martes, 11 de diciembre de 2007

De Calígrafos y Lingüistas.

La discusión fue tremenda. Los lingüistas sostenían –con algo de razón- que cuando la palabra época remite a épocas muy lejanas, la tilde debía ser doble. Es decir, dos tildes acomodados uno al lado del otro, sobre la letra e. Enfurecidos, un grupo de calígrafos ortodoxos se negó con severidad al pedido. Jamás, decía, cometeríamos tal sacrilegio. Para argumentar, uno de ellos sostuvo que la letra e era sin duda una de las más lindas del alfabeto, y que por ende se negaban a dibujarle semejante aberración (semejante toldo, acotó un compañero).

Los lingüistas arguyeron que en ese caso la tilde no funcionaba únicamente por la esdrujulidad de la palabra época, sino que venía a acentuar el paso del tiempo. Como uno de ellos expresó: se trata de una segunda tilde nostálgica. Otro colega sostuvo que resultaba ridículo que no existieran niveles de esdrujulidad, incluso sobre una misma palabra. Dio un ejemplo: si la palabra época, remite a una época de hace veinte años, no puede ser igual de esdrújula que una época de hace mil. El argumento era sólido.

Los lingüistas son tipos muy cultos. Los calígrafos, más tirando a artistas. Se preocupaban más por la estética de las letras y las palabras. No sé cómo terminó la revuelta. Corrió un rumor de que un calígrafo, cansado de discutir, le partió una silla en la cabeza a uno del otro bando.

jueves, 29 de noviembre de 2007

Libro de Visitas.

A continuación transcribo la carta escrita por el Director del Museo del Ferrocarril, de la ciudad de Puerto Deseado (Santa Cruz), que Álvarez Gómez visitó durante su larga estadía patagónica. Finalmente, se encontrarán las páginas donde figuran frases de visitantes del Museo, e intervenciones y comentarios de Álvarez Gómez.

Carta del Director del Museo del Ferrocarril.

Nuestro Libro de Visitas es principalmente nuestra manera de conocer el parecer del público que nos visita. Si bien en su mayoría son augurios y felicitaciones, no llamó la atención la reiterada firma de un extraño señor cuya aparente diversión es criticar los comentarios del resto de los visitantes.

Un Libro de Visitas es un documento de gran importancia para nosotros. Nuestro Museo presta gran atención a la opinión de su público. Que usted insista en corregir la forma de escribir (que usted llama prosa) de nuestros visitantes, nos parece un acto de soberbia.

A través de esta carta le ruego no vuelva a visitar nuestro museo.

Atte.,

Guido Otey
Director del Museo del Ferrocarril
Puerto Deseado





Resumen de los Mensajes del Público – año 1971.

26/10/71
“Muchas gracias por todo. El museo es muy lindo. A mi marido y a mí nos encantó la estación. Nos pareció muy romántica. Ojalá todas las estaciones fueran así, incluso la de Constitución. Es tan lindo viajar en tren. Un saludo enorme (enorme) para Don Arias, que nos trató de mil maravillas.”

Saludos,
Mabel y Roque de Buenos Aires

26/10/71

Coincido con usted, Mabel, pero lamento mucho que su ilusión sea tan vana. Constitución jamás será una Estación romántica, o por lo menos no como usted concibe el romanticismo. Se equivoca también cuando dice que viajar en tren es lindo. Lo que es lindo es conocer muchachas en los trenes, cuando ellas van distraídas mirando por la ventana. En sí, los trenes son ruidosas estructuras que cabalgan rieles. No se confunda, por favor. Es cierto que Don Arias es encantador.

Saludos,
A. Gómez.

27/10/71

Como representante de la autoridad de las Fuerzas Armadas de la Nación tengo el agrado de dirigirme a Ustedes para acercarles mi más sincera felicitación por el gran trabajo realizado en la Estación del Ferrocarril de Puerto Deseado. He recorrido casi todo nuestro inmenso país, y puedo decir con orgullo que esta ciudad y su tren merecen ser visitadas por el turismo local e internacional. Han hecho una memorable tarea de conservación de los elementos del tren y de la infraestructura. Los felicito y les dejo un gran abrazo.

Capitán Justo Ramón Vargas
Fuerzas Armadas de la Nación.

27/10/71

Qué pompa inútil, estimado Capitán. Pensé que en la Escuela de la Armada le enseñaban a escribir. De todas formas, su falencia expresiva se debe a que no debe conocer ninguna de las artes, o si las conoce, lo hará desde esa inmensa lejanía que parece separarlo del mundo. No se preocupe, qué le va a hacer. Por lo menos le gustó la Estación. ¿Vio qué lindo el libro de estadísticas? A las vitrinas les falta luz, aunque no desmerezco la estética de las penumbras.

Atte.
A. Gómez


28/10/71

Muy lindo todo,
Tomy. (Caleta Olivia)

28/10/71

Sorprendente poder de síntesis, estimado Tomás. Vas por la senda correcta. Las palabras nos alejan de lo que inútilmente intentan evocar.

Abrazo.

A. Gómez.

29/10/71

Me acostaría con la guía. La Estación estaba bien.

Reynaldo.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Acerca de las Pausas.

Los mejores textos son fruto de la decepción. No sé por qué, pero es así, o así lo he vivido yo en estos años de escritura. Fruto de alguna decepción, de alguna tristeza poética. Si estoy en lo cierto, entonces no quiero escribir los mejores textos. Prefiero cierta distancia de la narración, y una vida por momentos deslumbrante en su realidad, y no en representación escrita.

martes, 13 de noviembre de 2007

Productividad de las Pausas

Este comentario no es producto del azar, sino de justamente de una breve pausa. No voy a explayarme sobre el efecto que tienen en mi escritura. Saber cuándo frenar es un buen signo. La prosa necesita su descanso. Encender la maquinaria y hacerla funcionar provoca cansancio. Noviembre, nísperos y jacarandaes.

Mi pregunta es la siguiente: ¿adónde irán esos árboles y sus pétalos cuando los olvide?

lunes, 29 de octubre de 2007

Álvarez Gómez y su amigo Beatnik.

Resulta que yo, el narrador, les estoy contando cómo el señor AG –merodeador de esta capital- se encontró una tarde en compañía de un señor de nombre Paul, hombre que vivó en Francia (255 crèpes de roquefort ingeridos, con tilde al revés), quien al poco rato de caminar demostró ciertas rarezas. AG, que narra y es narrado, notó que Paul observaba mucho el entorno y decía cosas como “Oh, santa plaza, santa santa santa fuente de agua y ocio, o santa rhodesia, santo recuerdo de mi abuelo Rafael”, a lo que yo no hice más que acompañar con leves gestos de desconcierto. Su compañero, hombre que leyó los manifiestos surrealistas sin traducir, se maravillaba con las heladerías y decía “santo dulce de leche granizado bañado en choolate, santa morocha que pasó por allí, santa primavera vera vera”, dejando a AG perplejo, desorientado, y con pocas alterativas de acción. Paul, hombre de tildes torcidos y babosas erres, era un Beatnik definido por él mismo, ser de una simpatía y verborragia sin par. Cómo hice para caminar tantas horas con él, dice el narrador para describirnos a Paul y así aquella caminata, cómo hice para meterme en su santo santo santo santo juego: no lo sé. Terminé por apreciarlo, después de todo era un francés amigable, fino con las mujeres, borracho e infantil.

martes, 16 de octubre de 2007

Cursos sobre fruteo.

Mis participaciones como orador del CES (Centro de Estudios Siniestros) fue a través de una sub-asociación llamada A.S.M.A: Asociación de Seres Merodeadores y Agudos. En el marco de la A.S.M.A., asociación febril, dicté cursos sobre fruteo.

No transcribiré lo que dije, para eso están las desgrabaciones. Para eso, además, contratamos a la taquígrafa (¿se llama así la profesión?) que después Atilio amó en una hamaca paraguaya. Sí quiero transmitir el origen del fruteo, esto es, cómo cuándo y por qué un individuo comienza a frutear.

Los casos de fruteo más frecuentes se dan con el comienzo de la primavera, y mucho tiene que ver el alboroto nasal de los jazmines. Muchos fruteos comienzan con la ingesta de frutas veraniegas (nísperos, ciruelas, higos), y nada iguala la sensación de comer nísperos robados del vecino después de trepar hasta las ramas más altas.

Se frutea mucho en las playas y en los bares, aunque nada impide frutear en medio de Buenos Aires, a la sombra de algún techito. Se frutea con hielo, con limón, a las ocho de la noche. Se frutea en un sillón, y lo mejor de todo: se frutea de a dos.

Recuerdo el fruteo de un verano, aquel verano inusual –promedio de veranos de la juventud- en el que Paula y yo fruteamos juntos por los adoquines de San Telmo, con vino blanco en copas amplias, en mesitas tambaleantes sobre la vereda.

Recuerdo, como actividad netamente frutal, cómo miré la cintura de Paula vestida de muchos colores.

viernes, 12 de octubre de 2007

Métodos de Seducción de los Dentistas.

Cosas como las que voy a narrar ya no suceden. Al principio de la primavera de 1972, sentados en el Café El Molino, Hugo Molina y yo conversábamos viendo pasar los taxis y las medialunas. Hugo, mi amigo dentista, estaba refiriendo una práctica que había comenzado a implementar con éxito los últimos meses. Una técnica de seducción. El preludio fue tan interesante que callé y di pie a que comenzara.

Resulta que los nervios y el estress, decía Hugo, provocan muchas reacciones en el cuerpo. Una de ellas, relacionada a la dentadura. Muchos de sus pacientes sufrían de un trastorno leve pero nocivo, cuyo nombre ahora no recuerdo, y que consiste morder durante las horas de sueño. Las consecuencias son severas: el desgaste innecesario y prematuro de la dentadura.

Una mañana de junio, meses antes de aquel encuentro en El Molino, una hermosa mujer entró a su consultorio. Abrió la boca y fue inspeccionada por la mirada de Hugo. Al terminar su labor, comentó: usted tiene un trastorno nervioso que se manifiesta durante la noche. Sorprendida, la mujer se incorporó en el asiento y pidió más explicaciones. Hugo describió el mal que sufría, e hizo especial énfasis en las consecuencias. Para su provecho, exageró: pérdida total (e irrecuperable) de la dentadura a la edad de treinta años. La mujer desesperó, y le pidió que por favor hiciera todo lo necesario para curarla. Simulando seriedad, Hugo la tranquilizó, pero aclaró que debía encomendarse a un tratamiento innovador. Ella aceptó.

El método –controvertido- dio resultado. Dado que los síntomas aparecían durante la noche, Hugo invitó a la mujer a pasar la noche con él. Para evitar que se mordiera la boca y gastara sus dientes, se puso una camisa limpia, perfume, y la llevó a un restaurante. Durante la cena hablaron de viajes y poesía, le mostró un anotador con ideas para un largometraje, mencionó a Charles Mingus y a John Casavettes. Tomaron mucho vino. Para continuar con el tratamiento, decía Hugo, ella no debía dormir sola. Para asegurarse de que funcionara, aclaró, debía dormir con él.

Como el respeto y la distancia atraen a las mujeres, decía Hugo, se ofreció a dormir en un sillón. Ella, contenta por la prudencia de su doctor, aceptó. A la mitad de la noche se cruzaron en un pasillo: ella iba al baño; él iba a verla dormir. Cruzaron palabras, pero no se besaron. Para meterse en su cama, sostuvo que se sentía inseguro de que a pesar de todo, su dentadura no estuviera estrellando mientras ella dormía. Por deber profesional, dijo, debía estar a su lado. Ella aceptó. Hugo se acomodó del lado izquierda de la cama, alejado de ella. A ella le agradó mucho su recato. Con una frase muy aguda se lo hizo notar.
Hicieron el amor cinco veces.

lunes, 8 de octubre de 2007

El Perro Pensativo II.

De tanto mirar la calle, El Pensativo orina amarillo. Antes de hacerlo se fija qué lugar de la vereda es el más transitado. Así aparecen los manchones, espesos y deformes, que con orina interrumpen el tránsito de gente. No hay mucha gente en esa esquina, es cierto, pero el Perro sólo sabe expresar así su rebeldía: con su orina espesa festeja su condición de observador.

Como nadie disfruta el fresco de la mañana y cuando el sol le ciega los ojos. No sabe por qué, pero el alboroto a la entrada de los colegios, leve rumor de adolescentes, lo alegra. Entonces aplasta la cara contra el piso, contra las baldosas desiguales, y se deja respirar.

