martes, 6 de marzo de 2007

Organismo

El niño había amanecido enfadado por haber tenido la siguiente revelación: voy a cumplir treinta años. No lo pensó, fue más bien una aparición, una epifanía (que a los siete años son incluso más compleja que después). El tiempo pasó con su habitual vileza, y el niño llegó al borde de la treintena. Aterrado por esa acumulación de años, optó por vivir una de cada dos horas como un organismo inerte. Las llamó horas organismo, durante las cuales el niño se comportaría únicamente como un ser viviente.

Dicha práctica generó complicaciones en su smpleo. Si a las once en punto entraba a una reunión con funcionarios, de doce a una no se movería más que para ir al baño o abrigarse, sin hablar con nadie. El comportamiento le significó varios reproches, algunos bastante lógicos.

Jamás trató explicarle a nadie lo que hacía, ni qué sentido tenía pasarse la mitad de la vida en horas organismo. Cuando se entusiasmaba, argumentaba que en realidad todas las horas eran horas organismo, y que encender el aparato discursivo-racional era una función fisiológica como orinar o transpirar. De todas maneras, en medio de acaloradas discusiones su hora de actividad transcurría, y apenas un minuto después se replegaba en sí mismo, atontado, ridículo, dispuesto a pasar una hora como simple organismo viviente.