"Los niños desalegres abundan. Generalmente se abstienen del vértigo de los toboganes, no comen helado ni chupetines, no juegan carreras ni aman a sus comapañeritas (de rulos y mocos). Ese es un error, porque a veces la irreverente casualidad reune a mocosos y mocosas muchos años después. Si usted cree que su hijo es desalegre, deberá actuar con cuidado. En general, la desalegría en la infancia se manifiesta en determinados estado de profunda reflexión, momentos de delirio místico ante los cuales los niños, epifánicos, descubren la verdad. Pero, incapaces de transmitirla, se la olvidan.
Cierta vez, un sobrino sostenía un helado en un cucurucho. Miró la monumental torre de chocolate y sonrió. A punto de comerla, decidió esperar: el espectáculo del chocolate le resultada impactante. Contempló la belleza del helado, su dócil forma. Sin que lo supiéramos los presentes, el niño imaginó el gusto. Pero en vez de comer, lo sostuvo, conteniendo su ansiedad. En pleno delirio místico, el niño dijo en voz alta: "el helado se derrite". Ese niño, mi sobrino de tres años, ya era desalegre. Hoy escribe poemas en los colectivos.