miércoles, 28 de febrero de 2007

Arañas (I)

Las de ocho patas son una cosa terrible. Imagínense lo que es una de veinte. Son patas peludas, gorditas, que raspan desde adentro. Y la leve cosquilla es nauseabunda, atroz, una picazón constante en las paredes del estómago que le sirve de hogar al horrible bicho.

El primer doctor le preguntó:

-¿Qué pasa?

El niño, de apenas treinta años, dijo:

-Tengo una araña en el estómago.

-¿De cuántas patas?- dijo el médico.

-Por lo menos veinte- dijo el niño.

-Ah, no. Yo curo hasta doce. Pero conozco un psicólogo que cura arañas de veinte.

-Pueden ser más...

-Más también, es buenísimo.

El niño fue a una consulta. Los raspones eran terribles. Al parecer, cuando la araña tiene apetito, camina con sus patas violentas y se carcome los bordes del estómago. El psicólogo le preguntó:

-¿Qué te pasa?

-Tengo una araña en el estómago.

-Bien. De cuántas patas?

-Veinte. Al menos.

-Bueno -dijo el psicólogo- nosotros los freudianos curamos una por año. Podemos empezar este miécoles.

El niño agradeció y se fue. En su casa se levantó el apetito del bicho. Esta vez sintió por lo menos treinta patas que le tamborileaban el estómago desde adentro.

martes, 27 de febrero de 2007

Teclas

Teclas.

Escribir es ante todo tecla tecla tecla, una idea viene y se queda un rato, escapa y vuelve transformada. Ante todo tecla y pausa, letras en letras, palabras o palabritas que a veces dicen cositas. Nada más que palabras, un atardecer en Congreso, un muro y una confitería, palabras que para mi son una cosa y para otro, no sé. Ante todo sé que si digo, digo con palabras porque no conozco otra forma, pero también sé que cuando digo con palabras, en realidad es ante todo tecla tecla tecla. Y si digo geranio y pienso en mi abuela Esther, uno que vino de casualidad a leer esto va a leer sólo tecla tecla tecla, y nunca va a pensar en mi abuela, en Villa Adelina los domingos, en un radio grabador Hitachi o en las figazas de la panadería La Española. Entonces esto es raro, porque digo figaza y el que viene lee tecla tecla, y yo digo Esther, abuelita, y el que justo pasaba lee tecla tecla tecla. ¿Entonces qué? No queda otra que tecla, otra que decir hola Rafael, abuelo mío, tecla tecla tecla, recuerdo cómo jugábamos a los aviones en mi infancia remota que ahora es sólo tecla tecla, que ahora es sólo fragmentos tecla del pasado, ideas tecla del pasado, aromas y conversaciones entre un niño y su abuelo tecla. No me queda tecla nada más tecla que hacer que tecla tecla y suspirar, aguardar que alguien tecla tecla lea esto y no piense u oiga tecla tecla sino que logre verlo a él, al Rafa, como decía mi papá, y en vez de tecla tecla se tome uno de sus mates siempre con espuma, u oiga sus historias de aviones y despegues, que lo oiga decir propulsión a chorro y otras palabras que yo escuché, y que ahora sólo puedo traer con tecla tecla tecla.

Conociendo a Atilio

Algunas claves para descubrir a este hombre notable.
Atilio estuvo sentado mirando la entrada y salida de barquitos en el Puerto de Frutos durante veinte años. Allí anotó versos en un cuaderno, que sólo pocos conocen.
Comió manzanas acarameladas hasta la gastritis.
Orinó en un mismo arbol hasta su corrosión.
Amó a una kiosquera secretamente drante nueve años. Recién cuando dejó de amarla, mientras le vendía un alfajor, ella lo miró con deseo. Hicieron el amor detrás del taller de mimbre de un conocido de Atilio. Se llamaba Lorena.
Usó biromes bic, no por patriotismo sino por rata.
Sin concoerlas demasiado, anotó palabras como "mácula", "crepitar", "ribete". Finalmente las incorporó, más por fonética que tra cosa. Sus poemas son musicales. Algunos son repetitivos, pero hay que perdonarlo.
A sus veintinco años Atilio emprendió un viaje literario, algo sensacional. Se desligó de todo lo que no fuera su literatura. Se alienó, al menos un poco. Por eso, hoy, Atilio es poeta.

lunes, 26 de febrero de 2007

Variantes

Como sostiene una autora amiga, y la mayoría de los mortales, existen diferencias entre hacer el amor y tener sexo.
El lenguaje no puede frenar en su carrera de tejedor, de tapicero de símbolos. Por eso "tener sexo" suena a pornografía, a ruido, a casa de burlesque. Una vez fui a un prostíbulo en Neuquén, y la prosttuta era tan jovencita que nos quedamos charlando. Cuando le conté a Ornamenti, me insultó. Dijo simplemente que era un pelotudo. Puede ser, pero la conversación fue extraña y fantástica. Aquella mujer no se había permitido pensar en qué estaba haciendo. No me gusta el papel de defensor de las prostitutas; es tan cliché como pretender ahogar penas en whisky. Aunque odiar los clichés es igual de estúpido y cliché, y así hasta el In-Fitito.

Cuando Ornamenti dice que fornicar es una cuestión de aperturas, es difícil refutarlo. Tiene razón, aunque no lo sabe. Dice que nunca (jamás) amó a nadie. Miente, eso es imposible. Junto con Atilio sospecho que en su juventud (época frutal de la vida, época de higo maduro, de granada alborotada) debe haber sufrido mucho hasta convertirse en el sujeto que es ahora, misógino y violento. Hacer el amor es la apertura de los ojos, que se miran entre sombras y oscuridades; es la apertura de las manos, estremecidas, acariciantes, de las uñas y los dientes, de las bocas y los antebrazos que buscan rozar.
Yo no digo lo mismo que Ornamenti. En mi juventud, un verano de higos maduros y dulces, creo haber estado a punto de hacer el amor con una mujer acuarela. Lo tuve que imaginar, y el recuerdo es aún más tibio, más cálido, más verdadero.

domingo, 25 de febrero de 2007

Error de Atilio

La impotencia y la escritura están íntimamente relacionadas; el empleo del lenguaje siempre es una batalla perdida de antemano. Nunca se llega a eso demasiado concreto o real, nunca se alude sino que se esbozan sombras. Bosquejos.

