sábado, 23 de junio de 2007

Explicación, Flema y Paula.


Antes de pasar al relato que se enarbola esta noche de sábado, me permito la siguiente explicación: fue la flema y no otra cosa la que me alejó de este Diario a través del cuál, de la forma que sea, me comunico con unos pocos lectores que respeto (y necesito) mucho. La flema, además de constituir una barrera literaria (barrera bastante elástica, por cierto), invita a la reflexión. Como alguien una vez comentó, una buena forma de no perder la necesidad de escribir es no escribir por un tiempo. Esa pausa esta vez fue por la flema. O no.

Podría sintetizar buena parte de mi vida diciendo que muchas veces me acerqué a Atilio con una noticia sobre Paula, sobre algún esplendor que le encontré, una novedad en la mirada. Los ojos nuevos de una mujer que se detuvo. Atilio solía responder siempre algo similar. Yo solía interpretar muy poco de sus comentarios, y volvía a mis fantásticas imaginaciones. Cuando Atilio perdió la cabeza por una mujer (¿era Morelia?), vino a hablarme. Le había sucedido. Se sentía estúpido e incapaz de razonar. No me sorprendí. Los dilemas humanos son siempre los mismos. Cabe preguntarse si es mejor ser apático que estúpido. Si es mejor protegerse del amor de Paula, o perder la cabeza, los pantalones, la dignidad, la fe y la personalidad por una mujer. En este tiempo (fueron unos años ya) he oscilado entre las dos opiniones. Por primera vez considero que esta oscilación es la forma más pura de la coherencia. El vaivén, en este caso, es coherente. Pensé muchas veces que no existía contexto incapaz ser mitigado por un buen trompetista y una bañadera caliente. También pienso todo lo contrario.

Quizá Paula nunca venga, espejismo de mujer. Quizá sea sólo un velo o una fragancia que me puebla la cabeza. También puedo equivocarme y que Paula exista; y que su proximidad se torne temeraria.