sábado, 23 de agosto de 2008

Sobre lo no literario de la mañana.

Sobre lo no literario de la mañana. O lo no literario de esta mañana. Empecemos con un hipotético viaje al trabajo. Sigamos con una hipotética llegada al trabajo. Con un invierno, el saludo cordial de las mañanas. O bien, antes de entrar en una oficina, la opción siempre grata de demorarse en un café y pedir un submarino, y la posiblidad, siempre latente, de que a su mesa lo traiga Elvio, un hombre de treinta y siete o cuarenta y dos, imposible saberlo, a lo que usted responde inclinando la cabeza, gesto célebre y quizá un poco escueto para el pobre Elvio que es pelado y siempre le trae lo que le pide. Nótese que en este texto no literario, le hablo específicamente a usted. Y usted se alegra por dentro porque ya huele el chocolate derritiéndose en el vaso de leche caliente, y si no lo huele es porque en ese bar, a diferencia del café Bar Aconcagua, le entregan la barrita de chocolate cerrada para que usted mismo proceda a abrir el plástico y tirarla adentro de la espuma.
Así demora el comienzo de su mañana, ya se cruzó con Elvio, a quien verá al mediodía para pedirle una milanesa, ya escuchó algunos noticieros, ya está preparado para ingresar al deber. Esto lo digo con ironía, que tengo que explicitar porque este texto no es literario, lo que permite muchas otras cosas que la literatura no permite, con el único agravante de correr el riesgo de no salir nunca del cajón.
Lo no literario de esta mañana sigue, para mí o para usted, con un mate que a usted o a mí nos parece literario, y por lo tanto lo quiere compartir con alguien que se anime a leer lo que usted o yo pensamos sobre el mate, lo matinal, la mañana, pero algo le dice o nos dice que nos detengamos, que no hace ninguna falta perder tiempo en decir algo sobre el humo verde, sobre la temperatura del agua, porque como dice Atilio, que usted quizá no lo conozca, no tiene ningún sentido insistir en cuestiones como el tango o el mate, porque "fueron completamente vaciadas de sentido poético gracias al abuso que que se hizo de ellos", afirmación que me permito reconocer como válida o respetable. Así se interrumpen las mañanas no literarias, a usted lo llama su jefe o a mí me llama el mío, me encarga algo, yo lo anoto en un papel, usted en su agenda o su libreta, y nos disponemos a cumplir con el deber, para eso estamos acá y no para esto.

sábado, 26 de julio de 2008

Feria de Ambigüedades.

Introducción.

En una época –yo todavía era joven- en el Barrio de Belgrano, cerca del Barrio Chino, un grupo de feriantes armaron una feria atípica cuya tarea metafísica era tan desconocida como descomunal.

La feria de ambigüedades exhibía al público toda una serie de artefactos indiscernibles, cuyos dueños no podían ni sabían cómo definir. El grupo de feriantes era muy exclusivo, y para poder ingresar a trabajar a la feria de ambigüedades había que cumplir una serie de pruebas. La más severa de ellas era conseguir una decena de objetos ambiguos y justificar su ambigüedad ante un tribunal. El tribunal decidía si el aspirante podría ingresar o no al selecto club.

Los feriantes.

Quienes integran el reducido grupo de feriantes son personas que por diferentes razones han acopiado artefactos cuya utilidad primordial se vio inhibida, por lo que ahora tienen una o varias funciones alternativas a la original. De esta manera cobran existencia los objetos ambiguos. Un típico domingo a la mañana es posible toparse con un lavarropas o albergue de helechos, con una tijera o adorno de pared; con una heladera o albergue transitorio de corta duración.

El concepto de ambigüedad en los objetos.

Para evitar confusiones (nota: los feriantes se interesan en la ambigüedad, no en la confusión; según ellos se trata de conceptos muy distintos), vamos a definir de qué estamos hablando cuando hablamos de objetos ambiguos. No se trata, como dijimos más arriba, de objetos que han perdido su función originaria y ahora funcionan para otras cosas, sino una posición intermedia. Por ejemplo, la heladera o albergue transitorio de corta duración no deja de ser ni una ni la otra, y no es ni una ni la otra; tampoco es un promedio de ambas. Es simplemente una heladera o albergue transitorio de corta duración (por el frío).

