martes, 19 de junio de 2007

Regreso al Federal.

La segunda vez que fui al Federal fue unos días después. La noche era casi la misma; la penumbra, apenas distorsionada. Era un regreso distinto. Atilio dormía en su asiento. El mozo dormía sobre el mostrador. Los cocineros dormían, aunque no podía verlos. Alrededor, en las mesas contiguas, los parroquianos se habían dormido sobre sus platos. Una señora había volcado su vaso de vino. Una mujer había interrumpido una conversación, ahora estaba tendida sobre una tortilla española. Todos dormían. Todos estaban soñando.

Yo caminaba entre las mesas, midiendo los pasos para no despertar a nadie. Encontré mi mesa. Encontré la tuya. La penumbra era diferente. La luz que te caía no era amarilla. Dormías sobre un antebrazo. El sueño te acababa de vencer, porque en tu copa el vino aún se movía. Me senté cerca de tu cara. Te vi dormir. El único que estaba despierto era yo. Miré alrededor, por temor a que me vieran tan cerca tuyo. Todos dormían. Me incliné. Tu brazo se movió. Tus ojos, que habían cambiado otra vez, se abrieron. Llegué a mirarlos, pero un sueño profundo me volcó sobre tu mesa. Ahora el que dormía era yo. Vos estabas despierta, muy cerca de mi cara.