viernes, 1 de junio de 2007

Ingesta de Fideos.

En una fonda de San Telmo el señor se había quitado la boina. Sentado solo a la mesa, maniobraba con labios gruesos, regulando la introducción de los fideos a su sistema digestivo. Tomaba coca cola, era canoso, gordo, comía afanoso y solitario, en la última mesa de una fonda. Miraba su plato con ternura, metiendo el tenedor para acomodar el rebelde dibujo, como si se alegrara al corroborar que el plato estaba ahí, sobre su mesa, caliente y repleto. Se iría a dormir con el estómago lleno.

Yo estaba ahí. Si quisiera recrear aquella fonda –la de esa noche- algún comentador despiadado diría que exagero los detalles. Por ejemplo, en el fondo del salón había una silla alta para niños, y sobre ella, sentada, una damajuana. En las paredes había colgados carteles como los de antes; los mozos eran de oficio, la parrilla majestuosa; sonaba un tango de fondo.

Yo estaba ahí, corroborando el milagro de mi juventud, la certeza de ser joven y saberlo. El viejo comía su alegría de plato caliente en una noche de frío, y yo ratifiqué que era joven, como ahora ratifico que no lo soy. Esa noche tomé vino sabiendo que la juventud no duraría pero aún duraba. Y con esa sensación de aún, de todavía, festejé el milagroso presente.