jueves, 15 de febrero de 2007

Desalegría en la Infancia.

Entre 1968 y 1971 dediqué largas horas a un inédito Tratado sobre Desalegría. "Desalegría en la Infancia", uno de sus capítulos, recorre una de las facetas más delicadas de esta circunstancia (porque no se trata exactamente de un mal, sino de algo que acontece). Transcribo algunos fragmentos:

"Los niños desalegres abundan. Generalmente se abstienen del vértigo de los toboganes, no comen helado ni chupetines, no juegan carreras ni aman a sus comapañeritas (de rulos y mocos). Ese es un error, porque a veces la irreverente casualidad reune a mocosos y mocosas muchos años después. Si usted cree que su hijo es desalegre, deberá actuar con cuidado. En general, la desalegría en la infancia se manifiesta en determinados estado de profunda reflexión, momentos de delirio místico ante los cuales los niños, epifánicos, descubren la verdad. Pero, incapaces de transmitirla, se la olvidan.

Cierta vez, un sobrino sostenía un helado en un cucurucho. Miró la monumental torre de chocolate y sonrió. A punto de comerla, decidió esperar: el espectáculo del chocolate le resultada impactante. Contempló la belleza del helado, su dócil forma. Sin que lo supiéramos los presentes, el niño imaginó el gusto. Pero en vez de comer, lo sostuvo, conteniendo su ansiedad. En pleno delirio místico, el niño dijo en voz alta: "el helado se derrite". Ese niño, mi sobrino de tres años, ya era desalegre. Hoy escribe poemas en los colectivos.

Desalegría de miércoles

El término me pertenece. Es desalegre aquel que sospecha de su desalegría. No pida más explicaciones. Si usted amanece y dos o tres horas después se siente igual, parasitando la vida, seguramente sufra desalegría. Hábiles doctores recetan medicamentos; astutos psicólogos recomiendan purgarse del propio pasado. Yo recomiendo ir a La Americana, pedir un cortado doble y seis medialunas.
La desalegría no es curable. Tampoco es un mal.
Es una cagada.