Escribir sobre la impotencia es paradigmático, porque es doblemente impotente el que escribe. Es impotente porque recurre al lenguaje, que siempre se queda un poco afuera, un poco lejos; y lo es otra vez, porque el tema en cuestión es la impotencia, esa sensación de nunca.

Escribir sobre la impotencia es un acto recurrente. Es volver sobre una misma idea de impotencia. Hacerla texto. Es algo estúpido como esto que hago ahora. Pero como solia pasarme en mi juventud, muchas tardes escribí con impotencia.

Atilio es más optimista. Claro, él es poeta. Descubre que entre el lenguaje y los renglones crecen esos musgos, esos líquenes, algunas flores pequeñas y brillantes que le gusta repetir.

Pero Atilio está equivocado. Con la palabra jamás se llega al cuello de una mujer. Se llega hasta ahí nomás, cerquita. Pero al cuello, jamás.

sábado, 24 de febrero de 2007

Explayamiento

Existirá la palabra explayamiento a partir de ahora. Es lo que necesito, significa seguir el mandato de Atilio; aplicar lo que me dio a entender entre tanta charla y silencio. Necesito amasar bien las ideas y las líneas, amasar las hienas y dejar que aparezcan cosas entre líneas. Jugar a escuchar sonidos, como las hienas (que vinieron por fonética porque nadie las llamó) Y si se filtra algún sentido, que se filtre. Ahora, solo quiero amasar y explayarme. Quiero decir, para no olvidarlo, que un chico le hacía una invitación a una chica esta tarde en la estación de Martínez; apoyados ambos en las barreras rojas y blancas que evitan atropellamientos treniles. O fui yo, motivado por Atilio (que me dice que escriba escriba escriba) el que imaginó la historia, un poco de la pollera, los tironeos, la mesad de la cocina. Porque el valiente joven, quizá aún virgen, querrá hacer el amor parado porque eso se ven en películas. Y la muchachita, aún inocente pero que comenzó a largar lentamente los líquidos del celo, aplaca el miedo y airosa acepta lo que le ofrezcan. Así habrá noche, habrá bebida alcohólica y arcada, habrá olor a nuevo y torpeza, sudor en las manos y molestas ansiedades. Señores, habrá noche y estos dos no serán nunca los de antes, los que eran a la tarde. Porque conocieron lo que les quitará el sueño, lo que desvela, lo que hace alucinar. Conocieron el candor (con sonora erre), el candor de los cuerpos cuando bailan motivados por la naturaleza, ajenos a conciencias y razones. los cuerpos se mueven solos y así se destruyen los pensamientos, se modifica el discurso. Todo cae a pedazos y pierde sentido cuando cobran sentido los cuerpos, cuando una mano de mujer es un remolino que desespera; cuando el perfume de una mujer (de una Paula), se desenrieda de su cuello. Alucino imagnando esa noche que no existe, como todas las noches recordadas. Lo imaginario y lo sucedido son igualmente irreales. Entonces: regocijo de escritores y anotadores.

Inolvidar

Inolvidar

Una tarde pregunté a Atilio Fuentes si valía la pena tanto esfuerzo por armar historias y mostrarlas. Atilio, sentado a mi lado, contemplaba la entrada y salida de los barquitos mimbreros en el Puerto de Frutos. El sol le daba en la cara de costado formando un claroscuro difícil de reproducir. Por qué me olvido de las cosas Atilio, quiero dejar de olvidar. No digo que no estuviera escuchando. Atilio escucha en silencio, sin mirar, y sonríe apenas. Deja ver dientes todavía blancos en su cara joven. ¿Cuántos teníamos, veinticinco? Contra mi impaciencia Atilio enfrentaba una calma casi sobrenatural. Al rato yo también miraba los barcos, la calma del Puerto, la década del sesenta. Porque sos un tipo nostálgico, Gómez, dijo Atilio. Por eso te cuesta entender que te vas a olvidar de todo lo que alguna vez viste. Y esa idea te parece terrible.

No sólo terrible, sino más bien atroz. Aunque desconozco estrictamente la diferencia entre los términos. La única forma de volver, impura, reducida, desmejorada, es con párrafos. Recuerdo a Atilio diciendo esto, en un banco del Puerto de Frutos, con veinticinco años que parecían salírsele de encima con violencia; con esa ridícula presión que ejerce la juventud sobre el entorno, esa vitalidad perecedera que se regocija de verse pasar, que prende cigarrillos y anota cosas en un cuaderno. En mi juventud declaré el amor con los ojos, escribí cartas temerosas, dije cosas frente a una vía, viajé a Europa; me emborraché con obstinación. Leí libros en el tren. En el piso de un vagón miré en diagonal a una mujer silenciosa que es tarde me miró distinto. En mi juventud busqué la calma mirando el Río, o anotando cosas en un ático desesperado y caluroso. Dije que existe amar a una mujer y después a otra, y me pareció terrible. Pero cierto. Ahora quiero recordarlo todo. El desorden de una mesa en Palermo, un encendedor sobre una servilleta; habernos dormido en el cine. Haber amanecido juntos, tantas veces. Todo el mundo leyó el cuento de Funes y lo cree suyo; la idea de retener los acontecimientos y que vivir sea sólo eso. El eterno recordador sabe que nunca podrá hacer más que garabatos, más o menos prolijos, más o menos buenos, pero no mucho más que eso.

