miércoles, 31 de enero de 2007

Último momento

Existe lo literario, y también la caca.

Desentretenimiento

Una especie de bicho circula (literalmente) el labio de una vela, que no es el labio ni es una vela sino el borde de un candelabro, que no es candelabro sino recipiente azul, dentro del cual, vela. ¿Espero algo de estas anotaciones? A veces sí, otras no tanto. Mi desafío es superar a las revistas de entretenimientos. Preferiría desentretener, en vez. Que no es lo mismo que aburrir. En vez de callar y esperar a que sea mañana, describo el comportamiento alucinatorio de un bicho parecido a un piojo. En vez de perderme este momento para siempre, lo recuerdo a través de este bicho, que ya se fue. Ciertas descripciones, minuciosas hasta la locura, son una excelente herramienta para recordar. No sé que día fue ayer, no sé qué hice; pero me viene a la mente una caminata, un cordón, un tacho de basura anaranjado, dos cucharadas de azúcar, un par de zapatos, un vidrio. Y así pasan los días. Y las cosas que observo en los días. Esto, ya se habrán dado cuenta, lo robé de un cuento (que leí recién esta noche, a los setenta años).
No estoy seguro de querer anotar palabras esta noche, pero sí de pensar sobre lo que significa dedicar la vida a las reflexiones. Esta noche refelxiono, iono, iono. ¡Basta de Aforismos! reza el cartel.
Encuentro dos errores básicos en los jóvenes. Lo sé porque los padecí, y porque hace sesenta y cinco años que soy escritor. El primero es la vanidad: el comprmiso con la inteligencia. El segundo tiene que ver con contenidos. Si son malos o aburridos, si no significan nada para nadie, mejor que no se conviertan en papel impreso. Eso pienso yo, que Soy Álvarez Gómez. Ni más, ni menos.

lunes, 29 de enero de 2007

Vaina

Traté de explicarle a esa mujer lo de la vaina, pero no entendió. Le hablé del amor, de cómo hay que cuidar ciertas cosas. Mencioné las caricias de la mañana. No me entendía. Miró, con ganas de irse. Entonces de nuevo dije que no, que la vaina, que hay que protegerse de lo que hay afuera. A punto de comernos. Pero ella estaba ya de pie y totalmente decidida a irse. Intenté una vez más, con mayor claridad: lo que sentís en el estómago, tu más íntima revelación, está protegida por una vaina. Como una chaucha o una ostra que protege su fragil perla del peligro exterior. Para llevarse bien, para amar a una mujer, hay que abrir la vaina a la misma vez, junto a ella, por que si no.
Y se fue.

Enumeración (III)

Un lunes a la mañana me senté en una mesita de La Americana. Miré alrededor y por la ventana.
Observé: una señora de sesenta años leyendo el diario; veintitrés taxis vacíos bajando por Callao; cuarenta taxis con pasajeros bajando por Callao; once colectivos de la línea treinta y siete; cuatro medialunas en un platito, al lado de un señor pelado; una morocha infernal, de lujuriosa pollera; un mozo de pésimo humor; el diario; la cara de un futbolista alegre; dos docenas de hombres de oficina, apurados por la vereda; un mendigo; dos personas perdidas, buscando algo; un café en jarrito, que bebí; una mirada triste de un muchacho joven; un escote fascinante; el cartel del Instituto del Pie, alto sobre los edificios; el kioco de revistas; una señora que insultó a un taxista que casi la atropella; una moneda en el piso; mi servilleta de papel, manchada de cafè y azúcar. Y mi reflejo, difuso en la ventana, suspirando.