Durante muchos años, los feriantes hicieron hincapié en la importancia de la ambigüedad. Primero y fundamental, para evitar que cualquier cacharro antiguo e inútil se convirtiera en un objeto ambiguo digno de ser exhibido en la feria. Además, decían ellos en la intimidad (una vez cené con personas del grupo), lo importante es mantener la definición original de ambigüedad, y no permitir que ésta adopte variaciones. Por otro lado, al ser ellos los únicos habilitados para definir objetos ambiguos e incluir gente nueva en el club, conservaban los cánones originarios, el génesis de la ambigüedad, cobrando exclusividad como agrupación. Lo que les permitía vender los objetos a mejores precios. En buena medida, se comportaban como cualquier vanguardia artística. Los cacharros y pedazos de objetos que vendían eran como cualquier pieza de feria. Lo que los diferenciaba –a ellos y a sus objetos- era precisamente todo el pensamiento que anteponían a todo este circo.

El principal problema teórico que enfrentaban (o enfrentan), como sucede con toda vanguardia, tiene que ver con la noción utópica de poder diferenciarse de los demás. Si toda vanguardia artística está destinada a la desaparición porque mantener la autenticidad es prácticamente imposible (por lo menos, matemáticamente, la autenticidad se empieza a desvanecer desde el mismo momento en que la vanguardia se define a sí misma, es decir, después de nacer, simultánamente, comienza el proceso de escisión, a veces tan violento), para el grupo que integran la Feria de Ambigüedades esto es aún peor. La paradoja -o quizá oxímoron- que describe la situación en la que se encontraron (y aún se encuentran) los miembros de la Feria es la siguiente: la imposibilidad de la existencia de una definición demasiado clara (i.e. poco ambigua) de su movimiento. Por ende, si los “ambiguos” logran delinear con precisión los rasgos de su movimiento, perdiendo así ambigüedad, habrían fallado en algo. Tal es así que muchas veces ellos han discutido sobre cuánto derecho tienen (ellos mismos) para designar si un objeto es o no lo suficientemente ambiguo como para ser exhibido en la feria, o si un potencial candidato a ingresar al club comprende bien o no el Decálogo de la Ambigüedad (del que ellos hablan pero no se sabe dónde está, qué dice, o quién lo escribió), ya que en este caso, muy ambiguo, la certeza es debilidad y no fortaleza. Pero por otro lado, y el argumento es bueno, ¿cómo puede existir un movimiento que proclame la ambigüedad sin ningún anclaje teórico? Anclajes teóricos tiene que haber, dijo un miembro una vez, pero no pueden quedar del todo claros o ser comprendidos a la primera lectura. Según esta interpretación, el bagaje teórico de los ambiguos debe poder perder toda discusión y a la vez no ser aniquilado, hasta llegar al extremo de dudar de la existencia misma del movimiento. En esa fina línea que roza la desaparición total y el anonimato debe establecerse, con rara solidez, la Retórica Ambigua en la cual este grupo de feriantes pueda apoyarse para seguir existiendo. Aunque esta existencia nunca puede ser demasiado manifiesta, demasiado real y vanidosa, porque nunca deja de estar cuestionada o bajo la lupa de una nueva interpretación.

Sobre éstas y otras cuestiones reflexioné después de cenar con ellos.

viernes, 4 de julio de 2008

Complejidad del relato erótico.

En muchas oportunidades traté de escribir cuentos donde hubiera una trama erótica, y creo que salvo en dos o tres excepciones (en treinta años) fracasé en todos los casos. Anoto en este salubre texto algunas de las razones para quien aborde el género y pueda utilizar este anecdotario como sustento.

En primer lugar, hay que ser muy bueno para lograr confundir al lector (ni hablar de las lectoras) y hacerle olvidar la idea de que el autor es un libidinoso cuyo fin es desvestir de manera asombrosa a mujeres imaginarias. Es casi imposible revertir esta fama, y en parte es cierto. Ante todo, las mujeres no se enrollan las medias de lycra desde los muslos hasta los pies, como tuve el agrado de escribir algunas veces. No estoy seguro de cómo lo hacen, pero por las críticas recibidas (algunas francamente ásperas) no es así como se sacan las medias.

