martes, 14 de julio de 2009

Instituto de Bailadoras.

Para dejar afuera a los malpensados, la primera aclaración es que no son prostitutas. La disciplina que llevan adelante es milenaria y mucho más compleja que la prostitución, aunque ésta también tiene sus cosas.

Pertenecen a un instituto (o Instituto) que se dedica a reestablecer ánimos derrumbados. Su carta fundacional menciona las bondades de la mujer, la gracia de su cuerpo, y los numerosos beneficios para la salud de los espectadores. Para curarse, sólo hay que mirar.
Quienes se acercan ya han perdido todo, o están a punto de perderlo. Quiénes se acercan no conocen ninguna hora buena del día. Sorprenderá, pero no son sólo hombres. El público de las bailadoras es más espectacular quizá que los bailes.

Muchos llegan ya borrachos. Los que han empezado a curarse muestran los primeros signos de dejar la bebida, como ordenar algo de comer, hacer algunos saludos cordiales, respirar con tranquilidad. En el lugar hay poca luz y mucha expectativa. Los bailes nunca son anunciados. No se sabe ni la hora ni la patología específica que pretender calmar. El público tampoco es selectivo. Sentado en mesas solitarias, se dedica a mirar a las bailadoras y sentir cómo el alma vuelve al cuerpo, cómo las cosas vuelven a tener nombre, el vaso en un vaso, la mesa es la mesa, aquella de la esquina es la camarera, aquel el dueño. Cuando está por amanecer todos vuelven a entristecer. Las bailadoras lo saben e intentan repararlo en sus bailes. Pero cuando el día ya es ineliminable, se retiran a sus camarines y el público se levanta de a poco de sus mesas.

El lugar cierra hasta la noche siguiente.