viernes, 26 de enero de 2007

Transpiración Porteña

Al caminar por esta ciudad notará que ésta transpira. ¿Cuándo nos volvimos un país tropical? ¿Qué está pasando? Consulté un geógrafo amigo y dijo que en realidad estamos a la altura de Venezuela, y los mapas están mal. Un geólogo conocido argumentó que el problema es de las placas tectónicas, que están re calientes.
Ayer caminaba por Lavalle (o quizás era Sarmiento), y compré un tremendo sánguche que un antiguo bar esquinero exhibía, protegido por una campana de plástico. Algunas esquinas y bares porteños apelan a su porteñitud (porteñez) para diferenciarse y existir con un poco más de emoción. Yo, que camino esta ciudad hace setenta y cuatro años, ya no la encuentro ni gloriosa y museal (i.e. de museo), sino más bien un rejunte de ladrillos más o menos parejamente dispuestos. El sánguche, sin embargo, estaba buenísimo y sí lo recomiendo como algo porteño para hacer. Remitiéndome a lo que dije sobre la periferia, no creo que el dueño de ese bar que para turistas alemanes (o gringos en general) puede resultar atractivo, esté muy contento de no poder salir de atrás del mostrador. Salvo que facture sus buenos morlacos.

miércoles, 24 de enero de 2007

"Formas Poéticas de Denigración" (1960)

Algunas prácticas de los hombres, a la luz de la crítica superficial, llevan equivocadamente el nombre de vicios, perversiones u otras calificaciones patológicas. Sin negar que estas existan, son conceptos muchas veces mal empleados.

Visitar prostíbulos asiduamente, por ejemplo, puede constituir un hecho lírico antes que un acto perverso. Explicaré por qué.

En algún sentido, la prostitución es una profesión noble, siempre y cuando ellas –las mujeres de avería- sirvan de reposo para las almas angustiadas de quienes las solicitan. Una prostituta es una entidad espiritual, que se presta a un intercambio sincero con un hombre que la busca sin dobles sentidos, sin mentiras ni condiciones. De alguna forma, se trata de uno de los intercambios menos ambiguos entre un hombre y una mujer.

Las formas de denigración poética sobre las que deseo explayarme, sin embargo, son otras. Está claro que frecuentar los prostíbulos puede convertirse en un hábito oscuro. De todas formas, la denigración, el aniquilamiento del yo, la supresión de los mecanismos provocadores de bienestar que funcionan automáticamente, en sí constituyen una forma algo oscura de realización poética. El despojo de uno mismo, la comisión de actos denigratorios, la profanación, contienen en sí mismo una esperanza más fuerte, una tácita voluntad de vivir que aparece únicamente en estos momentos de soledad absoluta. Y es indiscutible que los prostíbulos –en especial los de baja calidad- son lugares idóneos para experimentar esta sofisticada versión de soledad. El mecanismo es el siguiente: alcanzar la soledad absoluta para identificar, por el absurdo, la vida en su pureza máxima. Peligroso juego de extremos, es cierto.

Esta anulación de uno mismo, este sacrilegio a través de la degradación, en algún sentido purifica. Por lo tanto, ir mucho a los prostíbulos tiene algo de budista, aunque cueste creerlo.

Para que esto funcione las prostitutas tienen mucho que ver. Algunas de ellas comprenden el experimento, otras simplemente se dedican a fornicar con nosotros. Fornicar es muy hermoso, pero no tanto con prostitutas, mujeres que están tan lejos de amarnos, y que quieren nuestro dinero. Pero por otro lado, ese acto despojado de amor –que nos destruye- nos abraza desde la soledad, desde el olvido, desde la pena que retuerce el pecho cada vez que miro el cielorraso opaco de un cuarto de hotel mientras la dama que se acostó conmigo se viste y apronta para recibir al próximo cliente. Esta transacción, este solemne intercambio de bienes, purifica.

Prólogo a "Formas Poéticas de Denigración"

Escribí este artículo en 1960, con el título original: "Formas de denigración poética". La inversión se debe a que trata más de la denigración indiviaual que de la denigración de la poesía. El punto es que ésta, la denigración individual, puede constituir un hecho poético. A continuación, el texto.

