jueves, 28 de junio de 2007

Cuando me Atilio.

Hoy, me doro. Me aso en la vereda, me Atilio, me hago muy yo, con pedazos de mi mismo me redundo. Me redacto. ¿Qué pasa con este Atilio? ¿Por qué me Atilio? Un Atilio etílico, una picazón providencial. Escribo como todos los días pero hoy no me poeto. Hoy me doro a la sombra o al sol de las frases que voy gurucutando. Tengo un cuaderno lleno de sentido, una birome que arrulla las ansiedades. Finalmente lo que queda es como un torniquete, un hagamos un nudo para contener la sangre, esa sangre que me veno, que me lato por las autopistas, que me bracea y enpierna, de punta a punta de la carcaza. No puedo entender que a fin de cuentas seamos unos sistemas más o menos imperfectos, llenos de voluntad y desilusión, llenos de veranos químicos y la palmera coqueta; somos un corazón y sus venas, y por eso los recuerdos del mar, del beso de anoche, las ganas de que te saques la pollera; y sin embargo un riñón y otro, el hígado sano, el rotundo páncreas. Y cómo me cuesta relacionar las ilusiones del amor con el colon, la voluntad de vivir con la pigmentación de la piel, el mate amargo y los procesos digestivos. Cuando pienso en las rotundas venas, en el caudal vital poco poético, en la orina y el iris, en esos momentos me Atilio hasta la manija, me yoízo, me quiero olvidar del organismo y pensar que no se piensa con el cerebro, que existe la voluntad de ir a ver el mar con vos y no la rodopsina, que existen las ganas de quererte y no las carótidas; no me creo que existen los cuerpos, no puede ser cierto que ante todo vena, vena vena vena, que antes que el amor por vos haya vena, antes de la sensación de tiniebla haya vena, antes de la pasión por algo, haya mucha vena vena vena y no más vuelta. Y que sin vena no hay nada.