lunes, 29 de octubre de 2007

Álvarez Gómez y su amigo Beatnik.

Resulta que yo, el narrador, les estoy contando cómo el señor AG –merodeador de esta capital- se encontró una tarde en compañía de un señor de nombre Paul, hombre que vivó en Francia (255 crèpes de roquefort ingeridos, con tilde al revés), quien al poco rato de caminar demostró ciertas rarezas. AG, que narra y es narrado, notó que Paul observaba mucho el entorno y decía cosas como “Oh, santa plaza, santa santa santa fuente de agua y ocio, o santa rhodesia, santo recuerdo de mi abuelo Rafael”, a lo que yo no hice más que acompañar con leves gestos de desconcierto. Su compañero, hombre que leyó los manifiestos surrealistas sin traducir, se maravillaba con las heladerías y decía “santo dulce de leche granizado bañado en choolate, santa morocha que pasó por allí, santa primavera vera vera”, dejando a AG perplejo, desorientado, y con pocas alterativas de acción. Paul, hombre de tildes torcidos y babosas erres, era un Beatnik definido por él mismo, ser de una simpatía y verborragia sin par. Cómo hice para caminar tantas horas con él, dice el narrador para describirnos a Paul y así aquella caminata, cómo hice para meterme en su santo santo santo santo juego: no lo sé. Terminé por apreciarlo, después de todo era un francés amigable, fino con las mujeres, borracho e infantil.

martes, 16 de octubre de 2007

Cursos sobre fruteo.

Mis participaciones como orador del CES (Centro de Estudios Siniestros) fue a través de una sub-asociación llamada A.S.M.A: Asociación de Seres Merodeadores y Agudos. En el marco de la A.S.M.A., asociación febril, dicté cursos sobre fruteo.

No transcribiré lo que dije, para eso están las desgrabaciones. Para eso, además, contratamos a la taquígrafa (¿se llama así la profesión?) que después Atilio amó en una hamaca paraguaya. Sí quiero transmitir el origen del fruteo, esto es, cómo cuándo y por qué un individuo comienza a frutear.

Los casos de fruteo más frecuentes se dan con el comienzo de la primavera, y mucho tiene que ver el alboroto nasal de los jazmines. Muchos fruteos comienzan con la ingesta de frutas veraniegas (nísperos, ciruelas, higos), y nada iguala la sensación de comer nísperos robados del vecino después de trepar hasta las ramas más altas.

Se frutea mucho en las playas y en los bares, aunque nada impide frutear en medio de Buenos Aires, a la sombra de algún techito. Se frutea con hielo, con limón, a las ocho de la noche. Se frutea en un sillón, y lo mejor de todo: se frutea de a dos.

Recuerdo el fruteo de un verano, aquel verano inusual –promedio de veranos de la juventud- en el que Paula y yo fruteamos juntos por los adoquines de San Telmo, con vino blanco en copas amplias, en mesitas tambaleantes sobre la vereda.

Recuerdo, como actividad netamente frutal, cómo miré la cintura de Paula vestida de muchos colores.

viernes, 12 de octubre de 2007

Métodos de Seducción de los Dentistas.

Cosas como las que voy a narrar ya no suceden. Al principio de la primavera de 1972, sentados en el Café El Molino, Hugo Molina y yo conversábamos viendo pasar los taxis y las medialunas. Hugo, mi amigo dentista, estaba refiriendo una práctica que había comenzado a implementar con éxito los últimos meses. Una técnica de seducción. El preludio fue tan interesante que callé y di pie a que comenzara.

Resulta que los nervios y el estress, decía Hugo, provocan muchas reacciones en el cuerpo. Una de ellas, relacionada a la dentadura. Muchos de sus pacientes sufrían de un trastorno leve pero nocivo, cuyo nombre ahora no recuerdo, y que consiste morder durante las horas de sueño. Las consecuencias son severas: el desgaste innecesario y prematuro de la dentadura.

Una mañana de junio, meses antes de aquel encuentro en El Molino, una hermosa mujer entró a su consultorio. Abrió la boca y fue inspeccionada por la mirada de Hugo. Al terminar su labor, comentó: usted tiene un trastorno nervioso que se manifiesta durante la noche. Sorprendida, la mujer se incorporó en el asiento y pidió más explicaciones. Hugo describió el mal que sufría, e hizo especial énfasis en las consecuencias. Para su provecho, exageró: pérdida total (e irrecuperable) de la dentadura a la edad de treinta años. La mujer desesperó, y le pidió que por favor hiciera todo lo necesario para curarla. Simulando seriedad, Hugo la tranquilizó, pero aclaró que debía encomendarse a un tratamiento innovador. Ella aceptó.