Las últimas horas de la tarde son las mejores para la siesta. Entonces busca un escalón calentado por el sol de la tarde, el sitio perfecto, y cosas en qué pensar antes de desvanecer en su propia comodidad. Como todos los perros, usa su lomo de almohada, y arropado en sí mismo se desinfla de placer. De tanto en tanto abre un ojo para ver pasar un señor, una vieja que cruza la calle con verduras recién compradas, o despierta apenas con el motor de algún auto que frenó en la ferretería.

Así, entre sueños, deja pasar la tarde.

jueves, 4 de octubre de 2007

Razonamiento Cubista.

Tal es así que según Pablo Picasso –al menos según algunas de sus obras- no se puede mirar la realidad de una sola manera, porque la realidad es en sí muchas maneras. El cubismo fragmentó la realidad, y a través de su técnica alcanzó la deformación. Porque la realidad, según el cubismo, es una deformación. O bien, es una realidad deformada.

Sin embargo, esta es mi lectura. Y mi lectura es un solo costado. El perfecto razonamieto cubista debería poder contradecirse, derrotarse a sí mismo, y así alcanzar la incoherencia. Porque la opinión es una forma de incoherencia.

No podría existir una perpectiva cubista. Deben coexistir todas.

Existir y no existir, de manera simultánea.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Soseo.

Sosa, la gata, sosea. Anda por ahí, soseando sube la escalera, soseando duerme en una alfombra, soseando maúlla.

El soseo es una actividad compleja a través de la cual Sosa se manifiesta. Sosa (la gata) se adjudica su condición de gata con su soseo. Su soseo es la confirmación ontológica por si quedaban dudas de su socitud.

Ahora duerme en un sillón, y deja pasar la mañana. Aunque ni lo sabe, porque sosear es eso, sosear y sólo eso.

La comodidad absoluta, la gatitud suprema. Sosa es soseando.

martes, 2 de octubre de 2007

Pequeños Acontecimientos.

Al salir de una avenida, un taxista bostezó. Un hombre de barba negra merodea un barrio de Palermo y cuando tiene suerte consigue cigarrillos.

En Céspedes y ciudad de la Paz vive el Perro Pensativo.

En el video club de la misma esquina los dueños viven el mundo que quieren mientras encienden inciensos y escuchan Phil Collins.

Una noche, las luces del Pasaje Giuffra se apagaron y la calle, con sus adoquines húmedos, parecía espectral.

Otra noche, en julio, me metí en la ducha con una mujer en la oscuridad. Se oía el murmullo del tránsito.

Un martes de primavera me senté en un sillón, a dejar pasar la tarde.

viernes, 28 de septiembre de 2007

Recuerdos de Paula.

Algunos recuerdos de Paula y sus regiones.

En 1971, hicimos el amor contra una pared.
En agosto de ese año cocinó ñoquis.
Un año después, en el Tigre, compró un plantín de menta.
Media hora después fuimos al cine.

Durante el invierno de 1972 caminamos los adoquines de San Telmo.

Ahora no recuerdo mucho más. Sé que el beneficio de estas notas es volver en el tiempo. Sobre todo, amar. Amar aquello que es inasible.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Acto y Discuro de Inauguración de la Asociación Libre.

En 1965 formé parte del grupo que dio origen a la Asociación Libre. Los objetivos, metas y cosmovisión del grupo fueron volcados a un documento que se leyó en el Acto Inaugura llevado a cabo en la sede oficial de Tigre. En el discurso se lee:

“Nos complace estar aquí reunidos en el Barrio de Tigre, usted, usted, y yo, para presenciar el acto de nacimiento de la Ascociación Libre. Ante todo, nos proponemos hacer las cosas bien: esto quiere decir que si formamos una asociación, lo hacemos como se debe. Toda asociación necesita un acto inaugural, que es éste, para dar comienzo a lo que venga después del acto.

Valoramos la libertad, entendida como la libre asociación de todo lo asociable. Esto quiere decir que si estamos en el Barrio de Tigre, reunidos, en el acto inaugural de la Asociación Libre, usted puede venir y decirme: señor, yo me quiero asociar porque en el barrio de Tigre está el verdadero Tigre de la Malasia, y Emilio Salgari toma mate en un bar cerca del puerto de frutos. Lo mejor de la primavera es eso, el olor a fruta, las moras de noviembre y ese violeta de los jacanandás. Jacarandás, para recibir. Ese señor, el que se me acaba de acercar hipotéticamente, está muy bien facultado para ser socio de nuestra asociación, porque lo importante es asociar y ser libres al hacerlo. No somos psicólogos: ellos hacen de esta labor una renta mensual. Nosotros, los miembros de la Asociación, simplemente asociamos con libertad. Porque nos gusta, y no queremos que nos juzguen.

Hoy, día de inauguración, somos tres. Mañana, quién dice, seremos unos cuantos.”

El discurso fue escrito en conjunto. Yo participé. Atilio lo leyó. No era mediodía.

jueves, 20 de septiembre de 2007

El Barbudo.

El Barbudo camina envuelto en su silencio y en sus ropas. Algunos conocerán su nombre: yo no. No me animo a hablarle por miedo a molestarlo. Duerme ahí, en la vereda, con las manos sosteniendo la cabeza como si estuviera en la playa. Parece cómo mientras duerme tirado sobre la rigidez del piso. El sí duerme en Buenos Aires.

A veces no está, y yo me pregunto adónde irá cuando su lugar en la vereda está vacío. Cuando llueve, por ejemplo, se las arregla de otra manera. No molesta a nadie. Camina entre la gente bien vestida del barrio y a veces, sin mucho gesto, pide un cigarrillo y le dan dos.

Una vez vi que sonreía cuando una jovencita le acercó un pedazo de torta.

Tiene una barba larga, pero una mañana –al verlo sin gorro- descubrí que era pelado. Pensativo se tocaba la barba cuando yo iba a trabajar. Cuando volvía, ya de noche, el Barbudo estaba casi en la misma posición, con una mano le jugaba a la barba.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Hilaridad de las Medusas.

Fuertemente influenciadas por la moda, en cierta época las Medusas fueron convencidas de que, hilarantes, eran más bellas. Si una mujer hilarante ya genera tumulto, ni se imagina lo que sucede con una Medusa. Ni hablar de un grupo de Medusas.

Vestidas con sus polleras cortas y zapatos de taco, luciendo largas piernas envueltas en medias, en cierta época las Medusas decidieron volverse hilarantes. Los Medusos, atontados, enloquecieron. Comenzaron a perseguirlas, incluso más ávidamente que de costumbre. Muchas de ellas se dejaban atrapar, porque entre tanto remolino ellas también se entusiasmaban. No debemos olvidar que aunque fueran Medusas, también tienen hormonas. Las que no se dejaban hacer el amor se hacían corretear por Medusos incrédulos, que las seguían sin importar el cansancio entre las olas y otros avatares marinos. Los que optaban por la súplica humillante se desanimaban y flotaban sin ímpetu, como Medusos muertos.

lunes, 17 de septiembre de 2007

Histeria de las Medusas.

Cuando les toca, la histeria de las Medusas es terrible. No es exactamente fingir lo que hacen, sino más bien inventarse problemas. Pero ellas, que flotan los mares, dicen no saber lo que les pasa.

Entonces se sientan en bares, piden café, leen libros complejos y los comentan, se convierten en Medusas intelectuales, hacen pausas imprevisibles al hablar, se asombran con el otoño o la primavera. Y los Medusos, que flotan los mares, las siguen porque está en su naturaleza y porque quieren hacerles el amor. Ellos las siguen por interés; ellas se dejan seguir porque así, se sienten lindas.

A los humanos les gustan los promedios. Por eso no distinguen –ni podrán hacerlo- las técnicas de flotación de las Medusas. Son todas diversas, incluso no hay dos Medusas que floten igual. Flotan moviendo levemente el cuerpo de lado a lado, haciendo ruido al caminar, moviendo la cintura; algunas se ponen pollera y medias negras –y los Medusos se vuelven todos locos; otras flotan en silencio, una falsa incógnita que fascina a los cautos espectadores.

Los Medusos, al parecer, son bastante tontos. Siempre andan detrás de alguna medusa flotante que lo esquiva y se le aleja aprovechando las corrientes marinas. Otras medusas invierten buena parte del sueldo en maquillaje y perfume, aunque lo usan poco porque con tanta agua alrededor la pintura se corre y el aroma se pierde entre el olor a alga.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Posiciones y hábitos amatorios de las Medusas.

Lo hacen una Medusa arriba de la otra, el Meduso la sostiene de la espalda, le besa los hombros descubiertos, y la medusa gira la cabeza para dejarse besar la boca abierta. La medusa se ondula y busca el movimiento que más la acerca al Meduso. Así durante un rato, hasta que la medusa se tuerce en espasmos, un orgasmo marino que en las profundidades casi ni se nota, pero que ellos disfrutan como medusos locos.

A pesar de informaciones de dominio público, las Medusas tienen una vida sexual intensa, muchas veces cercana a la euforia. La falta de expresión, dicen las Medusas, no tiene que ver con la apatía o la frigidez, sino meramente con una cuestión biológica (el hecho de ser Medusas y medusear). Navegando los mares con timidez, las medusas se reproducen noche a noche, marea a marea, haciendo el amor con amor, reproduciéndose con cariño y velocidad.

Para seducir, el Meduso elige un disco de Caetano Veloso, un sirah-bonarda y un sillón bien cómodo. Resulta sorprendente, pero hablan bastante y bastante bien, con pausas, soltura y adjetivos amigables. Ante el espectáculo, las medusas sonríen, se dejan trabajar y aprecian la minuciosa lentitud de los medusos. Cuando ambos se hartan del preludio, comienzan a amarse.

martes, 11 de septiembre de 2007

Exquisiteces Asadas y misceláneas de Belgrano.

Witold Gombrowicz dice que escribe literatura personal porque le resulta imposible hacer otra cosa.

Hace treinta años comí entraña con puré sobre una mesita de madera apoyada en la vereda de Ciudad de la Paz, a dos cuadras de Av. Federico Lacroze. Enunciarlo, aunque sea tiempo después, es una forma de quedarme con esos sabores y una conversación de mediodía. Estaba nublado, como suele suceder a principios de septiembre cuando el clima cambia y la humedad recuerda que es Buenos Aires.

El lugar lleva el nombre de “Exquisiteces Asadas”, y lo atiende una señora que con mucho orgullo cuenta a sus clientes lo buena que está la carne ese día. Cuando yo fui, su simpatía estaba mejor que la carne, y su genuina bondad me hizo olvidar que más allá de la fama cosechada en el barrio, la carne estaba un poco dura.

Volviendo a la primera línea, pienso lo siguiente: escribir para vivir un poco mejor, o al menos para demorar los procesos del olvido, ya es suficiente. Que en un papel se impriman acontecimientos que de otra forma habrían sido perdidos.

martes, 4 de septiembre de 2007

Poetización.

Sobre la despoetización he hablado tanto, quizá en todos mis breves textos, y puede que no valga la pena reincidir. También hablé bastante de Atilio, de su visión de la poetización/despoetización de los hechos de la vida, y cómo entiende ese proceso como un ciclo inevitable (y algo atroz).

La oscilación entre la maravilla plena y la baldosa cruel, entre la fantasía y la llanura espiritual, es la disputa que se juegan nuestros días en el mundo. Un perro pensativo en una esquina –hay uno en Belgrano- o una panadería atendida por el señor Pedro; ambas maravillas o simples comentarios. Están allí, las mandarinas en el cajón de la frutería, un kiosquero viejo de simpáticos ojos azules. Los detalles más notables o simples agregados sin mucho que aportar a una descripción de uno o varios días.

La conclusión es dramática: podemos notar mucho o poco de la vida, de lo que hay en las veredas, podemos viajar o quedarnos. Podemos o no percibir. Lo terrible es dejar de sentir asombro ante ciertas brevedades.

miércoles, 29 de agosto de 2007

Anotaciones sobre septiembre.

Agosto, mes de transición y abrigo, da lugar a un novedoso septiembre. Mejor asesorado que al anterior, septiembre se vincula mucho más con la primavera que octubre, cuando sólo hospeda una semana (la del veintiuno). Nostálgicos como yo elegimos los últimos días de agosto para hablar de septiembre, como las últimas horas de una larga siesta.

Creo en la buena salud de hablar de los meses del año como entidades particulares, hipótesis según la cuál enero es particular por su eneritud, febrero por su febreritud, marzo por su marcitud, y así sucesivamente.

En esta trabajosa clasificación se dan los más jugosos cruces. Uno de ellos es el ya mencionado marzo junial, que sucede cuando el mes de marzo, último del verano, muestra claros atributos de junio, mes de inviernos y aislada desolación. A través de ocultas leyes, sucede que el mes más veraniego –el que tiene más eneritud- no es enero sino septiembre, mes paradójico ya que contiene tres semanas de invierno (técnicamente hablando).

