martes, 6 de febrero de 2007

Los amores secretos de Atilio Fuentes (I)

En su adolescencia, Atilio amó a Xuxa. Por error una tarde entró en un video club de los ochenta y sin querer trastabilló con un escalón. Desde el piso miró hacia el estante que había quedado a la altura de sus ojos. Leyó: "Xuxa, tuya esta noche". Fingiendo amigdalitis consigúió el favor del dueño, quien se la alquiló guiñando un ojo. En la soledad de sus catorce años, Atilio vio caer los vestidos de su admirada actriz. Xuxa quedó desnuda, y un señor le hizo el amor en la bañadera. Ella parecía contenta, dijo más tarde Atilio, pero se había decepcionado. Sin embargo, vio el video hasta el final.

Censura

Cuenta Atilio Fuentes, el poeta, que su madre le prohibió el chimichurri. De profesión bioquímica, y tras exhaustivos estudios, encontró en una muestra de chimichurri los siguientes elementos:

-bosta de caballo.
-mosquitos.
-un anillo de casamiento.
-dos pesos.
-arena de Pinamar.
-arena de Gessel.
-arena de Ostende.
-una palanca de cambios.
-un parasol.
-un VHS de Xuxa.

El Tocador de Fondos

Como todo poeta, Atilio, mi amigo de Tigre, toca fondo. En repetidas ocasiones me ha citado en bares, ha ordenado cerveza diciendo: "toqué fondo". Acontecimiento habitual en hombres de letras, Atilio concoe la desesperación.
Sin embargo, un hombre dócil como él aprende de sus errores. Sustituyó su penoso lamento por una hamaca paraguaya. Además, colocó en el fondo una parrilla basilera y dos sillas para recibir visitas. Su primo arquitecto instaló un jacuzzi sobre un deck de madera, para días de sol. Su madre le envió en una bolsa avellanas y nueces. Un amigo somellier le hizo llegar de mendoza seis cajas de malbec. Consiguió una alacena y se aprovisionó: chorizo seco de Urdampilleta, queso de cabra, picles, aceitunas negras, tostaditas y atún. Sus amigos contrataron una compañera promiscua para noches de instrospección. Sobre una mesita de luz ordenó libros y colgó una dicroica de un arbol para leer de noche.
Así de equipado, Atilio le perdió miedo a tocar fondo. En adelante fue horrorosamente feliz.

Enfermedades (I)


Un verano caí gravemente enfermo. Consulté a mi médico clínico, quien no encontró nada. Mi malestar era continuo. Consulté otro médico, de los huesos. Solicitó radiografías y estudios, pero no encontraba nada fuera de lugar. Fatigado, fui a un dentista, que revisó muelas y encías, sin encontrar anomalías. Visité un psicólogo, que habló un rato de literatura y me despidió sin novedades, diciendo hasta el martes que viene. Irascible, compré un diario, lo leí entero, entré en un café, desayuné, miré alrededor. Mi malestar no se calmaba.

Sin poder definir mi dolor, fui a un dermatólogo, que me recetó un aceite de coco. El kinesiólogo buscó contracturas, pero no las tenía. La nutricionista indicó una dieta a base de verduras hervidas y maní, que seguí con obediencia durante dos semanas. Pero mi dolor no se calmó.

Una mañana como esta, en la esquina del Café el Molino, comtemplé la calle. Horrorizado, de pronto comprendí el origen de mi enfermedad; por fin supe el nombre de ese temible mal: “Rivadaviásis.”