Simpatía

"Conozco a una mujer simpática que tiene la boca llena de dientes."
AG 1964

Nostalgia y Melancolía de los Alimentos

Las supremas de pollo que produce la Confitería L´Aiglon (Callao y Btme. Mitre) son nostálgicas. Los canelones que vende el Disco (blancuzcos, verdurientos, feos) son melancólicos.
El agua de la canilla (disponible en esta cocina) es melancólica.
El café humeante en un café porteño es cliché (es mentira y al pedo).
Decir cliché es pelotudo y notálgico.
Las Medialunas de La Americana no son nostálgicas ni melancólicas: son horribles.
Las medialunas del abuelo, baratas.
El mate a veces es nostálgico (cuando recuerda a Albornoz o a Aureano, soldados contra la solemnidad); a veces es melancólico (cuando es la única áctividad posible); a veces está frío y a veces podrido.
Los yogures dietéticos no tienen gusto a nada, salvo lo que sí tienen gusto y por ello son nostálgicos, porque siempre tienen menos gusto que el que el original yogur, son el nacional B del gusto, el equipo de volley del gusto, el ático telarañoso del gusto, el mingitorio del gusto, la letrina del gusto, el espejo de baño de estación de servicio de la ruta del gusto, la ruta tres llegando a Caleta Olivia del gusto.
La nostlagia es más paposa que la melancolía; la melancolía es más pastosa que la paposa nostalgia.

Diferencias entre Nostalgia y Melancolía

Si usted está en el saubterráneo y su mirada se pierde por la ventana, lo que siente es melancolía.
Si, en cambio, observa a una muchacha de pollera blanca y recuerda una noche de enero, lo que siente es nostalgia.
Si camina por Rivadavia pateando basura y frena en un kiosco a comprar un alfajor Suchard, a lo que el kiosquero le contesta: "no tengo, no se hacen más", lo que el kiosquero siente es nostalgia, y usted, melancolía.

Sobre Afirmaciones Porteñas (I)

A veces la necesidad de escribir no se condice con la capacidad de decir y/o expresar; lo que termina sucediendo es un texto como "Afiramciones...", donde lo único que hay es melancolía (ver texto que viene) y vejez, independeintemente de la juventud o no de su autor.
"En el futuro miramos con nos nostalgia (ver texto siguiente) lo que en el presente observamos con preocupación."
(AG, abril 1975)

Afirmaciones Porteñas

La ciudad está llena de muros.
Las calles están rodeadas de muros.
Los colectivos merodean alrededor de muros.
Adentro de los muros hay gente que hace cosas y cosas.
El problema no es la ciudad, sus muros, sus calles, los colectivos, el ruido, las plazas solitarias, la caca de paloma sobre estatuas, la cúpula verde, los kioscos de revistas, la trágica ausencia de alfajores Suchard, el otoño, la humedad, el embotellamiento. El problema es que me molesta.

Enumeración (II)

Una paloma muerta sobre un escalón; una señora que el fin de semana conoció la ribera; un hombre que lee Crimen y Castigo, cuya novia estaba buenísima, que "arbrirán un vino esta noche"; un cartel que ofrece oportunidades labroales en inglé; un kiosco; un florista aburrido; un guardia de seguridad aburrido; una ascensorista aburrida; un politólogo aburrido; una lima de uñas.
Cosas halladas en el camino de casa al trabajo (y del trabajo a casa).

domingo, 21 de enero de 2007

Enumeración (I)