El que tiene tiempo y ama los avatares del calendario se dará cuenta de que está lleno de estas mezclas incestuosas, fruto del roce libidinoso de los días con los días.

viernes, 24 de agosto de 2007

Hierba.

Entonces no hago mucho esfuerzo y aparece en el Café La Americana la imagen del Café del Molino, cuarenta años antes, lleno de gente con sombrero, estamos hablando de cuarenta años antes de mi juventud. Y yo me alejo de lo tedioso con la imaginación, con la única herramienta intangible que me puede salvar. En el Molino me siento, y esto lo imagino desde la confitería La Americana donde tampoco estoy, porque en realidad estoy acá, cuarenta años después, en una oficina con órdenes de trabajo y jefes sumamente empresaios. ¿Qué sucede? Tomo asiento en El Molino, cada vez más lejos de la voz del patrón que dice mi nombre y enumera tareas, y en ese Café (dóblemente imaginario) pido un café y un churro, y voy a ver cómo está mi casa en el bosque. Ya casi la puedo ver, y con el tiempo y la práctica voy reproduciendo también el olfato. Albahaca, puedo olerla, aunque quizá no esté en el bosque sino más bien en una pizza que mi vecino de mesa se pidió en El Molino –de dudosa existencia- o bien en La Americana, donde tampoco estoy (o estoy a medias); y así llego a la conclusión de que no sé de dónde me llega ese olor a hierba tierna, aunque yo siempre prefiero pensar que todo eso está en mi bosque, que nadie conoce. Me adentro en el follaje, protegido por las plantas, y en un claro del bosque los rayos de luz se filtran entre las hojas. Llego a la hierba, que arranco sonoramente del suelo. La hierba tiene un olor rancio a naturaleza.

Huerta (continuación del Viaje).


Imagino, cuando el trabajo ya es insostenible, que paso largas horas en la confitería La Americana, que tomo lentos cafés con leche y medialunas, y que desde allí, en el corazón del barrio de Congreso, me creo que viajo, que voy a un lejano jardín donde la tierra está húmeda. En esa tierra, que trabajo con las manos, abro surcos donde dejo unas semillas para que crezcan. Pero allí no hay tiempo, ya que ese soñar despierto es a partir de otro sueño despierto (desde la Confitería La Americana), entonces no se entiende muy por qué desde la oficina –donde el trabajo apremia- yo imagino que desde el barrio de congreso imagino que en un jardín de tierras húmedas crecen semillas de frutales.

Viajes I.

Un proverbio chino –o quizá un simple delirio- sostiene lo siguiente: a mayores obligaciones laborales, mayor intensidad para imaginar viajes exóticos. Sucedió que en mi juventud trabajé mucho (mucho) y a medida que mis patrones me cargaban la espalda, yo imaginaba que le hacía un surco a un brazo del Amazonas. Entonces, a medida que los clientes de mi jefe (que enriquecían su bolsillo y apenas le hacían una cosquilla al mío) demandaban más horas de oficina, yo imaginaba la temperatura del agua, podía sentir el calor sobre las planchas de madera de mi embarcación, notaba que la transpiración bajaba en gotas de sal sobre mi boca.

Con el tiempo, estos lugares imaginarios se llenaron de plantas, árboles, animales salvajes; comencé a hacer una choza, en cuya construcción avanzaba cada vez que el tedio laboral me llevaba a mi viaje. La choza tuvo primero una estructura rústica de cañas, luego obtuvo un techo, una pequeña puerta, reservas de agua dulce del río, un lugar para dormir en la sombra fresca. Sucedía a menudo que la flora y fauna no tenía un correlato en el mundo de las ciencias, ya que los árboles reunían elementos de muchos árboles, los mamíferos se prestaban rasgos, e incluso los paisajes compartían atributos.

Construí así, tras largas horas de trabajo tedioso, paisajes alpinos con ríos amazónicos, sierras cordobesas (que apenas conozco) con desierto, llanura pampeana y playas caribeñas. Los animales claramente no existen en ningún mundo salvo en éste. Las aves tenían cara de vaca, los peces tenía a veces alas y a veces piernas, las víboras eran amigables y tocaban guitarras de caña.

martes, 21 de agosto de 2007

El abandonador de novelas.

Una de las figuras más temibles que el ser humano puede adoptar. La mejor analogía es con la fruta fresca: una manzana o una pera en su punto de perfecta madurez, mordida por primera vez, liberando sus aromas y jugos en la boca del mordedor; acto seguido, la fruta abandonada en su mejor momento, que comienza a pudrirse, a decaer hasta ser fruta podrida.

Las novelas funcionan igual. Es imposible volver a sentir el entusiasmo arbitrario de querer leer una obra. Empezar y dejar es un sacrilegio. El abandonador de novelas es uno de los verdugos más sutiles que andan dando vueltas. Quizá me he vuelto más impaciente con el tiempo, o la literatura tiene cada vez más competidores que requieren menor concentración.

jueves, 16 de agosto de 2007

Conciencia Orgánica II.

Sin embargo, si para alcanzar los estados poéticos (arbitrariamente definidos) como momentos de alejamiento de la noción de que somos ante todo organismos, también es cierto que en momentos de plena conciencia orgánica el individuo alcanza raros momentos de epifanía (una epifanía tautológica, ya que descubre la enorme verdad de que sí, en efecto somos un cuerpo que pasa horas vitales y luego se va a descomponer). Por lo tanto, la poesía (en este mirco sistema arbitrario de definiciones) sería un estado de distanciamiento de la verdad y/o epifanía del ser humano (que consiste en saberse efímero). Por lo que las epifanías poéticas, i.e. momentos de grandes revelaciones alcanzadas por o durante estados poéticos (a definir como más guste), constituirían –por lo menos- una gran farsa de la humanidad.

Ahora bien, esta farsa puede ser tan placentera y genuina como para convertirse en el objetivo o meta más digna a alcanzar durante las horas vitales de nuestro cuerpo, y responder al nombre de arte.

martes, 14 de agosto de 2007

Conciencia Orgánica I.

Esencialmente, la conciencia orgánica consiste en estar conciente de que ante todo somos un organismo. Esto es, ser es ser organismo. Por lo tanto, cuando somos, somos a la vez un poco estómago, hígado, páncreas, pulmón, brazo, y demás zonas del cuerpo que cumplen sus roles determinados por la naturaleza.

Para obtener una calidad de vida aceptable (no en términos económicos sino dentro de parámetros psicológicos considerados normales, o bien que permitan no estar en un psiquiátrico) la conciencia orgánica debe limitarse. Es imposible comer un bife con papas fritas y ser conciente del estómago, o salir a la calle a mirar e intentar analizar el funcionamiento del ojo.

Si entendemos que ciertos actos poéticos (definida ésta como fuere) son realizados por individuos que vieron brillar el mundo (en todas sus formas) podemos afirmar –con toda la arbitrariedad necesaria- que para construir actos humanos como la poesía en menester olvidar momentáneamente nuestra condición de organismos. Alejados de la química de los cuerpos (de los fluidos y sustancias que la navegan y accionan) la vida poética es posible.

Si consideramos que el cuerpo humano en buena medida nos hace humanos (o bien: somos humanos porque tenemos un cuerpo humano), y que la poesía (en sentido amplio: una apreciación y amor vasto por la vida) es un acto completamente humano, para hacer poesía hay que ser poco humanos, o bien poco conscientes de que somos un cuerpo que funciona con alimentos y responde a estímulos.

Además, a pesar de todas las arbitrariedades y tautologías perpetradas en este texto, quería enunciar esta contradicción de cualquier forma. Por otro lado, tanto la contradicción como la arbitrariedad constituyen la condición humana.

lunes, 13 de agosto de 2007

Posición respecto del uso de sombreros y accesorios de tela en la cabeza.

Durante buena parte de la juventud usé sombreros y todo tipo de accesorios sobre la cabeza. Mi gusto por ese hábito era tan intenso que se convirtió en un verdadero debate sobre estética, más precisamente, sobre el vínculo entre el individuo y la estética. Llegué a las siguientes conclusiones (a lo largo de los años):

El individuo que niega su vínculo con la estética argumentando que la ropa que viste solamente cumple la función de protegerlo del frío es un mentiroso. Toda elección vestimentaria forma parte de un código cultural, aceptado o no (criticado o no). Por otro lado, el principal mandato de dicho código aconseja (con mayor o menor ahínco) andar por la vida con la zona genital cubierta de tela. Encuentro buenas justificaciones para ello (lo que no lo salvaguarda de constituir un código cultural): el frío genital es siempre más intenso que en otras partes del cuerpo; en Buenos Aires las mujeres son tan lindas que su pública exhibición sin ropa causaría estragos, golpes, y posibles crímenes.

Sentir placer por vestir una determinada prenda o accesorio (en mi caso, sobre la cabeza) es menos ridículo que sentir ese placer y ocultarlo –y/o cubrirlo con ideología barata sobre la moda y el desinterés por cómo uno se ve. Por otro lado, hay pocas cosas más sanas que hacer una caricatura de uno mismo.

Si nos detenemos a analizar los placeres más comunes, el de vestir está asociado al ego y a la imagen que cada uno forma de sí mismo. Por lo que la tela escogida no es solamente tela, sino la idea que esa tela ayuda a formar de aquel individuo que la viste. Como se esa tela no sólo vistiera su cuerpo, sino también la idea que ese individuo tiene de ese cuerpo, su rol social. Atraer mujeres (amantes de las telas) constituye otra gran motivación a la hora de entender el vínculo con lo textil.

Muchos años después, con una colección de sombreros que asombraría a cualquiera, el placer por sentir la felpa sobre mi cabeza sigue siendo inmenso. La ridiculez de este hecho lo hace cada vez más bello, por lo que no puedo dejar de comprar sombreros. Después de todo, ser conciente y ridículamente feliz por un pedazo de tela con forma circular es grandioso. Me siento privilegiado, y no sé por qué.

jueves, 9 de agosto de 2007

Incorporaciones (hagan el favor de leer el texto de abajo también).

El organismo es uno. Durante el tiempo vital le incorporamos elementos que modifican su funcionamiento. Algunos son tangibles: vitaminas, oxígeno, agua, grasas. Otros no tanto, aunque no por ello ejercen menor influencia: ideas, pensamiento, idiosincrasia, estilo, estética.

Ayer a la noche cené con Paula. Su belleza altiva, su boca de los mármoles, la perversa curvatura de sus labios. Durante la cena incorporé cuatrocientos centímetros cúbicos de Syrah. Quince minutos después incorporé café, chocolate, saliva, tres medidas de whisky, hielo derretido, apreciaciones sobre por qué el tintineo de los hielos sería digno de mención, un raspón en la pierna, saliva (deliberada) de Paula, tibieza rotunda, efluvios primaverales.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Viñetas de Rómulo Ornamenti.

Nota

Conozco a Rómulo hace muchos años y llegó el momento de mostrar al público algunos de sus escritos. A mi también me provocaron un poco de impresión.

AG.


Ingesta.

"No siempre es conveniente comerse a las mujeres y dejarlas en esqueleto, los esqueletos son previsiblemente muy huesudos y poco acogedores en épocas invernales. Es referible (y esto lo dicta la experiencia) comer pedazos de la mujer, una ingesta ahorrativa de los manjares y efluvios. Otras variantes son poco convenientes. Es cierto que todos prefieren comer hasta saciarse pero cuando aparece el esqueleto aparecen también las miradas hacia los costados, la duda de haberse excedido, y la obligación de dormir agarrado de los huesos."

Tala.

"Fui provocado por el invierno, quien me llevó a la ferretería con un hacha en la billetera, y una vez que sentí el peso y probé el poderoso vaivén de mi herramienta, salí a caminar por la calle con alegría de hacha. El primer policía me miró extrañado, y como no abundan leñeros en Belgrano, habrá imaginado algo para no tener que ir a hacerme la boleta por tala indiscriminada del arbolado público. Además, como no habría manera de insertar esa denuncia en las veloces computadoras del sistema policía, el oficial optó por verme maniobrar. Talé así el primer paraíso de la mañana, cuya leña gomosa trocé en cómodos tronquitos que cargué en mi carretilla de leñador de Belgrano.

Mayor fue la sorpresa del policía cuando volvió a verme, esta vez talando un gran eucaliptos (que dio mucho más trabajo que el árbol anterior), pero tampoco pudo decirme nada porque no sabría que anotar en su boleta. Yo lo miraba y hasta me devolvió la sonrisa. Pobre hombre, tendrá frío. Y así fue que talé todos los árboles de la calle Amenabar, que se quemaron en mi hogar para regocijo de mi gata."

domingo, 5 de agosto de 2007

Álvarez Gómez y el dilema de la Inspiración.

