lunes, 25 de junio de 2007

Abstracción de la Mañana.

Aquella mañana, ya cerca del mediodía, los ojos de Paula (que eran otros) se escondían entre sus manos y los mechones negros. En mi tentativa de abstracción señalo lo siguiente: Álvarez Gómez manifiesta su profunda negación a olvidar esa mañana.

Siguiendo una vez más el delirio de Ireneo Funes, el fanatismo por una imagen comprobada, tan real como efímera, recuerdo: una boca a las once y cinco, la fila de dientes y la comba de los labios; la boca breve de las once y siete; el dilema del tiempo que transcurre, la cortina translúcida, la música que se apagó. Álvarez Gómez evoca (para no volver a olvidar): la caricia de las nueve y veinte, el té de las ocho, el abrazo de las ocho y uno. A fin de cuentas, lo que sucede sucede en el tiempo, dentro del tiempo como usted y yo esa noche de junio –mes frío pero genuino- aunque ya era la mañana y las luces, la niebla y el vapor del té.

La pretensión –idealista- de no dejar escapar ningún detalle (las tiritas verdes de la tela que cubría tus hombros, el tacto y tu cintura, la activación de tu sonrisa cuando ya quedamos solos y podemos explorarnos) lleva a que los días se hermanen en una gran sensación de junio, de abrigo contra abrigo –detenidos en una vereda del centro-; a cómo dijiste querés café y yo acepté para que la noche durara un poco más. Todo se confunde y vuelven las rayas negras de tus medias de cebra, el fulgor de tu pulóver de oso hormiguero, la luz de la ventana del avión o la cocina.

Materia errante, el tiempo o la evocación del tiempo terminan siendo casi lo mismo. La percepción irá modificando el cuadro, frondoso pastel de esa mañana luminosa; tendré que aceptar que no existe algo así como un recuerdo, sino una transición eterna producida por las evocaciones que vienen después. Quizá la próxima vez que recuerde tu risa de pájaro, tus manos a las diez y cuarenta, lo que vea sea diferente. Lo único inalterable es el suceder, el estar allí. El haber estado no dejará nunca de modificarse.