lunes, 26 de marzo de 2007

3 pm (continuación de lo anterior)

Son las tres de la tarde. Comí en la única mesa de una rotisería belgranense donde entró un señor y pidió lo mismo que yo. Caminé pocas cuadras por el barrio. Noté que había salido el sol, que la lluvia era de ayer.
Somos lapsos, dice Álvarez Gómez, y la verdadera sabiduría la tienen los árboles, las viejas de barrio, las paradas de bondi; la sabiduría es sabiduría de raviol, vapor de domingo. Todo el resto sobra, todo el resto es mentira, confección, modernidad.

Epifanía de vieja en la esquina.


No son muchos los días en que todos los secretos de la vida se manifiestan en cómo drena el agua caliente entre la yerba de un mate que una viejita sostiene en la vereda de su casa. Y esa señora, que en su vida hizo poco más que tener hijos y revolver ravioles, siempre tuvo razón; razón que ostenta en momentos de la vida de otro. Porque aunque ella lo dijo más feo, más seco y sin entusiasmo, la señora aquella estaba en lo cierto. Como todas las viejas que hablan de la salud con desalegría de vereda. Ellas son reveladoras de la verdad, y entre sus manos drena el agua en el mate epifánico. Somos lapsos, y durante ese lapso somos más o menos desalegres, con una conciencia más o menos aguda de ello, más o menos preocupada por vencer el hecho sofocante de vivir sólo por un tiempo. Y durante el lapso, el terror frío de conocer que la conciencia es una duración, que somos ante todo limitación y encuadre. Somos un lapso durante el cual podemos o no reconocerlo, pero la vijita aquella, que en una esquina eterna rezonga tomando mate, esa señora que es promedio de las señoras y la vejez, ella siempre estuvo en lo cierto, siempre tuvo razón. A su salud, entonces.