López, el gato más pequeño, mira por la ventana; Sosa, mi hermano, mira la tevé; Sosa, el gato de Sosa (mi hermano) se lame el muslo derecho; López, compañera de Sosa la gata de Sosa (mi hermano) se desparrama en la canasta de pan que sirvió de cuna a Sosa (la gata) apenas llegó a casa; la canasta fue un obsequio de la madre de Laura, novia de Crosta, mi padre y padre de Sosa (mi hermano), dueño de Sosa (la gata), compañera de López (la gatita) que ahora me mira con señorial fijeza desde la canasta; el ventilador gira con lentitud; López entrecierra (o entreabre) los ojos; Sosa (la gata) en breve se lamerá los genitales, y Sosa (mi hermano) la envidiará. López lanza un tímido gritito que Sosa (la gata) advierte; ésta se pasea frente al monitor de esta computadora, por lo que no tengo buena visión de lo que escribo; en el escritorio hay un calendario de Los Simpsons, un control remoto, el dedo íncide recortado de un guante de latex (Sosa, mi hermano, sabría explicar), una tijera, dos parlates, un alicate, una tapita, un marcador indeleble, una canasta con un gatito llamado López, yo, dos pesas de dos kilos, una caja de fósforos y una lámpara.

viernes, 19 de enero de 2007

Brevedad

Una vez fue una tarde, y esa tarde vos caminabas por la playa, atardecía, Tulio caminaba con vos y tenía agarrada tu mano. Era verano, vos lo mirabas con ojos verdes y mojados, no por haber llorado sino por una misteriosa proximidad al mar. Tulio pensó (creo yo) es como si me mirara el mar, un poco por lo verde, por salado, lo vasto. Fue ahí cuando Tulio se enamoró de vos, y en ese segundo decidió dejarte, viajar por el mundo y llevarse con él (para siempre) la más bella -y fragil- representación tuya. Él te ama desde su memoria, y yo sé que vos hacés lo mismo, aunque todavía caminen por esa extensa playa (¿Brasil, Uruguay, Perú, Chile?), y aunque todavía, si hacen un esfuerzo, se ven sus huellas marcadas en la arena. Esa tarde es ahora, aunque a veces hoy y ayer es casi lo mismo y no vale la pena buscar las diferencias.
Entonces, buen viaje, a ambos.
A.G.

jueves, 18 de enero de 2007

La Casona de Congreso

A los setenta y dos años caminaba por la calle Rivadavia cuando una señorita (cómo entró en esas calzas, no lo sé) me extendió un papelito. Todo indica que Maria y Mica, "primas y fiesteras", invitan a pasar un buen momento en La Casona de Congreso, lugar de regocijo y fuertes emociones. Qué generosas mujeres, qué nobleza de espíritu que por treinta pesos, presentando este papelito, hacen descuento. No acepté la invitación porque Álvarez Gómez tiene setenta y cinco años, que a veces es lo mismo que tener tres o veintiocho. Pero hoy me sentí viejo y ajeno al mundo, y preferí caminar hasta La Americana y pedir un café en jarrito, y mirar (largas horas) por la ventana.

martes, 16 de enero de 2007

Periferia

No quiero ponerme doctrinario por varias razones. La primera y fundamental es que muchas veces quienes elaboran doctrinas lo hacen por ser tremendamente débiles en sus intuiciones. Si las creencias responden a articulaciones discursivas, entonces estamos mal. Desoir intuiciones es la mejor manera de convertirse en un muro o en un museo. Por otro lado, cuando tardo tanto en decir lo que pienso (si es que pienso algo, y no sólo escribo como proceso fisiológico), es porque algo está sucediendo. Llego así a lo que quería decir sobre la periferia.
Algunas actividades se desarrollan en un plano más concreto de la existencia (definida ésta como usted más desée): tomar el tren, ir a trabajar, almorzar, cebar mate, andar en ascensor, leer, caminar por Avenida de Mayo, mirar un muro (i.e. murear), hacer fotocopias, pedir un cortado en jarrito, suspirar, mirar el edificio deshabitado donde estaba el Café El Molino, etc. Otras lo hacen en la periferia. interpretar la realidad, relatarla (escribirla), es una de ellas. Insisto que debe haber un equilibrio entre ambas, o existir se hace costoso y/o estomacalmente imposible.