Segundo, es probable que no todos los personajes femeninos sean prostitutas encubiertas, de inteligencia malvada, piernas exuberantes y pelo largo y fino. Por otro lado, es improbable que el protagonista sea creíble si insiste en hablar en primera persona del singular, usa trajes medianamente prolijos, y toma (o incluso bebe) whisky. Esa descripción, de la cuál aparentemente abusé en varios casos, funcionaría mejor para un detective de una novela policial, y no para el agraciado que concretará, esa noche puntual, una hazaña amorosa.

En esta línea, es dable considerar el siguiente argumento. No necesariamente es interesante saber cómo o por qué un hombre de esas características (y después de trabajar), se mete con un mujer en un departamento y le hace el amor con extravagancia. Además, si es verdad que la mujer es descomunalmente atractiva, por más habilidad literaria será difícil satisfacer la imaginación del lector, que preferiría verla en una pantalla. Por lo que la batalla está medianamente perdida incluso antes de empezar.

Sobre las insinuaciones acerca del amor, muchos de mis relatos intentaron dejar un sinsabor que tampoco resultó verosímil. ¿Por qué el lector habría de tomar el mismo camino imaginario que yo y creer que en esas noches lujuriosas, entre trago y trago de alcohol, hubo alguna impresión cercana al amor? ¿Por qué siempre el tono de los personajes en primera persona finge indiferencia cuando tiene más de lágrima que de crónica policial?

Dejo pendiente la profundización de mi autocrítica sobre este tipo de relatos.

miércoles, 25 de junio de 2008

Sobre la ausencia de Álvarez Gómez y algunos errores.

Un error grosero que algunos lectores marcaron fue la aparición de Pablo Ottonello en un espacio que no le corresponde. Tras haber dejado de publicar, Álvarez Gómez se convirtió en un recuerdo lejano, aunque quizá siga componiendo reflexiones aisladas de tanto en tanto.

La larga ausencia fue provocada por este desfasaje, por este error: ¿quién escribe? Porque para que exista un fenómeno imaginario, como el de la ficción, éste necesita legitimidad absoluta. Con que alguien ponga en duda la magia de un personaje, ese ya desaparece: pasa a ser una construcción. La magia es hermosa, señores, pero no se da el lujo de existir a medias.

Volverán a publicarse en este espacio las anotaciones de Álvarez Gómez, aunque lleve tiempo volver a encontrarlas. Algo, si tenemos suerte, algo las disparará.

Me despido.

Pablo Ottonello.

martes, 22 de abril de 2008

Inhibidor de Epifanías.

Así como la epifanía se presenta repentina, como una aparición, la figura del “inhibidor de epifanías” lo hace de manera más abrupta y menos espiritual. Cualquier elemento o situación puede funcionar como inhibidor de epifanías. Intentaré, en pocas líneas, hacer una descripción de este concepto.

El apasionamiento y la imaginación son amigos de la epifanía. El inhibidor es un destructor de maravilloso, y su único argumento es tener un vínculo más cercano con la coyuntura (el alquiler, el trabajo, las noticias de los diarios, los platos sucios).

La figura del inhibidor de epifanías es en ciertos círculos considerada un brazo o apéndice de la moral, cuando las epifanías (salvo las religiosas) revelan cosas que algunos prefieren esconder (el amor, las mujeres, la belleza, el amor a la vida). En otros círculos se la relaciona con el escepticismo, forma cruel y racional de vivir, no exenta de utilidad.

En otro orden de cosas, yo la entiendo como “el buchón”, aquel que simplemente recuerda que todo es menos imaginario de lo que parece.

sábado, 12 de abril de 2008

Construcción del Personaje.

