico por la vida.