domingo, 11 de febrero de 2007

Sobre Tulios y Paulas

La cosa es más o menos así. Paula espera en su departamento el llamado de Sebastián, y mientras tanto mira por el balcón. Debajo: el Barrio Chino. Para divertirse, escupe carozos de ciruelas a los transeuntes. Sebastián quiere llamarla, pero prefiere esperar, como todos los domingos, a que lo llame Maira, la morocha brasilera, y le sugiera alguna cosa de domingo a la tarde. Pero eso en realidad no pasa casi nunca, porque Maira tiene novio, y ella espera intranquila porque el hombre hace dos días que no la llama. No que no sabe es que su novio, Tulio, está desde siempre enamorado de Paula, como indica la astrología, desde la tarde que caminaron juntos por la orilla y se ponía el sol. Entonces cada rato libre que tiene se lo dedica a su imaginación, al amor que recuerda, a la cara de Paula llena de perlas de lluvia, a sus ojotas en la mano y la corrida entre médanos y bajo la gran tormenta. Tulio, que siempre espera un llamado perdido, espera un domingo más. Y para distraerse pela un níspero y se lo come. Pero eso es peor, porque la piel del níspero le recuerda tanto a la piel de Paula, ácida y dulce, que su espera se hace insoportable, y debe atarse las manos para no agarrar el teléfono y llamarla. Aunque, pensándolo bien, no tendía mucho sentido porque Paula vive en Argentina y Tulio, no.

Exaltación de la tinta (1972)

Digo tinta como simple metáfora de escritura, porque quedan pocos valientes que se le animan a estos viejos métodos. Pero la exaltación es la misma, ese lento rumor, ese caluroso crepitar que hace rascar las sienes y la nuca.

Algunos escritores, como yo, escriben como si eructaran. Incapaces de estarse quietos, de disfrutar de algún silencio, se sientan a hacer garabatos de las ideas que les merodean en la frente. Sin mucho orden, sin coherencia, a veces sin gusto. No juzgo esta actitud fisiológica, no soy el indicado. Sí valoro lo siguiente: estos escritores no ponen "estoy exaltado", sino que escriben con exaltación. No ponen "estoy triste", sino que la tristeza se encuentra entre los surcos, entre las palabras, las pausas y las comas, en esquinas desiertas o espaldas de mujer. Y claro, en sandalias.

Algunos lo hacen con maestría, y publican sus obras. Otros, más humildemente, lo intentamos desde el anonimato.