lunes, 15 de enero de 2007

Ocurrencias

Cierta vez discutí con un conocido acerca de una idea sobre un texto. La expuse, cautivado en sus detalles. Mi iterlocutor dijo: es sólo una ocurrencia. No entiendo a los apologetas de la seriedad. ¿Acaso las ideas literarias son cosas serias, envueltas en láminas de oro, que hay que desenvolver para admirar? ¿Qué es una idea sino una simple mirada del mundo, un comentario pasajero, remoto, pero que de todos modos queremos hacer para vaciarnos de algo que nos pesa? Señores, todo quedará atrás, nuestras ideas, las palabras y fotos de la juventud, los amores de verano, un recuerdo primaveral, nuestros cuerpos. Sobrevivirá lo urbano, las grandes estructuras, la línea del subterráneo, los edificios y avenidas. ¿Pero los humanos? Los humanos, así como vinimos, nos iremos. Entonces, ¿qué acto es más noble, más necesario, más poético y decente que el de hacer un comentario cómico sobre el mundo en el que vivimos? ¡Salud, seres ocurrentes! ¡No se detengan hasta la embriaguez!

Un "Gómez" de Felicidad

Así como los utilitaristas medían (o aún miden) la efectividad en útiles (unidad abstracta que generó grandes complicaciones académicas), yo mido mi felicidad en Gómez. No tiene plural, por lo que funciona como las palabras tesis o análisis: un Gómez, dos Gómez, tres Gómez, y así hasta el más absoluto éxtasis. A partir de esta definición, uno puede emplear (acuñar primero, emplear después) expresiones como qué gusto verte, siento un Gómez de felicidad, o bien, ese rogel está para cuatro o cinco Gómez. No podría aclarar cuántos son muchos Gómez ni cuántos escasos. Sentir un Gómez ya es bastante. Incluso el mismo término podría llegar a emplearse como sinónimo de la felicidad.

Muro (I)

Por una ventana de la cocina que da al mundo lo único que se ve es un muro. Alto, gris, un muro como deben ser la mayoría de los muros, aunque hay muros y muros. Algunos muros son más muros que otros, i.e. murean con más intensidad, murifican su interior y marginan lo que queda fuera. El muro, el que se ve por la ventana de la cocina (que da al mundo), murea hasta la mureósis. Para verlo sólo hay que ver por la ventana: el muro aparece, murísimo, mureando, murificando la vista del valiente observador. Desde esta ventana (que da al mundo) lo único que vemos es el muro, y esa especie de dialecto griego o ruso formado por las vigas que sobresalen. Un bajorrelieve, una obra de arte de la urbanidad se nos regala a los ojos. El paisaje es increíble: muriático y abominable. Miro por la ventana y siento la libertad, y aunque me pregunte si no estoy un poco equivocado, si no habré pervertido la libertad, miro el muro y me mureo, murifico mi alma. Cuando dejo de mirar por la ventana ya siento la abstinencia, la necesidad estomacal de ver el muro, aunque éste sea alto, gris e inabarcable.

domingo, 14 de enero de 2007

Madrugada

Lunes quince de enero, con letras. Sigue siendo domingo, aunque ya no es el mismo que a la tarde porque los días siempre se confunden y ahora ya es casi lunes. Lo peor del lunes: su proyección dominical. Incito a todo el mundo a cambiar la actitud de esta madrugada.
Si hay algo que no deja de sorprenderme es la cantidad de personas que quieren negarle a la vida su caracter fisiológico, y hacen cosas como escribir frases en papeles, tocar canciones, invitar a una chica irlandesa a salir, imaginar lo que debe ser Irlanda, volver de Irlanda (traten de pensar en Irlanda sin imaginar algo verdoso, verán que es imposible), poner un blog en internet esperando lectores fugitivos, convertirse en fugitivos y pasear de noche, entrar en bares, pedir bebidas fuertes, y creer que algo importante está pasando. Y por qué no: oír el tintineo de los hielos en un trago (no me gusta el whisky, aunque sí el ritual de la disolución de sus hielos, etc) y sentir que no podemos hacer otra cosa que vivir en el mundo. Es así, esto es un mundo de gente, mundos y munro, munros enteros de gente de mundo cocacoleándo para no aburrirse, comprando eukanuba, y los que no cocacolean pero cocacolearían con hielo y limón. Afeitaría al mundo de su barba de cinco mil años de gente encarnandole la jeta sin amor y sin verguenza.
(Favor de agregar la diéresis o crema sobre la melancólica "u" de ver-gu-enza.)
A.G.

