Hace muchos años ocurrió en Buenos Aires la siguiente conversación. Yo era un joven que recién descubría la literatura y el rock; la señorita, una muchacha de vestidos extraños y hábitos heterodoxos.
Una tarde en un café
Álvarez Gómez: ¿Y si dormimos juntos?
Señorita: No.
Dos días después, en el Tigre.
AG: Estuve pensando, ¿por qué no se acuesta conmigo esta noche?
S: No. Ni loca.
Al día siguiente, en Corrientes y Suipacha.
AG: Paula…
P: No.
Ese sábado, a las 7 de la tarde.
AG: Paula, quería invitarla a cenar.
P: ¿Cuándo?
AG: Esta noche.
P: No puedo.
Ese sábado, en el restaurante.
AG: ¿Por qué no vamos a un lugar más tranquilo, Paula?
P: ¿Le parece? ¿Para qué?
AG: Para poder hablar más cómodos.
P: ¿Está incómodo acaso?
AG: No, no.
P: Yo estoy bien acá.
Más tarde, en un rincón oscuro de un bar.
AG: ¿Qué quiere tomar, Paula?
P: Nada.
AG: Vamos, acompáñeme con una copa de algo.
P: No tomo alcohol.
Una hora después, en el mismo bar. Dos botellas de vino tinto sobre la mesa.
AG: ¿Pedimos otra?
P: Le dije que no tomo.
AG: Pero el vino le queda tan bien.
P: ¿Si? Bueno, pida otra.
Tres de la mañana, en la puerta del bar.
AG: ¿La acopaño a su casa?
P: No.
Tres y veinte, en la puerta de la casa de Paula.
AG: Estaba pensando que quizá…
P: Hasta mañana, Gómez. Gracias por acompañarme.
jueves, 29 de marzo de 2007
Suscribirse a:
Entradas (Atom)