viernes, 30 de marzo de 2007

El Panadero Anarquista

No es exactamente un panadero ni técnicamente anarquista. El señor de la esquina de Ciudad de la Paz y Céspedes tiene la particularidad de desalentar a sus clientes. Con flacas palabras les quita con minuciosidad de calendario las ganas de vivir. De esta manera atiende su local de comidas naturales, y entre tartas de berenjena, milanesas de soja y bolsas de gluten está él, canoso y jodido.

Es un típico sujeto conciente de vivir en tiempos peores, cuyas camisas se destiñeron, cuyas mujeres engordaron, y cuyas ideas se refutaron. Sus momentos de gozo se remiten –por lo que escuché- a placeres gastronómicos: “los sánguches de lomo me pueden.” Aunque la comida también se convirtió en un cambalache reminiscente: “después de tantos años uno no sabe qué comer.”

El panadero tiene pensamientos sobre el arte culinario: “para cocinar tenés que tener tiempo. La cocina es un lugar para inventar.” Aunque el hastío parece haberlo vuelto ocre. Disfruta vendiendo semillas de girasol, come asado una vez al año, y arguye que instaló su local de comidas naturales porque se cansó de las tres opciones porteñas: pizza, empanada y milanesa.

Cada vez que salgo de ese local algo mío queda adentro. La amargura me revolotea dos o tres horas como mosquitos ansiosos. Y mientras enrollo los penosos fideos que este hombre cocina con solemnidad, su tremenda desalegría se adentra en mi estómago y me agruta el pecho.

Conversación con señorita II (1962)

Ese mismo año:

Álvarez Gómez: Cómo llueve.
Paula: Si.

Veinte minutos después.

AG: Cuando llueve pienso en usted.
P: No me mienta, Gómez.