El método –controvertido- dio resultado. Dado que los síntomas aparecían durante la noche, Hugo invitó a la mujer a pasar la noche con él. Para evitar que se mordiera la boca y gastara sus dientes, se puso una camisa limpia, perfume, y la llevó a un restaurante. Durante la cena hablaron de viajes y poesía, le mostró un anotador con ideas para un largometraje, mencionó a Charles Mingus y a John Casavettes. Tomaron mucho vino. Para continuar con el tratamiento, decía Hugo, ella no debía dormir sola. Para asegurarse de que funcionara, aclaró, debía dormir con él.

Como el respeto y la distancia atraen a las mujeres, decía Hugo, se ofreció a dormir en un sillón. Ella, contenta por la prudencia de su doctor, aceptó. A la mitad de la noche se cruzaron en un pasillo: ella iba al baño; él iba a verla dormir. Cruzaron palabras, pero no se besaron. Para meterse en su cama, sostuvo que se sentía inseguro de que a pesar de todo, su dentadura no estuviera estrellando mientras ella dormía. Por deber profesional, dijo, debía estar a su lado. Ella aceptó. Hugo se acomodó del lado izquierda de la cama, alejado de ella. A ella le agradó mucho su recato. Con una frase muy aguda se lo hizo notar.
Hicieron el amor cinco veces.

lunes, 8 de octubre de 2007

El Perro Pensativo II.

De tanto mirar la calle, El Pensativo orina amarillo. Antes de hacerlo se fija qué lugar de la vereda es el más transitado. Así aparecen los manchones, espesos y deformes, que con orina interrumpen el tránsito de gente. No hay mucha gente en esa esquina, es cierto, pero el Perro sólo sabe expresar así su rebeldía: con su orina espesa festeja su condición de observador.

Como nadie disfruta el fresco de la mañana y cuando el sol le ciega los ojos. No sabe por qué, pero el alboroto a la entrada de los colegios, leve rumor de adolescentes, lo alegra. Entonces aplasta la cara contra el piso, contra las baldosas desiguales, y se deja respirar.

Las últimas horas de la tarde son las mejores para la siesta. Entonces busca un escalón calentado por el sol de la tarde, el sitio perfecto, y cosas en qué pensar antes de desvanecer en su propia comodidad. Como todos los perros, usa su lomo de almohada, y arropado en sí mismo se desinfla de placer. De tanto en tanto abre un ojo para ver pasar un señor, una vieja que cruza la calle con verduras recién compradas, o despierta apenas con el motor de algún auto que frenó en la ferretería.

Así, entre sueños, deja pasar la tarde.

jueves, 4 de octubre de 2007

Razonamiento Cubista.

Tal es así que según Pablo Picasso –al menos según algunas de sus obras- no se puede mirar la realidad de una sola manera, porque la realidad es en sí muchas maneras. El cubismo fragmentó la realidad, y a través de su técnica alcanzó la deformación. Porque la realidad, según el cubismo, es una deformación. O bien, es una realidad deformada.

Sin embargo, esta es mi lectura. Y mi lectura es un solo costado. El perfecto razonamieto cubista debería poder contradecirse, derrotarse a sí mismo, y así alcanzar la incoherencia. Porque la opinión es una forma de incoherencia.

No podría existir una perpectiva cubista. Deben coexistir todas.

Existir y no existir, de manera simultánea.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Soseo.

Sosa, la gata, sosea. Anda por ahí, soseando sube la escalera, soseando duerme en una alfombra, soseando maúlla.

El soseo es una actividad compleja a través de la cual Sosa se manifiesta. Sosa (la gata) se adjudica su condición de gata con su soseo. Su soseo es la confirmación ontológica por si quedaban dudas de su socitud.

Ahora duerme en un sillón, y deja pasar la mañana. Aunque ni lo sabe, porque sosear es eso, sosear y sólo eso.

La comodidad absoluta, la gatitud suprema. Sosa es soseando.

martes, 2 de octubre de 2007

Pequeños Acontecimientos.

Al salir de una avenida, un taxista bostezó. Un hombre de barba negra merodea un barrio de Palermo y cuando tiene suerte consigue cigarrillos.

En Céspedes y ciudad de la Paz vive el Perro Pensativo.

En el video club de la misma esquina los dueños viven el mundo que quieren mientras encienden inciensos y escuchan Phil Collins.

Una noche, las luces del Pasaje Giuffra se apagaron y la calle, con sus adoquines húmedos, parecía espectral.

Otra noche, en julio, me metí en la ducha con una mujer en la oscuridad. Se oía el murmullo del tránsito.

Un martes de primavera me senté en un sillón, a dejar pasar la tarde.