lunes, 13 de agosto de 2007

Posición respecto del uso de sombreros y accesorios de tela en la cabeza.

Durante buena parte de la juventud usé sombreros y todo tipo de accesorios sobre la cabeza. Mi gusto por ese hábito era tan intenso que se convirtió en un verdadero debate sobre estética, más precisamente, sobre el vínculo entre el individuo y la estética. Llegué a las siguientes conclusiones (a lo largo de los años):

El individuo que niega su vínculo con la estética argumentando que la ropa que viste solamente cumple la función de protegerlo del frío es un mentiroso. Toda elección vestimentaria forma parte de un código cultural, aceptado o no (criticado o no). Por otro lado, el principal mandato de dicho código aconseja (con mayor o menor ahínco) andar por la vida con la zona genital cubierta de tela. Encuentro buenas justificaciones para ello (lo que no lo salvaguarda de constituir un código cultural): el frío genital es siempre más intenso que en otras partes del cuerpo; en Buenos Aires las mujeres son tan lindas que su pública exhibición sin ropa causaría estragos, golpes, y posibles crímenes.

Sentir placer por vestir una determinada prenda o accesorio (en mi caso, sobre la cabeza) es menos ridículo que sentir ese placer y ocultarlo –y/o cubrirlo con ideología barata sobre la moda y el desinterés por cómo uno se ve. Por otro lado, hay pocas cosas más sanas que hacer una caricatura de uno mismo.

Si nos detenemos a analizar los placeres más comunes, el de vestir está asociado al ego y a la imagen que cada uno forma de sí mismo. Por lo que la tela escogida no es solamente tela, sino la idea que esa tela ayuda a formar de aquel individuo que la viste. Como se esa tela no sólo vistiera su cuerpo, sino también la idea que ese individuo tiene de ese cuerpo, su rol social. Atraer mujeres (amantes de las telas) constituye otra gran motivación a la hora de entender el vínculo con lo textil.

Muchos años después, con una colección de sombreros que asombraría a cualquiera, el placer por sentir la felpa sobre mi cabeza sigue siendo inmenso. La ridiculez de este hecho lo hace cada vez más bello, por lo que no puedo dejar de comprar sombreros. Después de todo, ser conciente y ridículamente feliz por un pedazo de tela con forma circular es grandioso. Me siento privilegiado, y no sé por qué.