viernes, 23 de febrero de 2007

Madrugada (II)

Por la hora que es, sólo puedo hacer un comentario más bien personal. A las cuatro y cuarto de la mañana no tengo opciones. Esta noche no es como ninguna de las anteriores. Todas las noches, salvo unas pocas, serán olvidadas. Nos corre el olvido, como a todas las cosas. ¿Tenemos con qué enfrentarlo? A veces creo que sí. Otras no estoy tan seguro.
Antes de tratar de dormir, recordaré: los ojos de mujer acuarela que conocì en mi juventud; el sol de frente por la Avenida las Heras; una conversación frente a una vía de tren; dudosas manos blancas. La boca maldita.
Al fantástico Funes no se le escapa ni un sólo instante. Al resto de los mortales, a mí por lo menos, la vida se me derrama y no puedo siquiera preocuparme.

jueves, 22 de febrero de 2007

Mejillonismo

La variante sudamericana de "ostracismo" puede ser o bien "mejillonismo" (para la costa atlántica y escolleras naturales), o bien "almejismo", para regiones más al Sur, de Claromecó para abajo. Todas las variantes son más incómodas que el "ostracismo", que consite en la incómoda reclusión de uno mismo adentro de una ostra. Algunas almas impuras debemos recluirnos en mejillón, con todo lo que eso implica en terminos olfativos. Una vez una mujer acuarela dijo: hoy es un día para bajarse del mundo. Yo asentí, y en seguida pensé en el "mejillonismo", en la autoexclusión. Por eso invito a los espíritus desgastados a no temerle a la soledad de los moluscos y adentrarse en ellas como impávidos murciélagos. No todos los días son para vivir, algunos son para ocultarse. Eso quería decir. Qué pena que siempre pasa lo mismo: diez líneas para aludir un simple comentario.

miércoles, 21 de febrero de 2007

Imprevisibilidad de los Tulios

No me resulta demasiado fácil decir esto, pero los Tulios pueden aparecer. A veces, incluso, aparecen. ¿Cuál es el principal problema? Sin los Tulios las Paulas destinan sus sandalias a nuevos bailes, y nuevos Tulios. A nuevas noches donde a veces llueve, y a veces Buenos Aires. Con el leve viento de verano, la cadencia final de febrero. Y todavía siento tu perfume, Paula. Y vos me decís que. Entonces contesto que a lo mejor. Si quizá intentáramos.

Pero Tulio aparece, como un viejo conocido, caminando por ahí.

Y sin embargo, te digo: todavía siento tu perfume, Paula. Mujer acuarela de boca maldita, todavía siento tu perfume, y con éste: la fuga.

martes, 20 de febrero de 2007

Epifanía (II)

Uno de los dilemas de la palabra escrita y de la comunicación en general tiene que ver con. Para empezar, es importante tener en cuenta que el lenguaje jamas. Para vencer la incomodidad de nunca llegar a de decir, es necesaria mucha. Por más práctica, por más buen gusto, cada vez que yo.

Y quizá suceda que alguna vez. Quizá lea un poema de una mujer que dice "suavidad atardecida de árboles de tilo", e imagine. Árboles, arboledas, bulevares y caminos tapizados de otoño; y quizá, con un poco de suerte, aquella primera imagen que la poetisa quizo aludir no sea tan distinta que la que yo tengo ahora, reflejándose en mi mente como un destello, a punto de volver a irse de donde vino.

Pero cabe la posiblidad de que lo más interesante de todo sea justamente no coincidir en las imágenes, y así con sólo decir "arboleda" poder aludir infinitos y desconocidos árboles, que titilarán por segundos en mentes desparramadas por ahí.

lunes, 19 de febrero de 2007

Epifanía de Lunes

Todos los lunes, a la hora de la reformulación existencial (11 am), experimento epifanías. O, comería un choripán. Quien diga que puede distinguir la epifanía del apetito choripanero, es un farsante. Choripanear y epifanear son, muchas veces, variantes del mismo verbo. Entonces, mis opciones de lunes se reducen a dos: o bien evacuar alguna inquietud con la escritura (haciendo lugar para próximas inquietudes), o bien acercarme a la costanera y pedir dos choripanes. Uno para ahora, y otro por las dudas.

Si está desalegre, choripanee. Esta mañana, después de escribir, choripanearé. Quien choripanee, se alegrará. Es probable que se me haya olvidado algún tilde (o alguna). Agreguenla, y después, choripanéen.
Y no olviden chimichurrear sus choripanes para exaltar sus choripánicas epifanías lunescas (o lunecinas, si estuviera nublado).

domingo, 18 de febrero de 2007

Epifanía (I)

No sabía exactamente de qué se trataba, pero un amigo me lo explicó. Al día sigueinte, apenas levantado, tuve una. Cuando esa noche tomábamos una copa, dije: "Tuve una epifanía."
Nietzsche dice (algo así como) que la mejor manera de arruinar algo es intentaralcanzarlo a través del lenguaje. Lo que es paradójico, porque esto que cito es mi modesta interpretación de una poderosa idea; y más aún teniendo en cuenta que esa idea, es también lenguaje.
No quiero aburrir a nadie con un ensayo linguístico. Tengo escasos conocimientos y profundas intuiciones. Algo, sin embargo, sí puede ser alcanzado por el lenguaje. O por la forma del lenguaje que encarna la narración. Ayer, por ejemplo, hervían unas empanadas en una sarten, en la esquina de Honduras y Medrano; un señor cruzó la calle y me miró con temor; una señora mayor cargaba bolsas con verduras.
Si tengo una epifanía inmediatamente después de haber adquitrido el concepto epifanía, entonces mi contacto con la realidad es únicamente una constucción discursiva que puedo modificar a medida que éstos (los conceptos que frecuento y utilizo), a su vez, se transforman.
Es lunes a la madrugada, y he dormido poco.
Para los amantes de crepitar (como concepto), tengo unas palabras más: la magia (lo que pensamos cuando la invocamos silenciosamente) existe.

jueves, 15 de febrero de 2007

Desalegría en la Infancia.

