lunes, 18 de enero de 2010

Ponedores de puntos sobre las íes.

Aproximadamente una vez por mes, sin previo aviso, se oyen los pasos de alguno de los pequeños hombres que bajan las escaleras. Viene uno por vez, pero su parecido es tan grande que es imposible distinguirlos. Son pelados, bajitos y gordos, y caminan con un pequeño portafolio –que nunca nadie vio abierto- y cuyo interior sigue siendo un misterio.

Mesa por mesa, el pequeño hombrecito se sienta frente a los parroquianos y pone los puntos sobre las íes, tarea que ninguno de los parroquianos podría jamás hacer por sí mismos. Cada vez que el hombrecito aparece, las bailadoras se miran entre ellas, y aún sin distraerse de sus bailes, intentan conocer el método de este extraño hombre.

Pero no pueden ver nada. El hombre trabaja rápido y va de mesa en mesa, casi sin hacer ruido salvo por su pequeños pasitos un poco arrastrados. Cuando termina, se sienta en la barra y el dueño del bar le invita un trago.

Los parroquianos parecen más serenos, y la noche puede continuar por donde venía.