viernes, 23 de febrero de 2007

Madrugada (II)

Por la hora que es, sólo puedo hacer un comentario más bien personal. A las cuatro y cuarto de la mañana no tengo opciones. Esta noche no es como ninguna de las anteriores. Todas las noches, salvo unas pocas, serán olvidadas. Nos corre el olvido, como a todas las cosas. ¿Tenemos con qué enfrentarlo? A veces creo que sí. Otras no estoy tan seguro.
Antes de tratar de dormir, recordaré: los ojos de mujer acuarela que conocì en mi juventud; el sol de frente por la Avenida las Heras; una conversación frente a una vía de tren; dudosas manos blancas. La boca maldita.
Al fantástico Funes no se le escapa ni un sólo instante. Al resto de los mortales, a mí por lo menos, la vida se me derrama y no puedo siquiera preocuparme.