martes, 16 de octubre de 2007

Cursos sobre fruteo.

Mis participaciones como orador del CES (Centro de Estudios Siniestros) fue a través de una sub-asociación llamada A.S.M.A: Asociación de Seres Merodeadores y Agudos. En el marco de la A.S.M.A., asociación febril, dicté cursos sobre fruteo.

No transcribiré lo que dije, para eso están las desgrabaciones. Para eso, además, contratamos a la taquígrafa (¿se llama así la profesión?) que después Atilio amó en una hamaca paraguaya. Sí quiero transmitir el origen del fruteo, esto es, cómo cuándo y por qué un individuo comienza a frutear.

Los casos de fruteo más frecuentes se dan con el comienzo de la primavera, y mucho tiene que ver el alboroto nasal de los jazmines. Muchos fruteos comienzan con la ingesta de frutas veraniegas (nísperos, ciruelas, higos), y nada iguala la sensación de comer nísperos robados del vecino después de trepar hasta las ramas más altas.

Se frutea mucho en las playas y en los bares, aunque nada impide frutear en medio de Buenos Aires, a la sombra de algún techito. Se frutea con hielo, con limón, a las ocho de la noche. Se frutea en un sillón, y lo mejor de todo: se frutea de a dos.

Recuerdo el fruteo de un verano, aquel verano inusual –promedio de veranos de la juventud- en el que Paula y yo fruteamos juntos por los adoquines de San Telmo, con vino blanco en copas amplias, en mesitas tambaleantes sobre la vereda.

Recuerdo, como actividad netamente frutal, cómo miré la cintura de Paula vestida de muchos colores.