Puede resultar un poco sorpresivo que sea yo el que tome la palabra y me remita en este breve mensaje a su obra y su forma de sentarse frente a ella.

Álvarez Gómez, escritor y ensayista, amigo fiel y apasionado lector de los hechos de la vida. Faltaba más, ¿verdad?, que yo no lo presentara con alguna pompa después de haber sido homenajeado por él, uno de mis primeros lectores y difusores de mi poesía. Por si hace falta lo aclaro: soy Atilio, poeta de Tigre.

Sobre la inspiración puedo decir que uno de sus textos más lúcidos se llamó Tentativa de Texto Inspirado, que trataba de un texto complejo que se inspiraba a sí mismo, dando crecientes muestras de ello a lo largo de su evolución. Un texto novedoso que manifestaba su conciencia de estar inspirándose y creciendo, hasta desbordar de inspiración hacia el final. En ese caso, Álvarez Gómez intentó poner de manifiesto la irónica certeza de que algunos textos tiene un alma u otros no. Nunca dejó en claro si esa alma debía esperarse, o si podía aparecer durante el proceso de escritura. En todo caso, si así fuera, se trataría de textos hechos únicamente de forma (si es que esto fuera posible), despojados de quién sabe qué, y que algunos llaman interés dramático. Puedo asegurar que Álvarez Gómez nunca se sentaría a escribir sino se traía algo entre manos. Es este caso, traía la inquietud de la inspiración, idea que siempre lo perturbó.

Quisiera transcribir el manuscrito, pero el tiempo -que se lleva tantas cosas- aparentemente se llevó el cuaderno Gloria de 1971 en donde el texto se albergaba. Yo lo leí. Miraba el río.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Atilio en la Asociación de Protección al Frenillo

Entre 1965 y 1973 Atilio participó de diversos ciclos de seminarios organizados por la Asociación de Protección al Frenillo, situada en Rivadavia al 1800. En calidad de expositor invitado, Atilio habló su poesía. El poeta de Tigre, conocido y aclamado por unos pocos, deleitó audiencias. Copio los fragmentos más destacados.

1965: “El frenillo en la historia.”

“Grandes hombres de la historia han pasado por el momento trágico en que sí, efectivamente esa sangre pertenece al hombre y no a la mujer. El frenillo se ha roto y esta vez, como una virginidad postergada, es e hombre el que pide un segundo (sea Julio César o Perón) para ir al baño y corroborar que tiene el miembro hecho un desastre, y que el frenillo (noble sostenedor del placer) se ha cortado. El dolor es intenso, sobre todo días después. La mujer, muchas veces comprensiva.”

1967: “Torturas Medievales y Frenillo.”

“Ejerciendo presión sobre los testículos, torturadores medievales mutilaban a los delincuentes cortándoles el frenillo justo antes de la noche de bodas, previendo arruinarle el matrimonio a los desconsolados malvivientes cuyas esposas, ante la apatía erótica, los abandonaban casi sin excepción.”

1968: “Morelia.”

“Mi intención es no dar nombres. Quedará en la penumbra de mi historia anónima el nombre de la mujer que una noche de noviembre, en pleno barrio de Tigre, toreó y toreó sin cariño con sus ancas encendidas, venciendo por primera y única vez al melancólico frenillo.”

1972: “Frenillo y Amor.”

“El desenfreno, la caricia y el amor. Eso lleva a largas noches en las que es impensado que el frenillo dure más de un mes. Yo lo llamo circunsición circunstancial, que además de ser cierto compone una bella aliteración.”

martes, 31 de julio de 2007

Técnicas de Exterminio.


Largas horas de oficina facilitaron el plan. No se trataba de un emprendimiento ético (no está bien matar gente, claro) pero eso parecía irrelevante.

El Oficinista lo comentó por lo bajo. La respuesta fue tan buena que entre cuatro o cinco decidieron ponerse en marcha. Lo primero fue alquilar el departamento. Almagro estaba bien por muchas razones: quedaba cerca de la oficina y quizá podrían alquilar una casona vieja con parque donde instalar la jaula. Lo segundo –y definitorio- era el león. O los leones, dependiendo del presupuesto. Al tratarse de un animal exótico, tuvieron que importarlo y llevarlo en remis desde el puerto de Buenos Aires, para no llamar la atención de la policía. Lo apodaron Gringo, por haberlo adquirido de un zoológico norteamericano que estaba en quiebra.

Consiguieron la casa. Era ideal: gran patio, tres cuartos grandes para los miembros del grupo, cocina y garage. La jaula la hizo un amigo del oficinista, herrero de oficio. Los días se dieron así: durante el día, la jornada normal de oficina; por la noche, el grupo de cuatro o cinco se reunía en el patio –era noviembre- a discutir ideas de cómo llevar adelante el exterminio.

Desfilaron diversas propuestas. La definitoria –y menos ortodoxa- la propuso el Oficinista. Entrarían la mañana siguiente al despacho del Jefe con una pregunta puntual, tomarían asiento dos de ellos (irían tres en total), y el último, parado detrás del Jefe, le provocaría asfixia momentánea con un paño mojado en alcohol.

Lo del alcohol funcionó bien. El problema –jamás considerado- fue el león. Esperaron a que recobrara la conciencia y tiraron al jefe adentro de la jaula, pero el Gringo no tenía hambre. Lo miró con desdén, un pobre humano asustado a los gritos. El Gringo suspiró –como suspiran los leones sin hambre- y se quedó dormido. Soñó con morirse mientras dormía en las Sierras de Tandil. El Jefe con los días dejó de gritar. No murió. Sus empleados lo alimentaban dos veces por día.

viernes, 27 de julio de 2007

Caca(s) de Paloma.

Tengo el recuerdo de haber publicado un texto que trazaba una analogía entre escribir y hacer soretes de paloma sobre estatuas. La analogía funcionaba bien: la escritura (cierto tipo de escritura) y la lámina de caca de paloma. Tengo otro recuerdo: una publicación de título “Texto en construcción” cuyo postulado consistía en enunciar líneas narrativas una después de la otra –sin hilvanación- y mostrar cómo de todas maneras el concepto podía transmitirse (aún en medio de ese caos).

Vuelvo sobre dos de mis textos porque no es para nada malo pensar que escribir es muchas veces una forma más sutil de la mierda. La conclusión es la siguiente: a veces (no siempre) es mejor que exista cierta fluidez, aún a riesgo de cagar como palomas. Otras es preferible la abstinencia –léase constipación- donde lo mejor es aguantar. Por lo que tener mierdas escritas puede ser extremadamente provechoso. Estas, sin embargo, son hipótesis, y no valen una mierda.

miércoles, 25 de julio de 2007

Panadería Histórica.

La particularidad de este establecimiento del barrio de Congreso –Rivadavia abunda en maravillas- consiste en ofrecer a sus clientes piezas históricas de panadería. Ante la evidente pregunta de cómo hacer para conservar las facturas históricas sin que estas se descompongan, su dueño –el Sr. Rolando- afirma que los estantes tienen un sistema de vacío que inhibe la pudrición de sus piezas.

Entre las piezas más significativas podemos encontrar cañoncitos democráticos, salidos del horno en 1983 con la vuelta de la democracia. En el estante de los noventa están exhibición varios ejemplares de vigilantes menemistas, que la gente compraba a granel con el dólar barato.

Rolando no alienta el consumo de los productos; los considera ante todo piezas históricas –de museo- que los interesados pueden coleccionar en sus hogares instalando el sistema de estantes al vacío que él mismo comercializa. Sostiene –y su argumento es interesante- que las facturas históricas son una marca de época de tanto valor como una pintura o una canción, y que deberían tenerse más en cuenta.

El establecimiento se llama Panes del Ayer; hasta dónde recuerdo quedaba en Rivadavia y Paraná.

martes, 24 de julio de 2007

Introducción a un Fragmento de Atilio.

Este era de esos hombres cuyas turbaciones resultaban penosas para él, y epifánicas para el resto. En una época, cerca del final de nuestra juventud (tendríamos poco más de treinta años), Atilio dedicó algunas horas a pensar en sus afectos. En uno de sus cuadernos, sentado en la mesa de la cocina (sede originaria del CES), escribió un texto titulado Temor; transcribo uno de sus fragmentos.

Fragmento de “Temor” (declaración de Atilio).

"A que la emotividad se convierta en afecto "de palmadita", donde las amistades -que se han desgastado por falta de riego- se convierten en "qué bueno verlo, pero cómo lo trata la vida, exclamación, exclamación, súbita alegría (la de verlo y saber cómo anda, pero ojalá que siga muy bien con lo suyo, ¿y el trabajo cómo va?).

¡No al amor de palmadita, ese poco afectuoso contacto entre seres que se han querido pero que ahora, por las obligaciones y los kilos de papas, están como detrás de una bruma!"

lunes, 23 de julio de 2007

Doctrina.

El error de ustedes, decía enfurecido, es haber atado la felicidad a las cantidades. En lo personal, dice Álvarez Gómez, francamente no sé cómo hacía este hombre para que la gente siguiera apretándose en la cocina de su casa –sede oficial del CES durante los primeros años- para escuchar al Poeta en sus declaraciones llenas de furia. No es posible considerar eso un curso o taller de escritura de poesía. Tenía algo de discurso político. Recuerdo los años del CES como los más hermosos de la vida, pero es imposible distinguir si se trataba del CES o de la juventud.

Supe aprender de Atilio. Una tarde le conté que una mujer me había enamorado. Sonrió. No dijo nada pero con su silencio me advertía como si comprobase que muchos individuos perdían el tiempo en pensar que estaban enamorados. No era un hombre frío, era sabio. El amó a Morelia; ella una tarde le regaló un alfajor; otra tarde lo dejó. Algo parecido al enojo, un repudio a las formas comunes –no usaba la palabra mediocridad- lo llevó a creer que podría ayudara los demás a ser sutiles. La belleza reside en los espacios que deja la vida. Lo sutil. Atilio siempre fue un misterio, sobre todo para mí.

Su virtud consistía en tener plena conciencia de que el tiempo transcurre. Una vez habló de un reloj de arena de un cristal hipersensible a la altura del cuello (entre la parte superior e inferior), por el cual corría un líquido análogo al tiempo, cuyo paso furioso volvía triste al observador. Decía que no se puede vivir observando ese caudal, al menos no felizmente. Pero sí se puede meter la cabeza en ese río tan refrescante como momentáneo. Después dijo algo sobre el asco que le generaban las metáforas líquidas, y que no podía creer que él mismo usara un río para hablar del tiempo. Después, más calmo, fue a la cocina y puso la pava al fuego.

miércoles, 18 de julio de 2007

Álvarez Gómez habla Atilio.

Quizá fuera su propia frustración, fijensé que ser poeta no quiere decir gozar de un caudal, a veces puede sucederle a él también, Poeta de Tigre, no tener un corno que decir, la más crasa inexpresabilidad. O llegar al punto de introspección más sublime como cuando escribió una de sus obras más exóticas. "Por el placer de" no es nada más que la manifestación literaria del placer de usar palabras y acomodarlas, darles ese orden dictado por la sintaxis, un ritmo decidido por el azar, y convenir que haya detrás de ellos un sentido más o menos capturable. En su caso, el sentido de "Por el placer de" estaba dictado por la satisfacción de escribir palabras como la que se me acaba de escapar (“crasa” como adjetivo de “inexpresabilidad”). Esa satisfacción, según Álvarez Gómez (yo) es análoga al placer de la medialuna, es casi igual a las mañanas cuando -antes que nada- me teconlecho. No debe sorprender que se encuentren cosas de Atilio en mis propios escritos, y cuando digo cosas me refiero a eso, cosas como las aletas o aleteos, un peine, un mate cebado una tarde de sol, un recorrido lento por la Ribera (“aún, la ribera”), una pausa que yo no hubiera hecho, un taxi que bajó por Las Heras mientras pensaba en una mujer. Atilio me ha dado tanto, y yo quiero expresarle mi gratitud de esta manera, rica en sinceridad, al comentar su obra. Él siempre comentó la mía, me la comentó a mí; y aunque no pocas veces fui alentado, muchas otras (las más) sentí que su rostro adquiría cierta aspereza al tener que enfrentarme para una de sus críticas. Así se aprende el oficio, decía, y en seguida cambiaba de tema o se olvidaba de lo que hablábamos.

martes, 17 de julio de 2007

Desconceptualización.

