domingo, 10 de junio de 2007

Continuidad de las Paulas II.

Alguna vez rememoré (¿o fue Atilio?) cómo en cada una de las mujeres había algo de esa mujer que por azar se llamó Paula. Hoy, la noche de junio, rememoro un sueño donde una mujer, un automóvil, la oscuridad, algunos policías, y yo sentado en el asiento del acompañante. La mujer, seguramente Paula porque no quedan muchas opciones, estaba al volante. Ahora conozco tanto su voz que puedo escucharla, ahora podría enumerar los detalles de su cuello. En ese sueño reconocí su presencia y comprobé que estábamos en peligro de que esos policías nos confundieran con ladrones y dispararan. El acto refeljo fue el miedo. El segundo impulso fue acercarnos para cubrirnos de brazos, acercando mi cara a la tuya y entibiarnos los dos, protegidos del peligro. Desperté con la timidez de quien ha soñado con el amor de una mujer.

La inevitable continuidad de las Paulas me lleva a pensar que las huellas en la arena (la playa marplatense, el mar negro, el viento frío) ya se han borrado. Nuevamente nos queda la evocación de una noche azarosa. Azarosamente caminamos, azarosamente te miré la boca un segundo de más. Tu cara cambió. Tus ojos eran otros.

Las palabras dichas operan como misterios. Una caminata en la noche, dos butacas de avión, tu mano y un sacapuntas. Todo esto gravitó y esta noche, mientras evoco los años de mi juventud, pienso que una Paula cíclica y azarosa estará más o menos cerca, más o menos en mi mente, acompañándome como una vieja conocida.

Nunca un título tan acertado, nunca una noche tan justa como esta para elegir la vigilia y repudiar el sueño. Ya me dormiré y con suerte aparecerán los policías y tus antebrazos. Hubiera caminado esta noche con vos, aunque sólo pude imaginarte mientras caminabas, quizá con apuro, quizá con tu paz habitual. Me llegó una voz enroscada en risas y alguna respiración más alargada. Pero sí, entendí el pedido.