Aclaro de entrada que no estoy en desacuerdo con los cánones clásicos de la dramaturgia. Los considero sumamente útiles y de hecho muchas veces los he utilizado en mis ficciones y en una obra de teatro que nunca se estrenó (ni mis ficciones). El comentario tiene lugar porque yo uso métodos alternativos, que se complementan con la dramaturgia clásica. Yo sí creo que el personaje debe construirse, sólo de otra manera. Intentaré echar luz sobre esto, como dicen los académicos cuando se cansaron de introducir sus textos y ansían pasar al cuerpo principal de lo que iban a decir.

Cuerpo principal de lo que iba a decir.

Soy Álvarez Gómez, no es vana la aclaración porque este espacio es ahora compartido, y no quisiera que se mezclaran las autorías. No por temas de derechos (no creo que vayamos a hacer un billete con esto) sino por respeto y esas cosas. Iba a decir que al personaje hay que esperarlo, yo los espero sentado en algún lugar cómodo, como este bar donde el mozo acaba de servirme una lágrima grande, hermosa metáfora aplicada el café, y fue de esos mozos de oficio que es ya difícil encontrar, y sobre todo, sirvió el café desde esos jarritos que son como jirafas de metal, un chorrito del líquido negro y humeante, y otra cantidad de leche. Le medida fue exacta, como si estuviera perfectamente calculado, o bien practicado por años de alquimia cafeteril. Me sorprendió cómo hizo el mozo para no volcar café por todos lados, porque el movimiento de la jirafa de metal fue bastante abrupto.

No es cuestión –he vuelto al tema central sobre el personaje- de ponerle un nombre y una camisa. El personaje es otra cosa, en cierta forma precede su escritura. No se trata de que por que tiene camisa a cuadros gastada, desabrochada hasta el tercer botón, pecho con pelos, cara de cansado, tremendas ojeras, negras tirando a violáceas, y porque pide café solo, negro y caliente, este tipo es de tal o cuál manera, golpeador, deprimido, campesino o cualquier profesión que pueda sugerir su vestimenta y sus comportamientos. Se trata de otra cosa, que tiene que ver con la naturalidad. Si el personaje, que tiene un nombre, se sienta en ese bar y pide café negro, lo revuelve pensativo, y en efecto tiene esa camisa a cuadros, si todo eso sucede con naturalidad porque el personaje lo hace y yo puedo verlo mientras lo hace, entonces yo copio eso en papel, y ahí no más lo tenemos a Carlos o Eugenio, cuarenta y cinco años, casado, redactor de una revista de modas, o productor agropecuario, o simplemente un viajero que pasaba por Buenos Aires y se quedó más tiempo porque conoció, tres noches antes, a una mujer de piernas largas y morenas, él dice morenas porque lo leyó en esos diccionarios que traducen los modismos a los extranjeros para que los porteños no los estafen y los macaneen, piernas morenas y un sabor a vino en la boca, bailarina o simplemente morocha argentina que se quedó con el interés y el espíritu de este hombre, que ahora es sueco y en vez de la camisa a cuadros tiene una remera cuello en ve, moderna, ojos azules, grandes, anoche durmió bien a pesar del vino y de ella, Morelia, me gusta el nombre Morelia y no sé por qué, y ella que se despertó antes que él para irse a trabajar y lo dejó durmiendo en su departamento a pesar de haberse conocido hace tres días, un sexto piso en Palermo, el barrio donde se hospeda este señor que llegó de Suecia al continente, pero que viene bajando desde Venezuela, y sin poder pensar mucho ahora está hojeando un diario que apenas entiende, pero le interesan las fotos y lee con dificultad los titulares, consulta su diccionario, se toma el café negro porque le recuerda su Suecia natal, agradece al mozo que cuando lo ve comenta con un compañero, se le cae la cara de gringo a este, es tremendo. Y así se pasa la mañana, ya tenemos al personaje en plena actividad, bastará con sentarse desde otra mesa, porque eso es escribir, sentarse desde otra mesa y mirar, sin apuro y sin razón, qué hacen los personajes que habitan las ciudades, para que una voz clara dicte con cierto apuro lo que hay que poner en el papel, y así ellos se convierten en personajes de ficciones mientras nosotros copiamos a más no poder.

jueves, 3 de abril de 2008

Cómo recobrarse de la desmoralización.

