martes, 6 de febrero de 2007

Enfermedades (I)


Un verano caí gravemente enfermo. Consulté a mi médico clínico, quien no encontró nada. Mi malestar era continuo. Consulté otro médico, de los huesos. Solicitó radiografías y estudios, pero no encontraba nada fuera de lugar. Fatigado, fui a un dentista, que revisó muelas y encías, sin encontrar anomalías. Visité un psicólogo, que habló un rato de literatura y me despidió sin novedades, diciendo hasta el martes que viene. Irascible, compré un diario, lo leí entero, entré en un café, desayuné, miré alrededor. Mi malestar no se calmaba.

Sin poder definir mi dolor, fui a un dermatólogo, que me recetó un aceite de coco. El kinesiólogo buscó contracturas, pero no las tenía. La nutricionista indicó una dieta a base de verduras hervidas y maní, que seguí con obediencia durante dos semanas. Pero mi dolor no se calmó.

Una mañana como esta, en la esquina del Café el Molino, comtemplé la calle. Horrorizado, de pronto comprendí el origen de mi enfermedad; por fin supe el nombre de ese temible mal: “Rivadaviásis.”

1 comentario:

Guillermo dijo...

jaja, muy bueno. rivadiaviásis! jajaj muy bueno.



prometo no volver a publicar este tipo de comentarios tan aburridos...