jueves, 12 de abril de 2007

Plenitudes

Durante no poco tiempo –y Atilio puede atestiguar- creí que escribiendo podría alcanzar a Paula. Que con una frase bien puesta (que suene a contrabajo, como dije en otro artículo), sería posible generar un encuentro. Y esa es una idea que Atilio considera estúpida, pero nosotros ya sabemos (o por lo menos yo) que Atilio está más allá de los inconvenientes que atañen a los mortales, por lo que cada vez que me veía con ganas de hablar de una mujer me miraba con desprecio. Con desprecio geológico. Y una vez más me asaltó la duda (porque algunas dudas son tan fuertes que asaltan) de que tal vez mi problemática en esos tiempos de mi vida estuviera demasiado sesgada por una especie de sensación falsamente poética respecto de las mujeres. Atilio solía decir: tanto ajetreo por el cuello de una mujer? ¡Por una mujer! Y yo quedan a en silencio, porque el respeto que me infundía ese hombre –como sigue sucediendo- me hacía callar y preguntarme cosas. Bien Atilio, estás diciendo que soy un idiota, pensaba yo, mientras simultáneamente ideaba algún verso frágil, alguna idea de relato para enviarle a Paula.

No me parece mal el encantamiento. Además, por muchos años concluí que el amor dura entre tres meses y dos años; que el encantamiento es necesariamente sucedido por desencantamiento, y que el alma se enriquece más con la desalegría que con la plenitud. O mejor dicho, que la desalegría es también una forma (corrosiva) de plenitud.