Domingo.

Se habla de más, como siempre, y se emplea mal el término "domingo". Se lo relaciona con un estado del alma, cuando el alma tiene estados todo el tiempo, sólo que no siempre puede manifestarse. Manifestación del maní. Nuestras almas están, en alguna parte, pero están, y nos hablan tan fuerte que lo único que no podemos decir es que no se oye.
No existe (pronunciado nexisteh, con énfasis porteño) tal cosa como el domingo, entendido como término anímico. El domingo es lo que es, aunque en realidad es lo que somos adentro del él. Como dice alguien que diijo lo que erstoy por decir (y que no me animo a citar para no ser tan careta), nosotros habitamos el tiempo. O sea que siguiendo a este autor incomprensible para cerebros ansiosos como el mío, nosotros estamos metidos dentro del domingo como un embutido de tiempo, notable mondongo dominical, que nos aprisiona y hace inclinarnos por el fútbol, la familia, el deporte, el ajedrez, el mate, la lectura, las drogas, las ideas est´çupidas según las cuales el domingo es más tranqui, y demás producción discursiva de nuestras timoratas conciencias.
Los saludo, lectores (¿?). Leanmé, que callar es desagradable. Más los domingos.
A.G.

viernes, 12 de enero de 2007

Lloveósis

Existe lloveósis cuando no puede distinguirse si va a llover (que lloverá), de si ya está lloviendo (llueve), o si ha llovido. Los días de lluvia no necesariamente componen la lloveósis, estado proofundo del alma, melancolía de mayo, penumbra de agosto. Las siete de la tarde un mes de frío. Es recomendable esperar a que pase la lluvia, aunque la lloveósis se haya intalado en tu alma. Las almas son débiles; la peor lloveósis es primaveral. De esa se salvan pocos, yendo a la plaza o anotando fragmentos en cuadernos Gloria.
Hay dos salidas para la lloveósis: la melancolía o el enamoramiento furtivo de mujeres escandinavas.

Descomposición de Buenos Aires

Si uno camina por Buenos Aires notará que ésta se descompone. En Callao y Rivadavia, sobre el abandonado "Café El Molino", un caño se rompió y esta mañana llovía desde un departamento. Quienes cruzábamos la calle aguardando el arco-iris (el cielo era diáfano), nos mojamos alegremente.
Las calles de esta ciudad son hermosas. Los turistas la visitan como a una París sudamericana, observan las marquesinas de los edificios e imaginan sus interiores. Esta tarde, un gringo forografiaba el Congreso de la nación, su cúpula verde, las palomas, etc.
En Bartolomé Mitre y Callao, un señor miró toda la tarde por la ventana. Eso sucede a menudo en la Pizzería La Americana, lugar de fusión de queso y aceite, cuna de aceituna y jarra de vino; donde todavía sirven un balón de cerveza.
Pero todo esto es épica de museo, detalles pintorescos que en realidad son el reflejo de que Buenos Aires se va deshaciendo como sus veredas, y nosotros no nos salvamos.

