miércoles, 27 de junio de 2007

Orinadores dentro del Tarro.

Para dejar de orinar fuera del tarro, Atilio compró una lija, descascaró las paredes de la pintura vieja, compró una lata de veinte litros de Albalatex, una brocha y un rodillo, adquirió ímpetu, se alegró, se paró sobre una escalera, pintó por horas fumando sin manos, pensó poesías, eligió un verbo para Morelia, se bajó de la escalera, hizo un omelette, me sirvió vino, habló un poco, y después del trajín se puso a mear dentro del tarro. Practicó con minuciosidad, porque mear dentro del tarro es muy difícil. Dictó cursos de poesía donde sus alumnos no aprendían a escribir y ni siquiera leían, sino que venían a clase con grandes tarros de pintura (después de lijar y pintar sus casas), y lo que practicaban era, ante todo, mear dentro del tarro. Los tarros se iban llenado y clase a clase los tarros fueron pesando más, y llegaron a pesar tanto que Atilio les permitió (porque es un buen profesor) dejar los tarros en la cocina de su casa donde transcurrían las clases. Había un poco de olor, pero no importaba porque esa orina había sido colocada dentro del tarro, y eso es bueno porque es ante todo un acto profundamente moral. Fundó el primer Club de Poetas que Además de Poesía, Mean Dentro del Tarro, y si bien los versos que producían eran muy malos, no importaba demasiado porque al momento de mear, lo hacían dentro del tarro. Al principio les costó, como toda nueva disciplina, y no faltaron los cruces entre distintas escuelas técnicas. El péndulo de la orina es incontrolable, eso es de conocimiento público. Cuando el olor se hizo insoportable, Atilio les hizo vaciar los tarros (algunos con musgo) y leer versos de Oliverio Girondo, u otro autor que se le ocurriera en el momento.