Hacia 1970 Atilio se propuso construir un discurso desconceptualizado. No lo logró. Su desconceptualización se convirtió más que nada en un viraje, es decir, la sistemática elusión de los conceptos derivó en otros, difusos y más complejos al entendimiento.

En vez de hablar de amor (Atilio lo consideraba ante todo un concepto histórico, ergo cultural), decía “aleta, aleta”, sin aclarar si se refería a una aleta de un pez, o al movimiento de un ala de ave, que en todo caso sería “aleteo, aleteo”. Atilio eligió decir “aleta, aleta” convencido de que con esas palabras aludía la misma sensación que al decir “amor”. Más aún: diciendo “aleta, aleta” evocaba una noción (si es que el amor lo fuera) mucho más amorosa que la evocada por la palabra amor.

En vez de hablar de enojo o ira, simplemente decía “des-aleta”, o incluso “des-aleta-aleta”, para casos de furia exagerada.

Para comprender su cruzada contra los conceptos: Atilio se negó un día a hablar con las ideas existentes y se propuso crear nuevas; más que una desconceptualzación, se trató de una reconceptualziación, una actualización de nociones y pensamientos que la humanidad utilizaba sin agregarla nada más que su individualidad, lo que tendía (en su opinión) al inefable ocaso de la alegría.

lunes, 16 de julio de 2007

Ciclo de Seminarios de Atilio.

I. Sobre la Redundancia.
Sobre la recurrencia de los temas de escritura, de eso será el seminario de hoy, Atilio está furioso, no sé por qué la tendencia a lo mismo, ¿tanto les interesa hablar del amor?, no estarán un poco tarados, ustedes, ¿jóvenes aprendices de poetas? De pie, como si enfrentara un anfiteatro, sin recordar que está probablemente en su cocina, sede oficial del CES (Centro de Estudios Siniestros, del cual soy vicepresidente). Aquí dicta sus cursos, aquí dicto mis cursos, y ustedes siempre llenan sus cuadernos con los garabatos del amor. A ustedes no los entiendo, dice Atilio, y gira como si pensara, da pocos pasos alrededor porque imagínense que la cocina es bastante pequeña, y así y todo los alumnos, agrupados, anotan algo mientras Atilio los critica sin moderación.

Anotan mentiras, ustedes no saben de lo que hablan, no pueden distinguir entre el amor por una mujer y la adrenalina, el químico que repercute en posibles recovecos del cerebro, y ustedes en vez de llamarlo sulfato de helio lo llaman amor, cuando en teoría se trata de una sustancia, elementos que interactúan y que para ustedes son la birome esa, el garabato, la búsqueda incesante de la palabra justa como si esta tuviera un poder especial. Es la ridiculez más grande –la más hermosa- y por eso están acá, para que yo les cuente que en realidad no hay amor sino síntomas (midriásis, sudoración, aplacamiento del yo), y si entráramos en terrenos psicológicos o psicoanalíticos agarrarse porque ese es un viaje de ida, carísimo y sin retorno.

El Seminario de hoy se llama “Sobre la Redundancia Temática de los Jóvenes Poetas como ustedes, que ante la frustración y el vaciamiento (y quién les dijo que querer escribir significaba poder hacerlo) se acercan a mi auditorio birome en mano, cuaderno en mano, y con la ilusión de aprender algo ya mismo están garabateando cosas ante todos azules y con letras, quizá ajenas a la poesía o quizá (por error o por virtud) tan tremendamente poéticas que nos harán llorar a todos mientras esta noche se extingue o muta, mientras yo les cuento el título de este Seminario, mientras ustedes anotan el nombre de este Seminario sobre la Redundancia.”

Pre-Texto.

Me dirijo a mi público con algunos motivos. El primero vinculado al placer de decir me dirijo a mi público -lo que implica un público- y casi también una necesidad narrativa. Segundo porque reflexioné sobre la longitud de los textos y sobre la frecuencia de publicación. Por otro lado, este tipo de contacto -que hace franca la relación entre el que compone el texto y quien lo lee- se origina en una necesidad diferente de la narrativa. Es más emotiva, o emotiva en otro nivel. El título es Pre-Texto por dos razones: es un preludio al texto que publicaré hoy; es una excusa (que se justifica a sí misma: quiero hablar) o una bengala.

jueves, 12 de julio de 2007

Y no me venga (respuesta de Atilio).

Dejé el texto "Eternidad de la Tarde" unos días para darle tiempo a su lectura. Me permito algo que no frecuento hacer, un comentario personal. No estoy de acuerdo con los textos largos. No estoy demasiado de acuerdo, claro, porque a veces el contenido (o lo que los textos contienen, que no siempre es contenido) exigen cierta duración. Por eso me abstuve de agobiar y preferí no publicar nada desde el lunes. Pero Atilio contestó. Se pronunció y no me quedó otra que transcribirles lo que me llegó por escrito. Abajo, el texto:
Y no me venga (contestación de Atilio).

"No me venga con elucubraciones, carta de Atilio en respuesta a Álvarez Gómez, no me venga con que la tarde y el frío, la frazada, su frazada, por favor, dice Atilio, ¿no encontró una metáfora mejor? ¿No aprendió nada en el curso que dicté? O fue hace tantos años ya, sí Atlio, fue hace como treinta años, aún salíamos a ver la ribera. Disculpe, Álvarez, no le parece mejor así: aún, la ribera. Usted, usted, contesta Álvarez, recuerdo de conversación cerca del Café del Molino, recuerdo del tenebroso barrio de Congreso, usted siempre con la frase justa, Atilio. Por eso somos amigos, porque usted me ayuda a pensar.

El tono de reproche, Atilio con su no me venga con que ahora le da por la nostalgia, y yo que quiero aclararle que siempre fui nostálgico aunque usted, Atilio, considere la nostalgia como una pérdida de tiempo. Coincido con usted, ante todo la nostalgia es el sufrimiento por el tiempo perdido, por los pasos caminados, por lo que se fue, ya sea una mujer o un alfajor Suchard ingerido en una caminata vespertina.

Yo discuto con usted pero yo también discuto con usted, Álvarez, querido amigo, lo que digo es que no me venga con el fuego y su extinguimiento, con el patetismo existencial o con el miedo a la muerte. Ojalá que usted se poete y se olvide, yo me poeto, una tarde como la que usted narra yo la prefiero con medialunas; antes que la tristeza y los delirios de coherencia me teconlecho y me medialuno, me garrapiño, sostengo que ante la profunda pena conviene manzanaacaramelarse, ser abuelo, tener nietos, sacarse a pasear, recordar lo recordable, echar otro leño al hogar. Coincido, Álvarez, que a veces sucede amar amar amar a una mujer, y que los principios no son todos los mismos, además dejo el cinismo de lado porque quiero que usted se poete."

lunes, 9 de julio de 2007

Eternidad de la Tarde.

Eternidad de la Tarde.

A veces, como hoy, entre la una y las cinco de la tarde puedo experimentar la eternidad. La sensación es del todo confusa y confundible con la lentitud. Sin embargo, no tengo dudas de que se trata de una forma de eternidad. Que haya nevado en Córdoba y me haya enterado desde la bañadera, que en Buenos Aires cayera aguanieve, que la luz del día fuera tan opaca como escasa, esos elementos le pertenecen (le pertenecieron) a esta tarde en particular. La condición de eternidad cruza todas las tardes, es la evocación de la sensación de que sea la tarde, y por ende no es demasiado fácil de describir. Sobre todo, ni siquiera es necesario describirla.

La rebeldía o la insensatez, sin embargo, me llevan a asociar (qué cosa más linda que tejer vínculos posibles), decía que me llevan a asociar a esta tarde con la Tarde Eterna, que si bien tiene una duración aproximada de cuatro horas y pico, su duración es expandible. La idea no es nueva. Tengo pocas ideas y un gran palo de amasar. La eternidad es finita. Digo lo siguiente, en el epílogo de la Eternidad: no es incoherente decir que la Eternidad tiene duración. Es la afirmación más noble.

Sobre por qué digo que hablo desde el epílogo: el fuego que estuvo encendido (qué llamas, qué primitivo placer), parece estar apagándose; la luz se atenúa; la frazada está sobre el sillón, y en ella permanecen las marcas de la Eternidad, de haber envuelto un concepto tan vasto como increíble. En este sentido, si la eternidad es ante todo horizontalidad sobre un sillón, entonces la Eternidad puede envolverse, magnífico panqueque de tiempo, y qué cosa tan triste verme fuera de esa envoltura tibia, verme acá, nacido y existente, con la maniática voluntad de incorporar a mi diario estas reflexiones, como si lo único que fuera a calmarme de ser mortal sea (al menos) poder escribir sobre eso.

En cierto momento –en general los fines de semana- sucede que en una cola de supermercado dos personas cruzan miradas y en ellas se transmite la certeza (absoluta) de que ante todo los humanos están haciendo tiempo antes de. Y quién me va a calmar si digo esto (considérese que este cuarto está casi a oscuras, que el fuego crepita pero sin arrancar, que el frío amaga meterse en mi camiseta). Nadie va a calmar a nadie. Para evitar la certeza aquella, la certeza de que ciertas tardes son ante todo la penosa transición de una hora hacia la próxima, para eso existen grandiosos entretenimientos, fábulas titánicas, pensamientos bellos, apasionamientos artísticos, cinismo, ciruelas, todo tipo de fruta en almíbar, películas de más de dos horas, frazadas (claro) y sus consecuentes delirios de Eternidad. Existen amores, súbitos dadores de alegría, existen viajes a la Nieve, existe amarte amarte amarte y ningún ruido extraño, ninguna señal que temer, existe el debate –el siniestro debate- entre los vivos que saben que viven y no dan ni una señal de preocupación ante las tardes que se van. Sólo existe esa discusión, el arte y la música vienen a decorarla. Nosotros, cómo duele decirlo, nosotros decoramos el tiempo con ridiculeces.

Y en el debate espero que gane la ilusión. Qué bien suena esa infantilidad, téngase en cuenta que detrás de mi espalda (vertebrada, llena de tendones) cae nieve en Buenos Aires. O quizá no sea nieve y algún meteorólogo no pueda creerlo, no pueda entender la tarde y la poesía que la tarde le regala al poder explicar el fenómeno que para mí es una tremenda carcajada, un argumento más en la discusión de si mantener la cordura (cueste lo que cueste, yendo a la universidad, comprando un perro) o si mejor perderla al ritmo de los días y de sus hermosos recovecos. La nieve es nieve nieve, la veo caer cuando giro mi espalda (llena de vértebras) y quién iba a decir que nevara. El gato maúlla. Y yo, en una soledad primitiva, escribo escribo escribo haciéndole a esta tarde un homenaje que mañana probablemente no tenga sentido, o tenga otro, o se vaya diluyendo (metáfora de copo de nieve que se derrite). Metáfora de frazada y tibieza + metáfora de tapiz y entrecruzamiento + duda de si incluir signos matemáticos en este azar + duda de si incluir comentario sobre lo que me gusta la palabra azar, sobre todo su zeta. Duda de si la zeta me gusta porque está al final del alfabeto, o simplemente es un tema gráfico, su dibujo. Comentario sobre la nieve que cae. Comentario sobre la nieve que cae en Córdoba. Comentario sobre una palmera nevada, sobre una voz de mujer, un posible viaje, sobre que no no no, los principios no son todos iguales, sobre lo nuevo y la novedad, sobre el calor de tu boca, sobre el revelamiento de información, sobre que no puedo ocultar, sobre que se me está derramando todo acá arriba, sobre la tecnología y la poética de los teclados de computadora, sobre la nieve que cae cae cae, sobre cómo copio recursos de autores de los que leí dos libros.

Entonces, hacia la mitad de la segunda página, el fin del texto, revelo que este texto se está terminando (de construir) y anuncia con gratitud y alegría que quizá el próximo punto sea el último. Y todo suena ingenioso, todo parece una artimaña maña maña, pero qué bien, el recurso de integrar al lector y que se sienta parte. Y blasfemo contra mí, purificación de mi persona, y ante todo explico que de todas maneras leer un texto es ponerle el cuerpo, y ponerlo de manifiesto es ante todo una aclaración interesante; sobre todo cuando escribir así me hace tener menos frío, me hace sentir acompañado, y más todavía porque el gato bajó las escaleras con su habitual majestuosidad y se acerca a mí (después de haberme rechazado toda la tarde) porque debe haber sentido que el Apocalipsis felino estaba aproximándose. Y mirenlá, gata fantasmal, si acaba de ir a abrir y cerrar sus pezuñas (recuerdo de petuñas de la infancia, o eran violetas, que eran violetas, recuerdo de bolsas de tierra, recuerdos furiosos); y no lo van a creer pero la gata se durmió. El apocalispsis cabalgaba hacia su esqueleto y ella tomó la sabia decisión de eternizarse. ¿Quién arma esta coreografía, alguien me dice? Explicación y crítica de la frase de recién: qué bien, cómo el autor invoca a la divinidad, qué uso del humor, que lindo que lindo es todo. Explico la fórmula de este texto, por si la quieren usar: frase + frase sobre la frase + frase + frase sobre la frase, ¡oh el metatexto!, que tibia idea (la única que tengo), que las cosas no son sino lo que interpretamos de las cosas, hasta cuándo la misma masa seguirá dándome de estos buñuelos: Atilio, ¿querés buñuelos? Un horno magnífico, lleno de buñuelos, bandejas de buñuelos, buñuelitos, bu-ñue-los, ¿ven la impotencia del texto escrito? ¿Cómo hay que leer las palabras separadas? ¿No es un tema de entonación?

