jueves, 15 de marzo de 2007

El fuego de Rómulo Ornamenti

Desquiciado quién sabe por qué -recuerden que este hombre jamás reconoció ni una sola de sus emociones- Rómulo consiguió un gran bidón, compró nafta, y salió a recorrer Buenos Aires. Por un odio inexplicable, quemó la entrada del Congreso Nacional; fue a Plaza Francia y quemó dos bancos; dio fuego al estante de literatura latinoamericana de una librería coqueta; quemó a la mzoa de un bar; incendió un Taunus 89; quemó un ombú de 600 años, dos semáforos, el Hotel Alvear. Fue a Almagro y quemó un videoclub, una pizzería y un teléfono público. En San Telmo quemó fragmentos empredrados de la calle Chile. En constitución corrió, porque la policía ya estaba advertida. Fue hasta el Tigre, quemó el banco de Atilio, que trataba de calmarlo, y ofendido por la inmutable paz de éste, le quemó la única camisa al poeta. Quemó al diariero, al vendedor de manzanas acarameladas, a la fábrica de mimbre (que ardió con dignidad). Refueló (verbo que aprendió leyendo el diario), y fue hasta el tren, donde quemó seis vagones, dos polleras cortas, una corbata, el Diario La razón, una ventana, una novela de Kafka que un pasajero intentaba leer entre las llamas, y un cuaderno Gloria que había en el piso. Quemó lo molinetes, un reloj antiguo, una panchería. Quemó al chofer del 37, una de sus ruedas, un kiosco de diarios. Antes de que se le acabara de nuevo el combustible, la policía lo sorprendió quemando un puesto de flores. Lo curioso es que antes de iniciar el fuego, pidió al florista que le armara un ramo muy particular (eso leí en la crónica policial). Sospecho que ese dato habla del pasado de Rómulo, de alguna mujer a la que supo munir de flores exóticas. Antes de quemar el ramo, tomado de los codos con violencia, Rómulo fue arrestado.