Entre 1968 y 1971 dediqué largas horas a un inédito Tratado sobre Desalegría. "Desalegría en la Infancia", uno de sus capítulos, recorre una de las facetas más delicadas de esta circunstancia (porque no se trata exactamente de un mal, sino de algo que acontece). Transcribo algunos fragmentos:

"Los niños desalegres abundan. Generalmente se abstienen del vértigo de los toboganes, no comen helado ni chupetines, no juegan carreras ni aman a sus comapañeritas (de rulos y mocos). Ese es un error, porque a veces la irreverente casualidad reune a mocosos y mocosas muchos años después. Si usted cree que su hijo es desalegre, deberá actuar con cuidado. En general, la desalegría en la infancia se manifiesta en determinados estado de profunda reflexión, momentos de delirio místico ante los cuales los niños, epifánicos, descubren la verdad. Pero, incapaces de transmitirla, se la olvidan.

Cierta vez, un sobrino sostenía un helado en un cucurucho. Miró la monumental torre de chocolate y sonrió. A punto de comerla, decidió esperar: el espectáculo del chocolate le resultada impactante. Contempló la belleza del helado, su dócil forma. Sin que lo supiéramos los presentes, el niño imaginó el gusto. Pero en vez de comer, lo sostuvo, conteniendo su ansiedad. En pleno delirio místico, el niño dijo en voz alta: "el helado se derrite". Ese niño, mi sobrino de tres años, ya era desalegre. Hoy escribe poemas en los colectivos.

Desalegría de miércoles

El término me pertenece. Es desalegre aquel que sospecha de su desalegría. No pida más explicaciones. Si usted amanece y dos o tres horas después se siente igual, parasitando la vida, seguramente sufra desalegría. Hábiles doctores recetan medicamentos; astutos psicólogos recomiendan purgarse del propio pasado. Yo recomiendo ir a La Americana, pedir un cortado doble y seis medialunas.
La desalegría no es curable. Tampoco es un mal.
Es una cagada.

miércoles, 14 de febrero de 2007

14 de Febrero, 1967

Fue una tarde así, como la que ahora se acurruca sobre Callao, misteriosamente vacía de autos y de ruido. Te recordé, qué más puedo decir, si es lo único que se puede hacer adentro del tiempo. Una tarde como hoy, o una igual hace cuarenta años, Paulas serán besadas por Tulios, Paulas cruzarán sus brazos sobre espaldas de Tulios; Tulios susurrarán en oidos de Paulas, y éstas, sonrerián. Que como saben algunas mujeres, no es lo mismo que reír. ¡Salud, bocas ajenas! Desordenadamente recuerdo: un labio inferior, hileras de dientes, un desayuno en Brasil, la recorrida de un supermercado, una película argentina, un alfajor, la almohada de tu casa, mis zapatos bajo tu cama; tu olor, la puntualidad de tus caricias.
Y no recuerdo desde cualquier lado, porque ahora, cuarenta años después, mientras miro a través de una ventana sucia sobre la impenetrable soledad de Callao al 100, recuerdo sin nadie alrededor, sin una copa de nada, sin una conversación que conviertan la nostalgia en una narración entretenida. Por eso este relato goza de ser verdadero; representa lo que es, la simple estirada de brazos y manos, el estremecimiento de quien intenta alcanzar un acontecimiento, pero se queda corto.
El Día de los Enamorados está hecho para gente que mira por balcones, que riega helechos, revuelve cajones y abre sobre viejos; que ceba mate en un cuarto en penumbras, abre y cierra un libro mil veces, que pone un disco de Bill Evans y sin saber por qué, llora.

lunes, 12 de febrero de 2007

La Mujer de las Preguntas (I)

Conocí a la mujer de las preguntas un día de 1974. No eran tiempos tranquilos, pero tampoco era imposible enamorarse. Algunos contextos político sociales favorecen los versos, las caminatas por la ciudad y los besos en las plazas.
La mujer de las preguntas dijo: ¿te gusta la lluvia? Y un día me pasó algo novedoso que cambió mi juventud: sonó el teléfono, ella me invitó a ver llover. Coincidir con una mujer en el tiempo y el espacio ya es milagroso. Coincidir en el amor por la lluvia, casi imposible.
La suerte estaba de mi lado, pero el clima en Buenos Aires estaba espléndido y no parecía que fuera a llover nunca más. Esperé, como todo joven ansioso, que una nube cegara los rayos, a que el calor porteño inflara las nubes de agua gris. Pero eso no ocurría. Odié al sol, odié las playas y las vacaciones, las sillas de plástico, la alegría, los panchos con coca, los choripanes, los barrilletes y los nietos felices. Quería que lloviera. Quería salir con la mujer de las preguntas, a ver cómo llueve.
Un juves a las dos de la tarde la ciudad oscureció. Una única nube cubrió el cielo. El calor lógico de febrero asfixiaba los ánimos. Los hombres caminaban por la calle con las camisas pegadas al cuerpo; las mujeres no escondían su incomodidad o su asco. El tiempo era terrible, y yo era completamente feliz. Oí el primer trueno, cerca del aparato del teléfono. Sonó justo con las primeras gotas: ella era.