El fuego está encendido; el gato duerme hecho un caracol. El fin de la Tarde Eterna.

sábado, 7 de julio de 2007

Autocrítica.

Una vez critiqué un texto de un amigo con cierto cinismo, como si verdaderamente fuera el abanderado de alguna posible verdad sobre este oficio. Que sea sábado y haga frío no tiene mucho que ver con el tono de este texto, que ya que estamos queda clarísimo que hoy sí funcionaría como un diario –y no tanto como el azaroso arrojamiento de una reflexión más o menos atinada.

Cuando me toca reflexionar sobre este acto impotente lo hago con la sinceridad que merece, y ante todo hago públicas mis disculpas (que nade notará porque no aclaré demasiado cuál fue mi crítica). Pero es cierto que ciertos tonos literarios son más agradables que otros, que existen formas de escribir y así comunicar, y que a veces simplemente hay que esperar.

El texto de hoy funciona como pionono alrededor de una única y tímida idea: todo el que se sienta a escribir en algún momento reflexiona sobre ese hecho, sobre la voluntad –o manía- de la representación literaria. En otra conversación –que ya cité- recibí la crítica sobre si escribir conciente del acto de estar (mal o bien) representado una realidad que se transforma en texto era suficiente justificación (o razón) para escribir. La respuesta es no. La representación sin poética es sintaxis o farmacología.

Por lo tanto, si hoy (hace treinta años o ayer) cabe hacer una autocrítica, la hago pública y hasta disfruto de su inocente enunciación.

Ayer recorrí calles de San Telmo en su dudoso límite con la Boca. Su recuerdo ya es texto. Algo le ha sucedido a esa calle. No está perdida, se puede volver. Pero la vuelta es difusa.

jueves, 5 de julio de 2007

Irreproducibilidad de las Paulas.

Quizá todo este tiempo, y fueron unos cuantos años, haya estado muy equivocado. Paula, entonces, ha sido y seguirá siendo una mujer susceptible de ser narrada. De allí el desdoblamiento: que Paula esté ahora en la cocina y ya mismo sea un texto sobre una mujer que cocina; que Paula esté en la ducha y también en el texto sobre la ducha. La equivocación, un verdadero descubrimiento, consiste en la certeza de la irreproducibilidad de aquella Paula que cocinó y que se metió en la ducha.

Puedo gozar de la impotencia o la fatalidad del no regreso. Puedo gozar del delirio de evocarla con la misma luz sobre su cara o una distinta, pero ante todo una reproducción que por elección propia traigo con frases más o menos precisas; la representación desde el principio ha perdido la batalla contra lo real. El realismo muere de nostalgia.

Yo me quedo con algunas cosas. Me quedo con un té con leche que tomé una mañana de julio de mi juventud (éramos jóvenes); la ducha en la oscuridad. El alumbrado público entre las cortinas. Ante la certeza de que la representación (la evocación) ha perdido de antemano, la precisión de la palabra pierde jerarquía. No será entonces la sintaxis la que te devuelva a la paciente penumbra. Será otra cosa.

Si evocar o evocarte es como un humo o una niebla tardía, una presencia fantasmal, no habría tanto problema. Me gustan los fantasmas.

lunes, 2 de julio de 2007

La Noche Rebelde.

Para empezar, las doce y cuarto o el portón, el vino blanco o el ascensor. Que estés cocinado o hayas cocinado, que vayamos o fuéramos a comer tan de noche; que comimos y hayamos comido; que estuviéramos y estemos solos; que estuvimos hasta la mañana siguiente. Y ya de mañana la evocación tan reciente, la ilusión de principio que arranca con furia diurna.

Para empezar, que antes de que estuvieran los capelletis o fideos (eso acabás de preguntar, eso preguntaste ese lunes a la noche), ya entonces, ahora, estuviera sentado tomando nota del futuro, haciendo escrita mi necesidad de que siempre algo pueda perdurar –qué tremenda es la nostalgia- y que antes de el agua hirviera yo tenga una idea prematura de mañana a la mañana, o incluso de cuando estemos sentados a la mesa, o piense unos días después si te acordás de un lunes cuando, si te viene a la cabeza el vino blanco que en dos copas grandes, y si nos da la memoria, comprobar (como jugando) si alguno de los dos registró el desparramo que hizo o hacía el vino cuando entraba en la copa. Algunas cosas no notamos, quizá por eso sea imposible recordarlas. Pero aún las que sí notamos (que estés en la cocina, que yo oiga esta canción irreconocible desde la escritura, que vaya a tomar un sorbo, que lo haya tomado, que quiera que vuelvas a la mesa, que ojalá podamos amanecer, que si amanece, entonces que nada se vaya llevando lo que es imposible que no sea llevado, nosotros mismos, el fin de una música que termina) eso que sí en algún momento es un presente que se manifiesta, ¿será posible que eso también? Otra vez, me niego a que la mente deje escapar detalles, manifiesto mi más sincera oposición a que todo siempre tenga que dar paso o lugar a otra cosa. A la inmortalidad de esta noche, que es un poco ahoa y un poco ayer, un poco mañana con idea de capelleti, a esta noche ambigua le dedico mi humilde intención de hacerla durar.

Ánimos, noche de las noches o noche anónima, no voy a dejar que desaparezcas.

viernes, 29 de junio de 2007

Vientos Argumentales.

"No son razonamientos sino vientos argumentales los que llevan a un sujeto a expedirse de tal o cual manera, con más o menos ahínco, sobre un determinado tema. Los vientos argumentales son a veces tan fuertes, que generan la capacidad de construir un argumento que la razón adapta y macera hasta que se parece mucho a una idea. Los vientos argumentales, como los alisios o la sudestada, varían en intensidad, por lo que los argumentos de los individuos fluctúan, atraviesan súbitos vaivenes, y sin embargo, perduran. Los vientos argumentales constituyen la esencia, la motivación que sostiene los argumentos barrilete que los diferentes autores defienden con los dientes. Cuando amainan los vientos y los argumentos descienden, los autores no se preocupan porque saben que en definitiva, el pensamiento es un fenómeno meteorológico. O al menos, más meteorológico que lógico." (1964)

jueves, 28 de junio de 2007

Cuando me Atilio.

Hoy, me doro. Me aso en la vereda, me Atilio, me hago muy yo, con pedazos de mi mismo me redundo. Me redacto. ¿Qué pasa con este Atilio? ¿Por qué me Atilio? Un Atilio etílico, una picazón providencial. Escribo como todos los días pero hoy no me poeto. Hoy me doro a la sombra o al sol de las frases que voy gurucutando. Tengo un cuaderno lleno de sentido, una birome que arrulla las ansiedades. Finalmente lo que queda es como un torniquete, un hagamos un nudo para contener la sangre, esa sangre que me veno, que me lato por las autopistas, que me bracea y enpierna, de punta a punta de la carcaza. No puedo entender que a fin de cuentas seamos unos sistemas más o menos imperfectos, llenos de voluntad y desilusión, llenos de veranos químicos y la palmera coqueta; somos un corazón y sus venas, y por eso los recuerdos del mar, del beso de anoche, las ganas de que te saques la pollera; y sin embargo un riñón y otro, el hígado sano, el rotundo páncreas. Y cómo me cuesta relacionar las ilusiones del amor con el colon, la voluntad de vivir con la pigmentación de la piel, el mate amargo y los procesos digestivos. Cuando pienso en las rotundas venas, en el caudal vital poco poético, en la orina y el iris, en esos momentos me Atilio hasta la manija, me yoízo, me quiero olvidar del organismo y pensar que no se piensa con el cerebro, que existe la voluntad de ir a ver el mar con vos y no la rodopsina, que existen las ganas de quererte y no las carótidas; no me creo que existen los cuerpos, no puede ser cierto que ante todo vena, vena vena vena, que antes que el amor por vos haya vena, antes de la sensación de tiniebla haya vena, antes de la pasión por algo, haya mucha vena vena vena y no más vuelta. Y que sin vena no hay nada.

miércoles, 27 de junio de 2007

Orinadores dentro del Tarro.

Para dejar de orinar fuera del tarro, Atilio compró una lija, descascaró las paredes de la pintura vieja, compró una lata de veinte litros de Albalatex, una brocha y un rodillo, adquirió ímpetu, se alegró, se paró sobre una escalera, pintó por horas fumando sin manos, pensó poesías, eligió un verbo para Morelia, se bajó de la escalera, hizo un omelette, me sirvió vino, habló un poco, y después del trajín se puso a mear dentro del tarro. Practicó con minuciosidad, porque mear dentro del tarro es muy difícil. Dictó cursos de poesía donde sus alumnos no aprendían a escribir y ni siquiera leían, sino que venían a clase con grandes tarros de pintura (después de lijar y pintar sus casas), y lo que practicaban era, ante todo, mear dentro del tarro. Los tarros se iban llenado y clase a clase los tarros fueron pesando más, y llegaron a pesar tanto que Atilio les permitió (porque es un buen profesor) dejar los tarros en la cocina de su casa donde transcurrían las clases. Había un poco de olor, pero no importaba porque esa orina había sido colocada dentro del tarro, y eso es bueno porque es ante todo un acto profundamente moral. Fundó el primer Club de Poetas que Además de Poesía, Mean Dentro del Tarro, y si bien los versos que producían eran muy malos, no importaba demasiado porque al momento de mear, lo hacían dentro del tarro. Al principio les costó, como toda nueva disciplina, y no faltaron los cruces entre distintas escuelas técnicas. El péndulo de la orina es incontrolable, eso es de conocimiento público. Cuando el olor se hizo insoportable, Atilio les hizo vaciar los tarros (algunos con musgo) y leer versos de Oliverio Girondo, u otro autor que se le ocurriera en el momento.

martes, 26 de junio de 2007

Mejoramiento de Metáforas.

Delirio o no, Atilio organizó un controvertido taller literario en el que asesoraba a sus alumnos en la construcción de metáforas. Originalmente el curso se llamó: “Lo que no hay que escribir para mantener la dignidad.” Aunque fue más conocido por “Mejoramiento de Metáforas.” La mecánica era la siguiente: los alumnos se reunían en un aula con sus cuadernos llenos de metáforas. Atilio los hacía leerlas en voz alta, mientras él recorría el aula (probablemente la cocina de su casa hasta que inauguramos la sede oficial del CES en un café de Congreso). Despreocupado por su arbitrariedad, Atilio opinaba largamente sobre las metáforas de sus alumnos. Mencionaba las virtudes de la sinéresis, la innecesaria persistencia a describir en exceso. Se preguntaba, extendiendo la pregunta a sus alumnos, por qué la gran mayoría hablaba de amor. Sus alumnos, que le tenían mucho respeto, tomaban nota, aceptaban sus cambios, producían violentas reescrituras. Referiré uno de los casos más paradigmáticos.

Uno de sus alumnos (yo), había escrito: Paula dormía enroscada como un arrecife de tela. Tras la primera modificación, la frase quedó: Enroscada como un arrecife de tela, Paula duerme. El alumno (yo) comprendió que el uso del presente le daba vida a la imagen. Atilio prosiguió en su crítica, anonadado por la necesidad de sus alumnos por decir siempre tantas palabras. Acepté su última sugerencia. Después de todo, él era el poeta de Tigre. La frase quedó así, mucho más perfecta: Paula duerme.

lunes, 25 de junio de 2007

Abstracción de la Mañana.

Aquella mañana, ya cerca del mediodía, los ojos de Paula (que eran otros) se escondían entre sus manos y los mechones negros. En mi tentativa de abstracción señalo lo siguiente: Álvarez Gómez manifiesta su profunda negación a olvidar esa mañana.

