viernes, 4 de julio de 2008

Complejidad del relato erótico.

En muchas oportunidades traté de escribir cuentos donde hubiera una trama erótica, y creo que salvo en dos o tres excepciones (en treinta años) fracasé en todos los casos. Anoto en este salubre texto algunas de las razones para quien aborde el género y pueda utilizar este anecdotario como sustento.

En primer lugar, hay que ser muy bueno para lograr confundir al lector (ni hablar de las lectoras) y hacerle olvidar la idea de que el autor es un libidinoso cuyo fin es desvestir de manera asombrosa a mujeres imaginarias. Es casi imposible revertir esta fama, y en parte es cierto. Ante todo, las mujeres no se enrollan las medias de lycra desde los muslos hasta los pies, como tuve el agrado de escribir algunas veces. No estoy seguro de cómo lo hacen, pero por las críticas recibidas (algunas francamente ásperas) no es así como se sacan las medias.

Segundo, es probable que no todos los personajes femeninos sean prostitutas encubiertas, de inteligencia malvada, piernas exuberantes y pelo largo y fino. Por otro lado, es improbable que el protagonista sea creíble si insiste en hablar en primera persona del singular, usa trajes medianamente prolijos, y toma (o incluso bebe) whisky. Esa descripción, de la cuál aparentemente abusé en varios casos, funcionaría mejor para un detective de una novela policial, y no para el agraciado que concretará, esa noche puntual, una hazaña amorosa.

En esta línea, es dable considerar el siguiente argumento. No necesariamente es interesante saber cómo o por qué un hombre de esas características (y después de trabajar), se mete con un mujer en un departamento y le hace el amor con extravagancia. Además, si es verdad que la mujer es descomunalmente atractiva, por más habilidad literaria será difícil satisfacer la imaginación del lector, que preferiría verla en una pantalla. Por lo que la batalla está medianamente perdida incluso antes de empezar.

Sobre las insinuaciones acerca del amor, muchos de mis relatos intentaron dejar un sinsabor que tampoco resultó verosímil. ¿Por qué el lector habría de tomar el mismo camino imaginario que yo y creer que en esas noches lujuriosas, entre trago y trago de alcohol, hubo alguna impresión cercana al amor? ¿Por qué siempre el tono de los personajes en primera persona finge indiferencia cuando tiene más de lágrima que de crónica policial?

Dejo pendiente la profundización de mi autocrítica sobre este tipo de relatos.