Acuñamiento de Lunes

Quizá alguna vez una palabra esté tan bien puesta y suene a contrabajo, a bicho que vibra. Sigo alineado con el artículo anterior: algunos tenemos la ilusión de gozar, por unos minutos o por una tarde, ese poder tan generoso. El de acuñar sentido.
Me permito el siguiente lujo: acuño este lunes, este bar, esta mañana, este café en jarrito. Acuño en mi cuaderno, acuño para compartir que acuño. Mientras pasa (pasó) el trén me apodero de la mañana como si la amara mucho.

domingo, 11 de febrero de 2007

Sobre Tulios y Paulas

La cosa es más o menos así. Paula espera en su departamento el llamado de Sebastián, y mientras tanto mira por el balcón. Debajo: el Barrio Chino. Para divertirse, escupe carozos de ciruelas a los transeuntes. Sebastián quiere llamarla, pero prefiere esperar, como todos los domingos, a que lo llame Maira, la morocha brasilera, y le sugiera alguna cosa de domingo a la tarde. Pero eso en realidad no pasa casi nunca, porque Maira tiene novio, y ella espera intranquila porque el hombre hace dos días que no la llama. No que no sabe es que su novio, Tulio, está desde siempre enamorado de Paula, como indica la astrología, desde la tarde que caminaron juntos por la orilla y se ponía el sol. Entonces cada rato libre que tiene se lo dedica a su imaginación, al amor que recuerda, a la cara de Paula llena de perlas de lluvia, a sus ojotas en la mano y la corrida entre médanos y bajo la gran tormenta. Tulio, que siempre espera un llamado perdido, espera un domingo más. Y para distraerse pela un níspero y se lo come. Pero eso es peor, porque la piel del níspero le recuerda tanto a la piel de Paula, ácida y dulce, que su espera se hace insoportable, y debe atarse las manos para no agarrar el teléfono y llamarla. Aunque, pensándolo bien, no tendía mucho sentido porque Paula vive en Argentina y Tulio, no.

Exaltación de la tinta (1972)

Digo tinta como simple metáfora de escritura, porque quedan pocos valientes que se le animan a estos viejos métodos. Pero la exaltación es la misma, ese lento rumor, ese caluroso crepitar que hace rascar las sienes y la nuca.

Algunos escritores, como yo, escriben como si eructaran. Incapaces de estarse quietos, de disfrutar de algún silencio, se sientan a hacer garabatos de las ideas que les merodean en la frente. Sin mucho orden, sin coherencia, a veces sin gusto. No juzgo esta actitud fisiológica, no soy el indicado. Sí valoro lo siguiente: estos escritores no ponen "estoy exaltado", sino que escriben con exaltación. No ponen "estoy triste", sino que la tristeza se encuentra entre los surcos, entre las palabras, las pausas y las comas, en esquinas desiertas o espaldas de mujer. Y claro, en sandalias.

Algunos lo hacen con maestría, y publican sus obras. Otros, más humildemente, lo intentamos desde el anonimato.

sábado, 10 de febrero de 2007

Noche de febrero. (1965)

Para empezar, una mesa, el mantel, dos copas, una botella. Usted y yo. Usted del otro lado de la mesa, como en la tribuna de en frente. Todo me recuerda, ¿sabe?, todo me recuerda a la primera vez que sandalia sandalia zapato, una noche de verano tan cálida que usted comentó: qué linda noche de verano. Entonces caminamos, sandalia zapato sandalia, la tímidez de tomarle la mano e invitarla a bailar en medio de la calle esa música que sólo nosotros parecíamos escuchar.
Usted quizá pregunte si lo que sucede como recuerdo es sólo una versión tardía de los hechos que ya no podemos ir a buscar. Desmiento su duda de sandalia con certeza de zapato. Ir a buscar la noche de ayer, que fue hace siete años, es tan real como la gota baja por el tallo cristalino de su copa, como las pestañas que usted estremece cuando se inclina hacia adelante. Como esta linda noche de verano.
Parece imposible: usted y yo vivir la misma noche como fragancia inapelable.
Bienvenida, cálida noche de albahaca.

viernes, 9 de febrero de 2007

Éramos tan jóvenes

En la sartén del fondo, que también usamos para darno golpes en la cabeza, solíamos cocinar antológicos omelettes.







Si alguien sabe cómo se escribe omelettes, avise.

Sandalias (1970)

Para empezar, seis sandalias, una por cada paso hasta el timbre y la mirada del colectivero, posiblemente Juan Carlos o Rubén; treinta sandalias, la esquina de Pringles, dos sandalias y los cigarrillos, el encendedor, la sonrisa del kiosquero. Cuarenta sandalias: suena el timbre y yo me levanto, no te esperaba, ocho pantuflas (¿en verano? mejor ojotas), la cerradura o antes el portero eléctrico y tu voz que llegó un poco distorsionada, soy yo, abrí; y antes es ayer a la noche y tu cara en penumbras, el silencio y después tu espalda que se aleja. Abrí. Abro. Ahí estás, ninguna sandalia, estás inmóvil y ya sé todo. Tus mejores palabras son con el cuerpo. Esta vez, con los pies. Vení, pasá, nueve sandalias, silla, cinco pantuflas, ¿café?, no, gracias. Silencio y ojos, silencio, tu cara de perfil. Habláme. Pero preferís no decir nada, elegís callar, mirar el helecho que cuelga en el balcón, y yo me siento un geranio, tan geranio mientras vos hacés silencio y sandalia, dos sandalias, me voy, ocho sandalias y estás en la puerta, abro, abrí, y así te miré irte, ocho, diez, veinte. Mil sandalias y yo geranio geranio geranio.

jueves, 8 de febrero de 2007

Apuntes de los setenta.

Sí, además de levantarnos minas, participábamos de alguna que otra organzación, tratando en lo posible de no hacer demasiado ruido. Justo recuerdo que una vez, en el mismo verano caluroso, el azar reunió a Rómulo, Atilio y a mí. Caminábamos por Florida, como todos los hombres, para disfrutar del coreográfico vaivén que produce el apuro en las mujeres pulposas. Estábamos en silencio.

Pero pasó una mujer de esas que intimidan. Seis porteros, cuatro diarieros, once empleados de banco, catorce ingenieros, un periodista, dieciseis motoqueros a pie y nosotros tres, giramos para verla irse. Nadie se animó a hablar, salvo nosotros. Antes de que se perdiera de vista,

Álvarez Gómez: "Siento arrebato."