Siguiendo una vez más el delirio de Ireneo Funes, el fanatismo por una imagen comprobada, tan real como efímera, recuerdo: una boca a las once y cinco, la fila de dientes y la comba de los labios; la boca breve de las once y siete; el dilema del tiempo que transcurre, la cortina translúcida, la música que se apagó. Álvarez Gómez evoca (para no volver a olvidar): la caricia de las nueve y veinte, el té de las ocho, el abrazo de las ocho y uno. A fin de cuentas, lo que sucede sucede en el tiempo, dentro del tiempo como usted y yo esa noche de junio –mes frío pero genuino- aunque ya era la mañana y las luces, la niebla y el vapor del té.

La pretensión –idealista- de no dejar escapar ningún detalle (las tiritas verdes de la tela que cubría tus hombros, el tacto y tu cintura, la activación de tu sonrisa cuando ya quedamos solos y podemos explorarnos) lleva a que los días se hermanen en una gran sensación de junio, de abrigo contra abrigo –detenidos en una vereda del centro-; a cómo dijiste querés café y yo acepté para que la noche durara un poco más. Todo se confunde y vuelven las rayas negras de tus medias de cebra, el fulgor de tu pulóver de oso hormiguero, la luz de la ventana del avión o la cocina.

Materia errante, el tiempo o la evocación del tiempo terminan siendo casi lo mismo. La percepción irá modificando el cuadro, frondoso pastel de esa mañana luminosa; tendré que aceptar que no existe algo así como un recuerdo, sino una transición eterna producida por las evocaciones que vienen después. Quizá la próxima vez que recuerde tu risa de pájaro, tus manos a las diez y cuarenta, lo que vea sea diferente. Lo único inalterable es el suceder, el estar allí. El haber estado no dejará nunca de modificarse.

sábado, 23 de junio de 2007

Explicación, Flema y Paula.


Antes de pasar al relato que se enarbola esta noche de sábado, me permito la siguiente explicación: fue la flema y no otra cosa la que me alejó de este Diario a través del cuál, de la forma que sea, me comunico con unos pocos lectores que respeto (y necesito) mucho. La flema, además de constituir una barrera literaria (barrera bastante elástica, por cierto), invita a la reflexión. Como alguien una vez comentó, una buena forma de no perder la necesidad de escribir es no escribir por un tiempo. Esa pausa esta vez fue por la flema. O no.

Podría sintetizar buena parte de mi vida diciendo que muchas veces me acerqué a Atilio con una noticia sobre Paula, sobre algún esplendor que le encontré, una novedad en la mirada. Los ojos nuevos de una mujer que se detuvo. Atilio solía responder siempre algo similar. Yo solía interpretar muy poco de sus comentarios, y volvía a mis fantásticas imaginaciones. Cuando Atilio perdió la cabeza por una mujer (¿era Morelia?), vino a hablarme. Le había sucedido. Se sentía estúpido e incapaz de razonar. No me sorprendí. Los dilemas humanos son siempre los mismos. Cabe preguntarse si es mejor ser apático que estúpido. Si es mejor protegerse del amor de Paula, o perder la cabeza, los pantalones, la dignidad, la fe y la personalidad por una mujer. En este tiempo (fueron unos años ya) he oscilado entre las dos opiniones. Por primera vez considero que esta oscilación es la forma más pura de la coherencia. El vaivén, en este caso, es coherente. Pensé muchas veces que no existía contexto incapaz ser mitigado por un buen trompetista y una bañadera caliente. También pienso todo lo contrario.

Quizá Paula nunca venga, espejismo de mujer. Quizá sea sólo un velo o una fragancia que me puebla la cabeza. También puedo equivocarme y que Paula exista; y que su proximidad se torne temeraria.

viernes, 22 de junio de 2007

Diferencias entre Mirar y Visionar.


Uno de los debates más rudos propios de las escuelas de cinematografía estriba en la sutil pero catastrófica diferencia entre quienes miran películas y quienes las visionan. Detallaremos abajo las principales diferencias.

Se mira una película en una butaca de cine o en un televisor. Lo fundamental es que los ojos del mirador apunten a la pantalla. El visionado, en cambio, exige unos cambios de postura. Por lo general lo que se visiona son filmes (no películas), y sépase que la diferencia no es menor. Para visionar correctamente un filme, los siguientes consejos: frunza el ceño, simulando profundo desinterés por lo que se proyecta; sosténgase la cabeza con alguna parte del cuerpo; haga con los labios el gesto de pejerrey marplatense recién extraído del océano; muévase con incomodidad; suspire cuando los demás puedan oírlo; sonría ante algún movimiento virtuoso o alguna cita particular. Cuando salga del cine (si allí estuviere), quéjese. Así habrá visionado correctamente un filme.

Atilio confeccionó un catálogo de filmes para visionar y de películas para mirar. Será prontamente publicado. El Poeta de Tigre no ha podido evitar un sesgo en favor del cine francés.

martes, 19 de junio de 2007

Regreso al Federal.

La segunda vez que fui al Federal fue unos días después. La noche era casi la misma; la penumbra, apenas distorsionada. Era un regreso distinto. Atilio dormía en su asiento. El mozo dormía sobre el mostrador. Los cocineros dormían, aunque no podía verlos. Alrededor, en las mesas contiguas, los parroquianos se habían dormido sobre sus platos. Una señora había volcado su vaso de vino. Una mujer había interrumpido una conversación, ahora estaba tendida sobre una tortilla española. Todos dormían. Todos estaban soñando.

Yo caminaba entre las mesas, midiendo los pasos para no despertar a nadie. Encontré mi mesa. Encontré la tuya. La penumbra era diferente. La luz que te caía no era amarilla. Dormías sobre un antebrazo. El sueño te acababa de vencer, porque en tu copa el vino aún se movía. Me senté cerca de tu cara. Te vi dormir. El único que estaba despierto era yo. Miré alrededor, por temor a que me vieran tan cerca tuyo. Todos dormían. Me incliné. Tu brazo se movió. Tus ojos, que habían cambiado otra vez, se abrieron. Llegué a mirarlos, pero un sueño profundo me volcó sobre tu mesa. Ahora el que dormía era yo. Vos estabas despierta, muy cerca de mi cara.

domingo, 17 de junio de 2007

El Postergador.


Parecerá asombroso, pero preparar una taza de té lleva su tiempo. ¿Cuánto puede tomarse un empleado en la preparación y correspondiente ingesta de una infusión?

Sendas pautas publicitarias asocian al té con una pausa. Esta oscila entre los siete y los treinta y cinco minutos. Atilio hizo un riguroso análisis sobre cómo extender el mandado a bodega de un té oficinista.

Las obligaciones laborales se dividen en dos: postergables e impostergables. A su vez, las obligaciones impostergables se dividen en: impostergables impostergables e impostergables postergables. El día laboral en general se construye como una cebra de franjas de postergabilidad e impostergabilidad. El talento del postergador (individuo capaz de postergar lo impostergable), consiste en el armado de un cronograma riguroso que le permite hacer pausas de majestuosa duración.

La tarea no es fácil. Los trucos, varios. Según los consejos de Atilio, el Postergador ejemplar elige siempre una taza sucia. Generalmente la esponja de la cocina está demasiado gastada: su rugosidad es incapaz de desprender los cuerpos extraños adheridos a su interior. Negado a someterse a atentados bacteriológicos, el Postergador se comunica con el personal de mantenimiento para solicitar esponja nueva y detergente (que ha escondido detrás del tacho de basura). El personal de mantenimiento, ocupado aspirando las alfombras, no lo atiende de inmediato. El Postergador se adjudica unos gloriosos diez minutos. Ya con todos los elementos, procede a higienizar su taza. Esto le lleva ocho minutos. Tradiciones asiáticas consideran ofensivo tomar té en una taza húmeda. Tampoco apoyan el secado con repasador. La taza debe secarse al sol. El Postergador sale al patio. El tiempo nublado ralenta la maniobra de secado. La taza permanece allí, sobre una mesa. Mientras tanto, el postergador se dedica a pensar en historia China, recorre mentalmente las dinastías, intenta pronunciar algunas palabras. Cuando su jefe lo sorprende en su estado de pasividad, el Postergador no se alarma. No tiene por qué. Aprovecha para meter algún bocado de cordialidad, una pregunta por la familia. Cuando el jefe le pregunta qué está haciendo hace veinte minutos en el patio, el Postergador responde: dejando secar mi taza. En seguida repasa las tradiciones de la cosecha, menciona Ceylon, habla de grandes barcos cargados de té. El jefe lo oye, sonríe y se va. La taza está casi lista.

El Postergador sube la escalera, pone la pava al fuego y aguarda. Seis minutos después, con la temperatura justa, vierte el líquido en el recipiente. Introduce el saquito. Espera que el agua caliente reclame el té. La infusión se constituye: el Postergador tiene frente a sí una taza de té. La endulza, revuelve sin prontitud. Repiquetea la cucharita en el borde. Está a punto de probarlo. El proceso completó le llevo setenta y siete minutos. Algunos lo llaman villano. Otros: artista.

viernes, 15 de junio de 2007

El Federal.

Doce aceitunas, un López, la mesa de al lado. La noche se hace relato en San Telmo. Atilio fumaba oyendo a su compañero. Su compañero, Álvarez Gómez, pensó qué sería de ese bar con el tiempo, ahora que los minutos duran cada vez menos.

Nueve aceitunas, una mujer en la cabecera, asimétricas copas de vino, dos tortillas españolas; la tibia certeza de que afuera llovió y adentro está tan bien. El umbral, tres viejos cayéndose de la silla. Una mujer soltera, entrada en años, conteniendo la amargura de haber envejecido.

En la mesa larga. Una mirada prohibida, un tenedor en el piso, pasos sobre piso de madera. Las glorias de la calefacción. Una conversación sobre la mesa vecina, Atilio ausente. Álvarez Gómez presiente que todavía será joven, por lo menos un mes más.

Madrugada en El Federal, fundado en 1864, conocido recién anoche, hace treinta y cinco años. Todo está casi igual, aunque Atilio ya no me acompaña. Una mujer en la cabecera, la luz amarilla cayéndole en la cabeza, otro López, cinco aceitunas. Una conversación mezquina, mi compañero consumido por su tranquilidad. Álvarez Gómez levanta una copa en dirección a la cabecera donde duerme la imagen de una mujer. Ella sonríe, levanta la suya. Deja el antebrazo suspendido en el aire.

miércoles, 13 de junio de 2007

Crítica Escatológica.

Escribí dos modestas cagadas de paloma que ilustran el adoquín. Esa leve lágrima, ese esforzado despojo: lo único que tengo. No me quejo: las palomas han cagado sobre bellas estatuas y edificios, copiando con entusiasmo de joven los contornos del original. Me conformo con hacer cagadas de paloma, humilde lámina de mierda sobre lo que en verdad es bello.

lunes, 11 de junio de 2007

Nostalgia de la Temperatura Perdida.

A veces me pregunto cuál es el mate de la alegría. Atilio suele responder: éste. La idea detrás de esto es nuevamente sobre la nostalgia que provocan los termos, elementos que mantienen el agua caliente, aún sabiendo que ésta se enfriará. Si la alegría es ante todo yerba humedecida, entibiada, entonces algo mágico aún perdura.

Yendo hacia la magia me topo otra vez con Paula. La evocación de cómo en su perfil rebotaba la luz que venía de los cielos, un poco por angelicalidad, un poco por estar en un avión de línea.

La preservación de los recuerdos es una actividad horrorosamente parecida a la del termo que retiene el calor del agua. Que a medida que lo va pediendo, lo evoca, lo representa, lo imagina. El calor se termina yendo por completo, pero la memoria retiene algo parecido aunque ajeno, un eco de tibieza. Un rumor anterior.

Paula es ante todo un rumor. Una lejanía. Un saco de mujer a la altura de la nariz; la ansiedad repetida. Una avenida iluminada en enero o una lágrima grande con medialunas. El asiento 17B. Una línea trazada con el pie; suavidad o transparencia. Versión dominguera de una balada de jazz tocada hace años, reproducida en una habitación de Buenos Aires.

domingo, 10 de junio de 2007

Continuidad de las Paulas II.

Alguna vez rememoré (¿o fue Atilio?) cómo en cada una de las mujeres había algo de esa mujer que por azar se llamó Paula. Hoy, la noche de junio, rememoro un sueño donde una mujer, un automóvil, la oscuridad, algunos policías, y yo sentado en el asiento del acompañante. La mujer, seguramente Paula porque no quedan muchas opciones, estaba al volante. Ahora conozco tanto su voz que puedo escucharla, ahora podría enumerar los detalles de su cuello. En ese sueño reconocí su presencia y comprobé que estábamos en peligro de que esos policías nos confundieran con ladrones y dispararan. El acto refeljo fue el miedo. El segundo impulso fue acercarnos para cubrirnos de brazos, acercando mi cara a la tuya y entibiarnos los dos, protegidos del peligro. Desperté con la timidez de quien ha soñado con el amor de una mujer.