Este texto tiene como objetivo arrojar alguna luz sobre cómo recobrarse de la desmoralización. Para no cerrar posibilidades (Atilio nunca lo permitió), no voy a definir "desmoralización", sino permitirle manifestar su ambigüedad. Aclaro que soy Álvarez Gómez.

Leí en algún lado que el mejor decálogo no tiene necesariamente diez preceptos, sino menos (pero contundentes). Enumeraré alternativas de cómo comenzar la recuperación, muchas de ellas inspiradas en comentarios (textuales o interpretados) de Atilio.

1. Dejar de escribir y retomar alguna lectura.
2. Comprar y tomar vino en completa soledad.
3. Recordar, en el reducido espacio de un baño de restaurante (profundo olor a pis, escasez de jabón, ni hablar de toallas, olor a fritura, ruido a restaurante) un gran par de tetas y sus respectivos vértices puntiagudos).
4. Caminar con frío con la esperanza de llegar a un lugar mejor.
5. Visitar a un amigo.
6. Dormir la siesta de once a una de la tarde.
7. Comprar una entrada de cine y quedarse afuera, en el bar, leyendo un libro mientras se proyecta la película.
8. Hacer el amor con amor.

Que se compelte la lista.

lunes, 10 de marzo de 2008

Límites de las Inclusiones obligatorias.

Nota Preliminar (AG).

Se trata de una de las ficciones que Ottonello no publica por miedo a que se pudran o se olviden. Una crónica de viaje por Córdoba.

Límites de las Inclusiones Obligatorias.

Yo entiendo –porque tener una opinión no significa ahogarse en ella- que el interés de una crónica de viaje reside un poco en la gracia de las descripciones geográficas, alguna aventura de camino, en los personajes que aparecen porque sí. Además, comprendería muy bien una crítica respecto de mis colaboraciones en esta Revista, dado que siempre que se me asigna una tarea encuentro perfectas razones para esquivarla y en vez, como una sustitución, ofrezco algo que va por los costados, como una ruta de cintura que merodea el tema que debería haber tocado (y que por motivos diversos no toqué).

Cuando el señor editor me dio el pasaje en colectivo y dijo que iría a las Sierras de Córdoba para hacer una nota periodística sobre un lugar llamado Nono –ubicado en el Valle de Traslasierra- mi primera impresión fue de entusiasmo. Tomé el colectivo de las diez y veinte, en Retiro había cientos de personas dado el verano y el cambio de quincena, la casi total reclinación de los asientos me produjo una alegría y una comodidad inesperada, no tenía compañero de asiento ya que en la parte superior del colectivo había tres filas de y la mía era la solitaria. Apoyé la cabeza contra la ventana, hojeé un libro, y el próximo recuerdo que tengo es de la ciudad de Villa María, donde pasaría unos días en lo de un colega de la revista que me ayudaría a planificar el periplo serrano.

Las claves del texto que compongo, texto que debería ser otro y por eso mismo fue concebido (por no haber podido ser lo que debió), fueron dadas por mi compañero Luis González, colega cordobés que me alojó en su casa de Villa Oeste, cuyo patio da al Río III, escondido tras una hilera de sauces. Antes de irte para las Sierras, decía Luis, no te podés perder cómo se pone el río a la tardecita. Así comenzó. El comentario de Luis, de una simpleza infinita, encendió en mí un estado de atención especial. Era cierto: no sólo no podía perderme mirar pasar el Río III a la tardecita, sino que (pensé) jamás podría redactar una crónica por las Sierras sin hacer un breve comentario sobre la calma con que se mecen los sauces, sobre las plumas amarillas en forma de camiseta que tiene el pecho amarillo, ni hablar de las lechuzas que se posan en los postes de los alambrados –animales nocturnos que giran el cuello casi ciento ochenta grados y buscan la mirada del hombre- o del desierto pacífico de las tres de la tarde en el centro de la ciudad, dormida a la hora de la siesta. Y así nomás, como un aluvión, entendí que sería imposible hacer una crónica de viaje, justamente porque las crónicas de viajes son imposibles de hacer desde el momento en que suprimir el más mínimo detalle de una tarde -o del quinto mate cebado bajo los sauces- provoca un malestar, como si esa eliminación arbitraria fuera una aberración de la realidad (como creo que sucede), una reducción criminal de lo que sucedió en aquellos días cordobeses, imposibles de recordar sin hacer recortes y simplificaciones.