Atilio Fuentes: "Me hidratas."

Rómulo Ornamenti: "¿Caga usted bombones?"

Más apuntes sobre Atilio Fuentes

Para levantarse una mina, el mismo verano de calor, mirándole los ojos enormes y verde, Atilio dijo: "me hidrata verte."

Cuando llegó a su casa, corrigió apenas el verso: "me hidratas".

Oniria

Como la mayoría de los poetas de Tigre, Atilio Fuentes es un soñador. De los que sueñan cuando duermen. Cuenta Atilio que un verano de mucho calor soñó toda la noche con dormir en una heladera, sobre cientos de sachets de leche. Como Atilio es un relizador, comprometido con sus ideales, al levantarse caminó dos cuadras hasta el supermercado. Buscó lós lácteos, dejó sus ojotas a un costado, y reanudó su descanso sobre cientos, cientos de sachets de leche.

Opiniones (II)

En cierto momento de la década del setenta, Atilio, Rómulo y yo solíamos entretenernos con el siguiente juego. Provistos de una serie de elementos, cada uno debía construir un breve relato. Los resultados no fueron sorprendentes. Por ejemplo:

Elementos: Hilo, tintura, higos, tela, arboles, agua.

Atilio escribió:

"Esbelta mujer
envuelta en tela
que cubre como cáscara de higo,
su noble figura de hilo"
Álvarez Gómez (yo), puso:
"Qué lindo amanecerte, lenta mañana. ¿Recorrería usted conmigo la tímida arboleda? ¿Podremos repasar los contornos de su lago, que cubre el agua de abajo con la azulada tela vibrante?"
Y Ornamenti:
"Llamamos tanga a una cualidad, y no al pedazo de tela que decora los culos y alborota admiradores. Usar tanga es ante todo la expresión de un profundo pensamiento social. Las mujeres que usan tanga son mujeres históricas (en sentido marxista): se reconocen parte de la sociedad y del mundo, y quieren cambiarlo mostrando el buen culo que tienen."

Discontinuidad de los Tulios

Parecerá incomprensible, pero la realidad indica la continuidad de las Paulas, y simultáneamente la discontinuidad de los Tulios. El error está en creer que el amor es imposible entre Paulas Continuas y Tulios Discontinuos. Las estadísticas indican que la mayoría de los amores se forjan siguiendo esta extraña lógica. Todos tenemos algo de Tulio, y ellas algo de Paula.
Mientras Tulio vaguea errático o muerde una manzana, Paula encuentra una blusa en un baúl.
Si Tulio se sube al tren, Paula cocina fideos. La vida de los amantes está dada por la milagrosa reunión de estos fragmentos.

miércoles, 7 de febrero de 2007

Opiniones (I)

Recorría las góndolas de un supermercado en la compañía de Atilio Fuentes, poeta de Tigre, y de Rómulo Ornamenti, ensayista y fundador del burdismo. Para daruna idea acertada este sujeto, transcribo su Primera Tesis sobre Burdismo de 1959:

“Soy Atilio Ornamenti y fundo el Burdismo.”

Veamos la Segunda Tesis sobre Burdismo, del mismo año:
"El Burdismo postula: la verdadera poesía emana de la observación y el contacto con la mujer. Ésta se alcanza únicamente a través de un lenguaje abrupto. Describir la belleza de la mujer constituye una tarea tan compleja y profunda que las palabras utilizadas no pueden sino describir reacciones orgánicas del cuerpo. Ergo, las palabras pronuciadas por el burdismo son orgánicas, y responden a estímulos."
En la góndola de los fiambres, inclinada sobre cien gramos de paleta, había una mujer.
Atilio Fuentes dijo: "Crepúsculo."
Alvarez Gómez dijo: "Níspero maduro"
Rómulo Ornamenti dijo: "Qué buen baúl."
No daré demasiados detalles sobre aquella mujer. Sólo confieso que mientras ella hacía la cola para pagar, yo la espié, quedando su cara encuadrada justo entre una caja de garotos y una prestobarba. Y parecía tímida, interesante, cálida, poniendo sus productos uno a uno en la cinta transportadora. El consumo masivo obliga al hombre a acomodar sus parámetros de romanticismo.
Nota: mientras yo contemplaba, Fuentes anotaba algo sobre sus piernas (flaquísimas, largas), y Ornamenti le miraba el culo.

Conversaciones con Atilio Fuentes (I)

Como muchas otras, aquella tarde Atilio y yo estábamos setados en unbanco del Puerto de Frutos. Cuando es verano y hace veinticinco grados el cuerpo se relaja y olvida. Atilio comía pirulines, rememorando la infancia. Yo miraba cómo los barcos que habían estado todo el día descargando mercadería volvían río arriba. Oí hablar a Atilio:

-Me gusta la palabra picaporte- dijo.
-Ahá- contesté.

Hicimos silencio. Al rato:

-Me gusta vacilar.
-Ahá: y qué tal pescante.
-Sinusoidal.
-Hermitaño.
-¿Está seguro que es con hache?
-No, tiré a pegar.
-No es problema. Oiga: senil.
-Silbido.
-Suceso, suceder, su cedáneo.
-Té de Cedrón para el cerdo.

Hubo una pausa. Atilio dijo:

-Genial.
-Genitales.
-Gegén.
-Gemido.
-Gerardo.

