“Miradas”
Escena 1. Calle desierta. Exterior. Noche.
Martín (25) dobla una esquina. Camina solo y distraído por una oscura calle de adoquines. Viste una remera y un pantalón. No está apurado. El rechinar de los frenos de un automóvil llama su atención. Martín levanta la vista. En la esquina opuesta está el automóvil detenido. Su conductor recibe el dinero de la pasajera y la mira bajarse del auto y salir caminando. Es una mujer joven, de menos de treinta años, vestida con informal sensualidad: una pollera negra, zapatillas, una remera blanca y un chal celeste. Mientras camina -por la misma vereda por la que sube Martín- revuelve una pequeña cartera y saca un paquete de cigarrillos y un encendedor. Realiza todos sus movimientos con aires de seguridad. Parece estar mirando alrededor con grandeza. Ya un poco más cerca, Martín advierte a la desconocida aproximándose. Sin darse cuenta se mete las manos en los bolsillos, inclina apenas la cabeza en dirección al suelo y la vuelve a levantar gradualmente. Sus movimientos son moderados y sutiles. Ella sigue su rumbo y parece no haber advertido a la figura que camina por la misma vereda. Justo antes de cruzarse, ella se detiene a encender el cigarrillo que llevaba en la mano. Martín la mira directo a la cara mientras ella forcejea con el encendedor que parece funcionar mal. Pasa de largo. Hace unos pasos y se da vuelta: ella sigue detenida, mirando en la otra dirección, intentando encender un cigarrillo con un encendedor que no funciona. Después de mirarla un segundo, Martín retoma su rumbo por la calle solitaria. Inmediatamente después, sin haber encendido el cigarrillo, ella se da vuelta para mirarlo. Martín se aleja por la calle caminando; ella lo mira detenida. Enciende el cigarrillo en el primer intento, da una pitada, se da vuelta y sigue su rumbo.
Escena 1. Calle desierta. Exterior. Noche.
Martín (25) dobla una esquina. Camina solo y distraído por una oscura calle de adoquines. Viste una remera y un pantalón. No está apurado. El rechinar de los frenos de un automóvil llama su atención. Martín levanta la vista. En la esquina opuesta está el automóvil detenido. Su conductor recibe el dinero de la pasajera y la mira bajarse del auto y salir caminando. Es una mujer joven, de menos de treinta años, vestida con informal sensualidad: una pollera negra, zapatillas, una remera blanca y un chal celeste. Mientras camina -por la misma vereda por la que sube Martín- revuelve una pequeña cartera y saca un paquete de cigarrillos y un encendedor. Realiza todos sus movimientos con aires de seguridad. Parece estar mirando alrededor con grandeza. Ya un poco más cerca, Martín advierte a la desconocida aproximándose. Sin darse cuenta se mete las manos en los bolsillos, inclina apenas la cabeza en dirección al suelo y la vuelve a levantar gradualmente. Sus movimientos son moderados y sutiles. Ella sigue su rumbo y parece no haber advertido a la figura que camina por la misma vereda. Justo antes de cruzarse, ella se detiene a encender el cigarrillo que llevaba en la mano. Martín la mira directo a la cara mientras ella forcejea con el encendedor que parece funcionar mal. Pasa de largo. Hace unos pasos y se da vuelta: ella sigue detenida, mirando en la otra dirección, intentando encender un cigarrillo con un encendedor que no funciona. Después de mirarla un segundo, Martín retoma su rumbo por la calle solitaria. Inmediatamente después, sin haber encendido el cigarrillo, ella se da vuelta para mirarlo. Martín se aleja por la calle caminando; ella lo mira detenida. Enciende el cigarrillo en el primer intento, da una pitada, se da vuelta y sigue su rumbo.