Aclarada la pauta fundamental, a la crónica de viajes le quedan dos caminos posibles: la locura, fruto de la descripción infinita; o la abstracción –reductora- que lleva a unos cuantos días a convertirse en un texto que tiene un principio, un personaje en primera persona (yo), una empresa de transporte que anuncia la salida de su servicio de las veintidós veinte, la Terminal de ómnibus, el colega Luis González y su casa sobre el Río, el Valle de Traslasierra, la quietud de Nono y su vuelco al turismo. Cosas así, más o menos hechas frase, reducidas a la narración, casi sin vida y en vías de apagamiento.

viernes, 29 de febrero de 2008

Razones para recordar a los taxistas. (P.O.)

No encuentro un título apropiado para encabezar este texto, y sé muy bien que un buen título sirve de cobijo –techo- como para acurrucarse debajo y empezar a decir algunas cosas. En los últimos días conversé con muchos taxistas, alrededor de cinco. No quiero olvidarlos por varias razones.

Estos señores que entrevisté informalmente, sentado en el asiento de atrás, mirando por la ventana, me contaron de una u otra forma su manera de vivir. Para que este goce de relativa vitalidad es necesario que el lector sea cómplice y olvide el cliché de los taxis, del merodeo por Buenos Aires y sus barrios. Reconozco que a mi me seduce un poco el vagar por ahí en un automóvil conducido por un experto merodeador, y que pedir la supresión de un cliché es una imbecilidad ya que significa reconocerle un coeficiente de clichebilidad a determinados acontecimientos (en este caso el taxismo, el merodeo, etc.) Soy de esas personas que se emocionan sin razón cuando un taxista dice Canning en vez de Scalabrini Ortiz. Si alguien puede explicarme por qué pasa esto, se agradece.

Hay una diferencia generacional considerable entre los taxistas con los que hablé. Orlando, de sesenta y dos años, tiene dos hijos; Juan Carlos, de sesenta y tres, que me llevó desde un depósito de Retiro Norte hasta Palermo, maneja un taxi desde los veinte años, trabaja de noche porque es más tranquilo, y –como dice él- conoce y aprendió a disfrutar del oficio. Ese mismo día a la tarde me llevó un hombre de unos cuarenta años, pelado, anteojos de sol, que dijo que era escritor, había adaptado una obra de Bertold Brecht que montaron con mucho dinamismo en una sala de Boedo, planificaron una gira, finalmente el proyecto se vino abajo porque la actriz principal se vino arriba al recibir una oferta para una película. El señor –cómo se me escapó el nombre- talla madera, espera la aprobación de un crédito bancario para armar un taller de talladura de madera, ama las artes, es levemente seseoso y habla con lentitud. Ese mismo día, un poco antes, me llevó otro taxista cuyo nombre no recuerdo o no pregunté, creo que tenía el pelo teñido, me auxilió en la búsqueda de una ferretería, mucho más no recuerdo. Ahora se me mezclan las caras de un taxista y de un guardia de seguridad, pero el taxista que intento evocar existe, y mostraba un envidiable aire de tranquilidad. Quizá sea posible enriquecerse de estas historias callejeras, con los relatos de estos hombres que rastrillan la ciudad llevando gente. Un gran temor es que estas poéticas no sean poéticas sino sequías literarias y descripciones innecesarias. Es un buen temor, es un temor responsable.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Primeros aportes.


No sé si lo que está sucediendo es una epifanía, o solamente el mate está bueno. Y es verano, eso algo suma -es febrero- y mientras anochece descubro una nube que con los minutos se irá enrojeciendo.

Noto que es imposible distinguir entre momentos de querer compartir, una especie de apertura, o bien si el mate está bueno y es febrero.

Lo que festejo esta tarde, a pesar de que son las nueve de la noche, es el comienzo de este diálogo –diferido o no- con Álvarez Gómez, en su propia casa literaria.