La inevitable continuidad de las Paulas me lleva a pensar que las huellas en la arena (la playa marplatense, el mar negro, el viento frío) ya se han borrado. Nuevamente nos queda la evocación de una noche azarosa. Azarosamente caminamos, azarosamente te miré la boca un segundo de más. Tu cara cambió. Tus ojos eran otros.

Las palabras dichas operan como misterios. Una caminata en la noche, dos butacas de avión, tu mano y un sacapuntas. Todo esto gravitó y esta noche, mientras evoco los años de mi juventud, pienso que una Paula cíclica y azarosa estará más o menos cerca, más o menos en mi mente, acompañándome como una vieja conocida.

Nunca un título tan acertado, nunca una noche tan justa como esta para elegir la vigilia y repudiar el sueño. Ya me dormiré y con suerte aparecerán los policías y tus antebrazos. Hubiera caminado esta noche con vos, aunque sólo pude imaginarte mientras caminabas, quizá con apuro, quizá con tu paz habitual. Me llegó una voz enroscada en risas y alguna respiración más alargada. Pero sí, entendí el pedido.

viernes, 8 de junio de 2007

Crédito Afectivo.

Atilio elaboró una interesante teoría acerca de las expectativas afectivas. El postulado principal sostiene que un hombre puede (con razón) ofrecerle a una mujer -que no lo ama- que le adelante su amor (aunque resulte un poco forzoso), ya que el hombre le asegura que la mujer, finalmente, lo amará.
Atilio propone así una transacción que elimina la histeria. Su argumento es bueno: la histeria –por ende el amor- no es más que una asimetría afectiva. Para anularla, Atilio propone el crédito afectivo para adelantar inútiles y sufridos estadíos de desamor. En pocas palabras, Atilio decía: "No a la sinusoidalidad del amor; no a la desalegría matutina."

El Rayo Verde. (1972)

Sobrevolábamos la Tierra y en el horizonte, como un espejismo, el Rayo Verde. Esta es la historia de cuando Paula y yo, una tarde de junio, un junio de junio, vimos El Rayo Verde por la ventana de un avión. Recuerdo que fue hace mucho tiempo o un año, hace un mes o anoche cuando intentamos no olvidar las ondulaciones de la arena en la playa, arena oscura en una noche fría y junial. La narración no puede ir en una sola dirección, no puede sino manifestarse como un azar, simple y natural como un juego entre variables que una tarde y una noche y una mañana. Acepto el desafío de la alusión. Sin embargo no puedo dejar de creer que la evocación es el mismo procedimiento hacia atrás (recordar) que hacia delante (proyectar), ya que ambos procedimientos son esencialmente imaginarios.

Suponiendo que El Rayo Verde es (fue, será) algo así como un secreto o susurro (entre vos y yo), en la historia debería haber algún comentario o nota al pie que afirme que Paula y yo, a principio de junio (aquel junio, indistinguible de todos los que vendrán), vimos (hemos visto, veremos) un Rayo Verde desde las alturas y sobre el ala izquierda de un avión. El comandante anunció dificultades para aterrizar en Buenos Aires. El comandante mencionó Mar del Plata.

Los elementos: un colectivo de línea, un aeropuerto nocturno, puré de manzana, vino blanco, frío viento marino. Paula y sus huellas en la arena (huellas solo de ayer). La butaca del avión, tu cercana fragancia, el contraluz la mañana siguiente (soberbio, contra el cielo y la ventana del avión), un urgido paréntesis, un diálogo sereno, epílogo de viaje con Paula, proximidad de Buenos Aires, Paula de anoche, tu saco o frazada.

martes, 5 de junio de 2007

Lapsus Mecanográficos.

Sigmund Freud hubiera hecho mucho más dinero de haber vivido en la era de los teclados. Su conocida teoría psicoanalítica herviría de éxito al constatar que los famosos lapsus (latinazgo sin plural, aunque algo dentro mío me lleva a decir lápsuses) existen aún cuando las personas escriben a máquina.

Sucedió que Atilio, el Poeta de Tigre, descubrió este desliz por casualidad, cuando redactaba una carta a una muchacha que estaba cortejando. Cuando iba a poner Después de cenar, puedo acompañarte a tu casa, el inconsciente del poeta trastabilló y redactó: Después de cenar, puedo llevarte a tu cama. Advertido el error a tiempo, lo corrigió, aunque el peligro de esa idea lo llevó a querer investigar un poco más.

Notó que si liberaba el inconsciente, sus textos se modificaban sustancialmente a base de estos lapsus.

Una vez, al intentar escribir creo en la amistad entre el hombre y la mujer, terminó por redactar: ¿La amistad con mujeres? ¿Qué mentira es esa? ¿Yo dije que creía en ella?

En otra ocasión debió excusarse por escrito ante una mujer que lo esperaba a cenar esa noche. Intentó escribir lo siguiente:

Querida Clara,

Le pido disculpas por no haber cenado con usted. Verdaderamente usted me gusta mucho, pero a veces la jaqueca es descomunal. Me molesta haberle fallado pero no faltará oportunidad para volver a vernos.

La saludo con afecto,

Atilio.

En cambio, en el papel decía:

Clarita,

Convertite en un kilo de helado.

Atilio.

viernes, 1 de junio de 2007

Ingesta de Fideos.

En una fonda de San Telmo el señor se había quitado la boina. Sentado solo a la mesa, maniobraba con labios gruesos, regulando la introducción de los fideos a su sistema digestivo. Tomaba coca cola, era canoso, gordo, comía afanoso y solitario, en la última mesa de una fonda. Miraba su plato con ternura, metiendo el tenedor para acomodar el rebelde dibujo, como si se alegrara al corroborar que el plato estaba ahí, sobre su mesa, caliente y repleto. Se iría a dormir con el estómago lleno.

Yo estaba ahí. Si quisiera recrear aquella fonda –la de esa noche- algún comentador despiadado diría que exagero los detalles. Por ejemplo, en el fondo del salón había una silla alta para niños, y sobre ella, sentada, una damajuana. En las paredes había colgados carteles como los de antes; los mozos eran de oficio, la parrilla majestuosa; sonaba un tango de fondo.

Yo estaba ahí, corroborando el milagro de mi juventud, la certeza de ser joven y saberlo. El viejo comía su alegría de plato caliente en una noche de frío, y yo ratifiqué que era joven, como ahora ratifico que no lo soy. Esa noche tomé vino sabiendo que la juventud no duraría pero aún duraba. Y con esa sensación de aún, de todavía, festejé el milagroso presente.

miércoles, 30 de mayo de 2007

Texto en construcción.

Esto es más menos así. Describiré un experimento (éste) a medida que se va constituyendo, como una nube de humo de inestable forma. El texto podría llamarse Sobre Paula, Funes y la horrible certeza de ir olvidando, y ahí nomás, sin tanto preludio, describir eso que el texto intenta hacer, detener un recuerdo a medida que se va convirtiendo en materia a manipular por la memoria. Sobre cómo hacer para no olvidar, citando a Borges y sufriendo un poco, por no poder evitarlo. Sobre cómo acompañar el recuerdo o el olvido, que en realidad podrían ser sinónimos, o simples complementos del mismo concepto. Sobre cómo quisiera que todavía estés, a pesar de que Funes tenía razón en indignarse: el perro de las tres y catorce es esencialmente distinto al de las tres y cuarto. Sobre el extraño y vanidoso placer de citar a Borges. Sobre la extraña necesidad de aclarar el extraño y vanidoso placer de citar a Borges. Sobre la alegría de haber comprendido y disfrutado Funes el memorioso, y de ahí en adelante tener una razón más para referirme con insistencia a hechos del pasado. Sobre cómo los textos no siempre son precisos. Sobre cómo un texto en construcción puede dar cuenta de una idea con igual precisión que uno terminado y bello en las formas. Sobre la hilvanación.

Narratividad de la Impotencia.

Por ejemplo, que el enjaulamiento fuera tan extremo que no quede otra opción que: imaginar un bar de San Telmo, pedir un cortado con medialunas, endulzarlo, revolver. Pedir al mozo un diario, hojearlo con moroso deleite (sí, moroso deleite), dar un sorbo de café, hacer un lentísimo paneo por el bar; ver gente caminando con las primeras bufandas, corroborar que es San Telmo.

Como no queda opción, sueño que soy libre y que si quisiera, me levanto, pago, dejo abundante propina, ubico un sobretodo en mi espalda, enfilo a la puerta. Salgo, voy a la esquina, entorno los ojos por el sol anaranjado de las nueve y media, corroboro mi libertad. Por el barrio me topo con una librería, doy con una copia de lo que estaba buscando. Corroboro mi libertad, otra vez, porque tengo el libro en la mano, y tiempo, tiempo tiempo tiempo. Busco aquel bar confortable, el de los sillones, donde entra una luz aún naranja, que así se mantendrá por horas, para sentarme a leer y otro café, por favor.

Así paso los días cuando los imagino, la mañana más lenta del mundo.

martes, 29 de mayo de 2007

Virtudes Gastronómicas del Panadero Anarquista.

El Panadero Anarquista vende comida hecha. O bien, comenzar así: en la esquina de Céspedes y Ciudad de la Paz, habita un panadero anarquista. No profesa un anarquismo estrictamente ideológico o discursivo, sino más bien gastronómico. Financia su existencia con la venta de productos naturales, y cuando llega el mediodía sus clientes entran al frío local (en invierno ahorra gas, en verano escatima electricidad) para llevarse una breve porción de lentejas, albóndigas o ñoquis. Debidamente añejada –los platos no tienen menos de tres días en exhibición- el hombre distribuye su producción en una heladera de fiambrería que ilumina con luz de tubo. Para ahorrar energía, la enciende cuando entran clientes. La luz de tubo se suma a su anarquismo gastronómico, generando un efecto fatal: la comida compone un mosaico de colores ocres, abarcando el oscuro marrón de las lentejas hasta el particular color anaranjado que adoptan las calabazas (cortadas a la mitad) cuando son preparadas por las manos anarquistas del panadero.

El hombre cocina sano, pero sus platos contienen ese componente de miseria anímica que sólo él sabe brindar. Después de una milanesa de soja o una porción de tarta de acelga (adquirida en el local del panadero anarquista), la vida parece haber oscurecido. Algo que nos alegró en realidad no era para tanto. La sonrisa de Paula, el anfiteatro de su boca, ya no te pertenece. Con sus platos este hombre concede a su clientela un saber emanado de una experiencia de vida, durante la cual la barba ha crecido y se ha vuelto canosa el alma. Su voz aflautada acentúa su escondida desalegría.

En estos niveles de desalegría los individuos optan por desconocer su contexto o periferia, y se entregan a la idea de que son muy felices. Pero no es así. Sería imposible ser feliz y cocinar con tan poco aceite.

lunes, 28 de mayo de 2007

Hombre y Lenguaje.

Lo que Atilio me quiso decir, o mejor dicho, lo que quiso que yo entendiera, lo procesé mucho (mucho) después. Yo me acercaba a él como mis impresiones, con el relato de un olor, con el cuento de haber observado a una mujer y quién sabe qué más.

Atilio oía. De eso no le puedo reprochar nada. Pero en su viaje introspectivo se volvió más silencioso. Como dijo un pensador amigo, intelectualizar la experiencia la hace desaparecer: es reemplazada por la palabra. Atilio hablaba de eso, o mejor dicho, callaba para comprender. Para comprender él mismo y hacerme comprender que quizá yo estuviera metiendo demasiadas palabras a los acontecimientos.

Y yo te entiendo, Atilio. ¿Pero qué sucede cuando la experiencia es la palabra? ¿Qué hay cuando lo que acontece, acontece porque fue mediado por la palabra?

Atilio cuestiona el lenguaje y al hombre. ¿Son inseparables? ¿Son lo mismo? Por otro lado, ¿tales conclusiones no son fruto del lenguaje y el razonamiento? Si toda visión de mundo es una construcción discursiva, ¿no es esta postura cuestionadora del lenguaje una construcción también? Y sí, Atilio, supongo que sí. Ya lo dije en otro artículo: una noche Atilio me explicó qué era una epifanía. Al día siguiente tuve una. Una tarde mi abuelo me explicó que la nostalgia era más o menos así, y el resto de mi vida encontré rastros, raspones y marcas de una nostalgia fantástica. Supongo que si sólo somos y seremos palabra –i.e. discurso- sería bueno al menos elegir uno bueno.