martes, 13 de marzo de 2007

Esta noche larga.

¿Balada para un loco la escribieron para mí, Atilio? Decíme, Atilio, ¿por qué no me avisaste? Cómo no vas a adevertirme, Atilio, que la locura era nada más que ésta falta de razones. Atilio, Atilio, vení, hablame, no te vayas. Dejá de contemplar el mundo y recordá que al lado tuyo hay humanos que tienen cosas por resolver. Me dijiste que amara, Atilio, me dijiste que podía caminar tranquilo que total, total todo siempre terminaba bien. Pero no dijiste nada de esto Atilio, de la noche, de la espera, de los tangos canturreados entre paredes. Nunca mencionaste las mañans apuradas, la voz de Goyeneche tapandome la boca a mí, tu amigo desaforado. Atilio, odio tu paz, odio tu Río, odio tus respuesta malditas, tu sabiduría idiota. Tus ejemplos, tu tranquilidad. Me dejaste Atilio, me dejaste y te grité que te quedaras. Te fuiste Atilio, me viste perder la razón y vos seguías con ejemplos, con explicaciones pausadas. No hay más lugar para las pausas y las comas, Atilio, Poeta de Tigre, todos tus versos son una mentira fuera de tu aura. A mi no me sirven. Odio tus libros, tu prosa. No existe. Lo único que existe es esta noche larga. ¿Atilio, dónde estás, hermano?

Asistencia de Atilio

Por aquel verano -ya era marzo, danzaban mosquitos y las últimas luces del calor- Atilio y yo íbamos a un mismo bar, a la misma hora. Nos encontrábamos y todo parecía una casualidad, y encontrarse era whisky con hielo, la barra, el saludo mínimo del dueño, la aparición de la mujer aroma. Sucedía con precisión matemática, noche tras noche, pero parecía tan casual. Era marzo, el último verano precipitándose hacia el junio eterno. Esa noche, como todas, allí estaba la mujer de boca maldita.
El ron me había impedido la palabra. Atilio notó con maestría mi dificultad hilvanatoria y se acercó a ella. Alcancé a oír: "tus ojos munen de verde la imaginación de mi compañero." Ella estiró las cejas, dio un trago rápido y sentenció su vaso sobre la barra. Caminó hacia mí, me enfrentó, me llevó a su departamento. Nunca lo olvidé Atilio, gracias.