lunes, 23 de julio de 2007

Doctrina.

El error de ustedes, decía enfurecido, es haber atado la felicidad a las cantidades. En lo personal, dice Álvarez Gómez, francamente no sé cómo hacía este hombre para que la gente siguiera apretándose en la cocina de su casa –sede oficial del CES durante los primeros años- para escuchar al Poeta en sus declaraciones llenas de furia. No es posible considerar eso un curso o taller de escritura de poesía. Tenía algo de discurso político. Recuerdo los años del CES como los más hermosos de la vida, pero es imposible distinguir si se trataba del CES o de la juventud.

Supe aprender de Atilio. Una tarde le conté que una mujer me había enamorado. Sonrió. No dijo nada pero con su silencio me advertía como si comprobase que muchos individuos perdían el tiempo en pensar que estaban enamorados. No era un hombre frío, era sabio. El amó a Morelia; ella una tarde le regaló un alfajor; otra tarde lo dejó. Algo parecido al enojo, un repudio a las formas comunes –no usaba la palabra mediocridad- lo llevó a creer que podría ayudara los demás a ser sutiles. La belleza reside en los espacios que deja la vida. Lo sutil. Atilio siempre fue un misterio, sobre todo para mí.

Su virtud consistía en tener plena conciencia de que el tiempo transcurre. Una vez habló de un reloj de arena de un cristal hipersensible a la altura del cuello (entre la parte superior e inferior), por el cual corría un líquido análogo al tiempo, cuyo paso furioso volvía triste al observador. Decía que no se puede vivir observando ese caudal, al menos no felizmente. Pero sí se puede meter la cabeza en ese río tan refrescante como momentáneo. Después dijo algo sobre el asco que le generaban las metáforas líquidas, y que no podía creer que él mismo usara un río para hablar del tiempo. Después, más calmo, fue a la cocina y puso la pava al fuego.