-No, eso nunca.

martes, 6 de febrero de 2007

Los amores secretos de Atilio Fuentes (I)

En su adolescencia, Atilio amó a Xuxa. Por error una tarde entró en un video club de los ochenta y sin querer trastabilló con un escalón. Desde el piso miró hacia el estante que había quedado a la altura de sus ojos. Leyó: "Xuxa, tuya esta noche". Fingiendo amigdalitis consigúió el favor del dueño, quien se la alquiló guiñando un ojo. En la soledad de sus catorce años, Atilio vio caer los vestidos de su admirada actriz. Xuxa quedó desnuda, y un señor le hizo el amor en la bañadera. Ella parecía contenta, dijo más tarde Atilio, pero se había decepcionado. Sin embargo, vio el video hasta el final.

Censura

Cuenta Atilio Fuentes, el poeta, que su madre le prohibió el chimichurri. De profesión bioquímica, y tras exhaustivos estudios, encontró en una muestra de chimichurri los siguientes elementos:

-bosta de caballo.
-mosquitos.
-un anillo de casamiento.
-dos pesos.
-arena de Pinamar.
-arena de Gessel.
-arena de Ostende.
-una palanca de cambios.
-un parasol.
-un VHS de Xuxa.

El Tocador de Fondos

Como todo poeta, Atilio, mi amigo de Tigre, toca fondo. En repetidas ocasiones me ha citado en bares, ha ordenado cerveza diciendo: "toqué fondo". Acontecimiento habitual en hombres de letras, Atilio concoe la desesperación.
Sin embargo, un hombre dócil como él aprende de sus errores. Sustituyó su penoso lamento por una hamaca paraguaya. Además, colocó en el fondo una parrilla basilera y dos sillas para recibir visitas. Su primo arquitecto instaló un jacuzzi sobre un deck de madera, para días de sol. Su madre le envió en una bolsa avellanas y nueces. Un amigo somellier le hizo llegar de mendoza seis cajas de malbec. Consiguió una alacena y se aprovisionó: chorizo seco de Urdampilleta, queso de cabra, picles, aceitunas negras, tostaditas y atún. Sus amigos contrataron una compañera promiscua para noches de instrospección. Sobre una mesita de luz ordenó libros y colgó una dicroica de un arbol para leer de noche.
Así de equipado, Atilio le perdió miedo a tocar fondo. En adelante fue horrorosamente feliz.

Enfermedades (I)


Un verano caí gravemente enfermo. Consulté a mi médico clínico, quien no encontró nada. Mi malestar era continuo. Consulté otro médico, de los huesos. Solicitó radiografías y estudios, pero no encontraba nada fuera de lugar. Fatigado, fui a un dentista, que revisó muelas y encías, sin encontrar anomalías. Visité un psicólogo, que habló un rato de literatura y me despidió sin novedades, diciendo hasta el martes que viene. Irascible, compré un diario, lo leí entero, entré en un café, desayuné, miré alrededor. Mi malestar no se calmaba.

Sin poder definir mi dolor, fui a un dermatólogo, que me recetó un aceite de coco. El kinesiólogo buscó contracturas, pero no las tenía. La nutricionista indicó una dieta a base de verduras hervidas y maní, que seguí con obediencia durante dos semanas. Pero mi dolor no se calmó.

Una mañana como esta, en la esquina del Café el Molino, comtemplé la calle. Horrorizado, de pronto comprendí el origen de mi enfermedad; por fin supe el nombre de ese temible mal: “Rivadaviásis.”

lunes, 5 de febrero de 2007

Sobre la obra de Atilio Fuentes

Conocí a Atilio, el poeta de Tigre, comprando un pirulín en el Puerto de Frutos. Él comparaba el pirulín, yo descansaba en un banco, mirando las esposas de los esposos. Feliz monotonía de vidriera, de avistaje de negocios y olimineto de hierbas. Eso es el Puerto de Frutos, un enriedo, un empujarse simpático. Atilio se acercó, tomó asiento y dijo: escribo poemas. Me dio un papel con sus últimos versos. Tenían la carga de un hombre que ha mirado mucho. No sé que pensará un crítico, pero en mi opinión son un tiro en el travezaño, abruptos. Publicaré algunos.

Atilio Fuentes

"Yo quisiera obedecerla

en su tan gentil consejo

pero aunqué lo pida a gritos

De su lado no me alejo"

Atilio Fuentes, poesía completa, inédito.

domingo, 4 de febrero de 2007

Prodigio (III)

Cuenta la madre del niño (en adelante Kafka) que su profesora de lengua quedó sorprendida de su capacidad literaria. Cierta mañana, a la pregunta "Tomasito, de qué es tu composición del fin de semana", éste respondió: "se llama El Proceso, y es una descripción de la impotencia del hombre moderno que, acorralado en las esrtructuras y coportamientos impuestos por su sociedad, lleva una vida desgraciada y penosa. El final se lo debo, disculpe."
Su madre, orgullosa, le compró un helado.

Prodigio (II)

En cierto momento me acerqué al niño, quién muy ocupado dibujaba en su cuaderno. Dije: "¿te enseñaron a escribir en el colegio?" El niño respondió: "si, llevo publicadas algunas cositas, aunque lo mejorcito está todavía en la cocina y no creo que lo termine en vida. La vida de escritor es jodida y no te permite disfrutarla."

Prodigio (I)

