miércoles, 14 de febrero de 2007

14 de Febrero, 1967

Fue una tarde así, como la que ahora se acurruca sobre Callao, misteriosamente vacía de autos y de ruido. Te recordé, qué más puedo decir, si es lo único que se puede hacer adentro del tiempo. Una tarde como hoy, o una igual hace cuarenta años, Paulas serán besadas por Tulios, Paulas cruzarán sus brazos sobre espaldas de Tulios; Tulios susurrarán en oidos de Paulas, y éstas, sonrerián. Que como saben algunas mujeres, no es lo mismo que reír. ¡Salud, bocas ajenas! Desordenadamente recuerdo: un labio inferior, hileras de dientes, un desayuno en Brasil, la recorrida de un supermercado, una película argentina, un alfajor, la almohada de tu casa, mis zapatos bajo tu cama; tu olor, la puntualidad de tus caricias.
Y no recuerdo desde cualquier lado, porque ahora, cuarenta años después, mientras miro a través de una ventana sucia sobre la impenetrable soledad de Callao al 100, recuerdo sin nadie alrededor, sin una copa de nada, sin una conversación que conviertan la nostalgia en una narración entretenida. Por eso este relato goza de ser verdadero; representa lo que es, la simple estirada de brazos y manos, el estremecimiento de quien intenta alcanzar un acontecimiento, pero se queda corto.
El Día de los Enamorados está hecho para gente que mira por balcones, que riega helechos, revuelve cajones y abre sobre viejos; que ceba mate en un cuarto en penumbras, abre y cierra un libro mil veces, que pone un disco de Bill Evans y sin saber por qué, llora.