¿Qué pasó? ¿La vida se despoetizó de repente?

jueves, 11 de enero de 2007

Reflexiones Gastronómicas sobre la Conciencia (1971)

Encuentro dificultad para comprender las razones por las que escribo. Dificultad que se expande y cubre la superficie de mi conciencia, sin olvidar ningún detalle, como la decoración de una torta. De nuevo, las aclaraciones: la espátula que esparce la crema es mi propia conciencia; la crema, la viscosa materia que sale de ella: un animal fanático de sí mismo, el bestial incendio de llamas sacrílegas que sin recelo carboniza el jardín de mi tranquilidad interior. Entonces la conciencia, envuelta es sí misma, lanza gritos desesperados. La espantosa confusión de no ver es insostenible, por lo que opta por manifestarse –torpe como una zanahoria- a través de su propio invento: la escritura.
Imaginemos un pozo profundo. Imaginemos un individuo allí dentro, asustado, con frío, con la vista levantada hacia el punto luminoso que a cientos de metros de altura marca la abertura por donde sin querer ha caído. Ahora imaginemos que utiliza el razonamiento –auxiliado por la conciencia- para calmar la ansiedad y prepararse a esperar. Por último, supongamos que el fruto de su discernimiento ha sido –para entretenerse mientras aguarda y no morir de frío- continuar excavando. ¿No es ridículo? Figuremos ahora que en vez de pedir auxilio el individuo pide a gritos que llenen el pozo de agua. ¿Qué está sucediendo? ¿Ha enloquecido?

No. El individuo no está loco, todo lo contrario. Se ha sometido al juicio de la razón, y ha confiado ciegamente en ella.

De manera análoga al sujeto que en el fondo del pozo decide excavar o ahogarse, me siento frente a un escritorio y oprimo al azar las teclas de una máquina vieja. Si la escritura es únicamente el fruto de la confusión, para salir de ella lo único que hay que hacer es no escribir. La verdadera escritura –es decir, la escritura desprovista de confusión- es la escritura ausente. Quizá los verdaderos escritores son personas con brillantes ideas en perpetuo estado de latencia. A lo largo de mi vida he visto con frecuencia este tipo de sujetos, en general barriendo las veredas de una verdulería, silbando bajito, los ojos entornados, apenas humedecidos. En vano he tratado de imitarlos. Ellos, hasta algún punto concientes de su superioridad, no dejan de compartir su humana divinidad con el resto de las personas a través de sus pocas palabras y sus gestos amigables. Envolviendo un kilo y medio de tomates, el verdulero del barrio de mi infancia me dijo cuando tenía poco menos de diez años: “Pibe: la alegría es sublime y la razón su súbdito insignificante. Tomá los tomates.” No comprendí lo que quiso decir. Años después recordé su frase mientras caminaba por una calle recogiendo hojas de tilo. Supe que aquel hombre era un sabio.

No niego que a veces el acto de escribir parece impulsado por fuertes vientos, y que detrás del escritorio iluminado aguardan armados numerosos batallones de guerreros medievales; no sólo infantería, sino también barcos inmensos, cañones cargados, y una amplia caballería. A veces las palabras huelen a hierba fresca, a albahaca recién cortada. Esos breves instantes engañan al autor, que se considera magnífico. Nace el vicio de escribir, villano encadenamiento de sonidos y letras que produce burbujas saladas en orillas de grandes océanos, para luego secarse y desaparecer.

11 de enero

Sí, es once de enero, con letras y con números, y el día es mucho más importante de lo que parece porque decidí nacer. No es una broma inteligente, sólo que hasta el día de hoy fui póstumo. Eso me aburrió bastante, por lo que aparezco ante todos ustedes, que por el momento no existen. Tomé la decisión: seré. Existo igual que un ser humano, sólo que un poco más discursivamente. Agradezco, no sé a quíén, este momento emotivo que por el momento comparto sólo conmigo.
Los invito a leer, sin asegurarles diversión.
También podrán ver algunos ensayos póstumos.
Los saludo con una alegre bienvenida.
Atte.,
Álvarez Gómez.