Curioso es que a pesar de estar enterrado en Praga (Praga?), esté Kafka merodeando en el jardín de mi casa. La primera vez que lo vi sospeché que era él, a pesar de tener seis años. ¿Cómo lo noté? Fue fácil. Descubrí en él actitudes únicamente atribuibles a su condición de Kafka. Una noche, durante una cena familiar, el niño estuvo veinte minutos mirando un pedazo de carne que yacía en su plato. Un sábado a la tarde lo sorprendí en el piso de la cocina, mirando un lento rincón. Ayer permaneció inmóvil durante dos horas, sin hablar, mientras sus hermanos se metían en la pileta. Sin duda, se trataba de él.
Este mediodía, seguro de mi descubrimiento, encontré al niño debajo del limonero, admirando los frutos aún verdes. Mientras nosotros comíamos, el niño acercó un banco, estiró su pequeño brazo, y cosechó un limón. Desapareció con el fruto. Al rato volvió a aparecer con una pesa de un kilo. Con cuidado, aplastó el limón hasta ablandarlo. Después, se acercó a su madre (la madre de Kafka) y pidió un cuchillo. Se lo negaron, pero logró que un adulto abriera un orificio en un extremo del fruto. A pesar de estar verde, el jugo comenzó a salir por el agujero. La alegría de Kafka fue incontenible, yo lo sé, pero el niño apenas sonrió. Tomó asiento al lado de la pileta e introdujo varias veces el dedo gordo en el limón. Despejé todas mis dudas: el niño es Kafka.
Nada cambió en nuestra relación, más allás del hecho de tener al célebre literato viviendo en mi casa. Es demasiado niño como para hacer preguntas sobre su obra, pero no dudo que llegará el momento. Esta tarde, mientras comía helado, Kafka notó que lo estaba mirando y sonrió. Soy yo, dijo, con la cara manchada de chocolate. Para no incomodar a la familia, no dije nada.

sábado, 3 de febrero de 2007

Continuidad de las Paulas

Un amigo de la infancia al que no veía hace mucho contó más o menos esto. Su primer gran amor se llamaba Paula, una chica de cuatro años, rulos y mocos, a quien conoció una mañana de la década del treinta en el barrio de Belgrano. La amó como aman los niños, la miró y pensó en qué bien se sentía ir a la hamaca con ella, comer galletitas, y tirarle piedras a los autos. Seis años después, su segundo amor. No se llamaba Paula, pero él encontraba un parecido en la manera de comer pochoclo en el cine, o de atarse los cordones. A los diceiséis, contra un teléfono público, lo besaron por primera vez. Tampoco se llamaba Paula, pero había algo, como un fervor, que le recordó a su antigua amada, la original. Aquel primer beso tuvo gusto a cigarrillo, pero no se quejó ni de eso ni del zamarreo. Al año siguiente, en un hotel de Congreso, conoció el cuerpo de una mujer desnuda. No se llamaba Paula, pero algo había en su cálido vaivén, en su piel de níspero maduro que le recordaba a su primer amor. Por temor a equivocarse, nunca las llamaba por el nombre, porque en el fondo sospechaba que eran todas Paulas. Hace dos semanas, dijo, pasó algo extraordinario. En una reunión social, sentada del otro lado de una larga mesa, creyó reconocer los rulos de la verdadera Paula. Se acercó, dijo su nombre, y ella sonrió complacida. Estaba convencido de que se trataba de la única Paula que existe. Su emoción era grande. Temeroso de vulnerar su jovial entusiasmo, preguntó su nombre: Romina. La desilusión no duró mucho. Mi amigo la invitó a un lugar más retirado, donde pudieran hablar; le compró un trago, habló de viajes, y la llevó a un hotel. Hicieron el amor, dijo, y según él, había algo en ella, un detenerse repentino, un sollozo de placer, un bailoteo de su pelo, que le recordaba a Paula. la únca Paula.

viernes, 2 de febrero de 2007

El esperador

Cursos: Atilio Rey dicta cursos de espera. Son baratos y bastante útiles. El docente esperó veintiseís años para salir con Claudia, su actual mujer, que durante ese lapo no le prestó atención. En su biografìa Atilio nos cuenta los pricnipales pasos en su vida laboral. Después de graduarse en sociología, esperó conseguir un trabajo digno. No lo consiguió. En vez de salir a buscar, permaneció en su casa, esperando. Pasaron veinte años, pero él estaba cnvencido que una oferta de trabajo llegaría a su puerta. Espero, con paciencia de profesor de esperamiento. Veinte años después, casi a los cuarenta, obró. A falta de moralejas, se comió media docena de medialunas en la panadería de la esquina, eructó, y volvió a su casa. Como enviada por una elevada espiritualidad, vislumbró la idea que lo salvaría del letargo: enseñar a esperar. Montó la estrategia, diseñó los contenidos del curso, habló por teléfono. Compró un rotafolios, pieza esencial de todo capacitador, con dos marcadores. Allí anotó: "Curso de espera; docente: Atilio Rey". Tuvo un éxito increíble. Los cursos duran veinte años. Atilio es millonario, vive en Londres y toma clases de canto.

Acuñamiento de Viernes

Sin notarlo, se nos irán de las manos numerosos viernes. Con suerte quedarán huellas, aunque lo más común es promediar, sintetizar los viernes en una única sensación vendredil. Por lo que este viernes, que existe, será pronto parte del cuerpo de viernes que constituyen lo viernes. Si fuera chico a esta hora bajaría barrancas pensando en bandas de rock; si fuera adolescente iría a un supermercado chino a comprar vodka barato; si fuera adulto, pensaría en una mujer que no existe, pero existió. Ahora que soy viejo pienso (si saber qué pienso sobre lo que pienso) en que promedié los viernes, los más de tres mil viernes que viví, y que en ciertos rasgos son todos bastante parecidos.
Decido entonces acuñar este viernes. Distinguirlo del resto como parte de un experimento sobre la memoria. Un vaso de agua, una calculadora (que sólo uso para sumar), un platito, un telèfono y tras él, Callao; una birome (que está de verdad, no es mero recurso aporteñante), una ventana opaca. Ventanas en frente, del otro lado de la avenida (¿es avenida?) Agencia de lotería, pizzería nociva, fábrica de sánguches.
Si lo logro, distinguiré este viernes de los demás. Si no, será una nota más en el promedio de tantos otros viernes que se me fueron.

Metamorfosis

Cuando esta mujer se pone contenta le crecen dientes. Hoy tiene más dientes que el lunes. Sus ojos también reaccionan: se inflan y enrojecen como burbujas. Los párpados se esconden como telones; las pestañas se estiran como pequeñas lanzas. Su cara endurece, geológica. María sonríe.