martes, 24 de abril de 2007

Noche Tecla.

Esto no se va a entender, pero voy a decir higo maduro y granada alborotada. Voy a decir que crucé la calle tecla del Libertador, que esquivé un camión tecla tecla tecla, subí las escalera y vi que Paula tenía puesta un tecla tecla colcor tecla. Esperé, el salón estaba lleno de Paulas, la gente comía con ruido, mientras un señor habló sobre la Corte Suprema de Justicia de la Nación, yo me apoyé tecla tecla contra una pared, obtuve vino en una copa, la vacié en tres tragos y pensé: tecla tecla tecla. El hombre ofrecía un lento discurso, tecla tecla tecla sobre Ulises y su atadura para no tentarse con la tecla tecla de sirenas alucinatorias, la metáfora con la Constitución tecla Argentina, el comentario de los oyentes que comían lechuga adobada, "qué buena comparación entre tecla tecla tecla y Ulises." Yo, Alvarez Gómez, esperé el efecto tardío del vino. Miré con atención, el salón amplio, la gente tecla, los trajes y los vestidos tecla. Todo muy tecla, muy prolijo.
Los pasos se escuchaban en la noche tecla porque mis zapatos. La vereda vacía parió un Ministerio gris, un policía, o bien el edificio de la cancillería. Doblar la esquina parió el avistaje de Suipacha y el recuerdo de haber hecho el amor en un piso tecla, con una mujer que se acostaba conmigo más por tecla que otra cosa. Recuerdo, o bien podría decir que tecla, que desde el balcón o incluso desde la cama tirada en el piso se veía el cartel del Hotel Tecla de Buenos Aires, situado en Retiro, a pocas cuadras de donde caminé en la noche quieta.
Los tacos de mis zapatos, tecla tecla sobre la vereda solitaria. Finalmente, la horrible certeza: Paula, Paula, Paula. Tecla, tecla tecla.