Creo en ciertos vínculos entre el mate –que está bueno- el brote del mes de febrero, y las ganas de hablar de forma escrita. ¿Lo dije ya?

Está claro que AG influenció mis aprocimaciones humildes a estos hábitos. Cuántas veces dijo en sus textos que escribir sobre la escritura es tirarse de cabeza al fango. Por eso opto por algo tan simple como reconocer la indiscernibilidad entre el mate óptimo y las ganas de escribir.

Salud, y buena vida.

PD: Publicar dos textos en nun mismo día hace correr el riesgo de que el primero de ellos no sea leído. Sería una desgracia, porque hace tiempo el mate no estaba tan bueno y la tarde tan linda.

P.O.

Reinauguración.

Hace un tiempo ya considerable anuncié –exagerando el tono apocalíptico o la melancolía (después hablaré de ello, o lo hará Álvarez Gómez, ya que él ejerce la nostalgia como ninguno), algunos cambios rotundos. El silencio fue uno. De todas maneras, me dispongo a contar algunas novedades en forma escrita, gimnasia que se practica en este espacio, hasta hoy únicamente a cargo del señor Álvarez Gómez, cuyas crónicas han podido visitar (y aún puede, si las buscan), en este lugar.

No tengo mucho más que decir que lo que ya estoy poniendo en evidencia. Él y yo compartiremos este espacio, de diversas formas. Cuando sean publicados sus crónicas de antaño, esto se aclarará en el título. Cuando las publicaciones incluyan mis cuentos, ensayos, u otros textos, esto también será aclarado. Voy a colaborar con usted, Gómez, qué me cuenta. Es momento de que acepte el hecho de tener discípulos.

Publicaré también mis comentarios a muchas de las piezas de AG que fueron publicadas en el último año.

Espero poder hablar más libremente.

Saludos a todos, y bienvenidos a esta reinaugración. Me da mucha alegría poner mi nombre en este lugar, junto al de Álvarez Gómez.

Pablo Ottonello.

jueves, 10 de enero de 2008

Reflexión Abierta.

Hay en este texto una diferencia respecto de todo lo que publiqué hasta ahora. Servirá, espero, para aclarar algunas cuestiones sobre la escritura y sobre la publicación. Espero, además, poder generar algún tipo de diálogo, o al menos que se entienda mi postura (en constante elaboración).

Quizá esta entrada se componga de muchas reflexiones, quizá sólo de ésta. Además, esta entrada requiere lectores más que otras, ya que invita al diálogo.

Como Álvarez Gómez, tengo algunas cosas que decir sobre mis textos; y tantas otras sobre todos los textos.

En principio, nunca busqué una comunicación directa como lo estoy haciendo en esta entrada. Y sé muy bien que para recoger lectores –y así opiniones- deberé a mi tiempo visitar a mis amigos de este medio para invitarlos cordialmente a que participen de este nuevo principio.

Un escritor sin lectores está mudo.

Por otro lado, con la mayoría de las publicaciones de 2007 he intentado mostrar mi humilde producción literaria, tal y como sale de la cocina. Con alguna corrección, es cierto, pero con el único objetivo de que un texto mío fuera mío por algo en su voz, y no sólo porque lleva mi nombre. Ese es, creo, el deseo de todo escritor. Si lo logré en alguna de las líneas, ya es suficiente el aliento para continuar trabajando.

Pero debo decir que en estos mundos ficticios es difícil mantenerse verdadero. Las ficciones pueden hacerse humo, densas y compactas como el humo, pero también fáciles de disipar. Para que los textos que publico existan de verdad, quizá debería pasar otra cosa más que éste blog. Quizá estén todavía inmaduros para su publicación, y el entusiasmo de leer comentarios y de interactuar con los fieles lectores quizá me ha llevado a escribir un poco apresuradamente. A eso se debe la pausa –las pausas- en la publicación. Tener un público es un privilegio indescriptible. Pero no estoy seguro de tener un público, y deseo firmemente poder constituirlo a base de una voz auténtica.

Buscar el asombro en la escritura es algo infantil, pero no deja de ser una tentación. Cuidar la autenticidad parece una sutileza, pero es lo más importante y no debe perderse jamás. Así pienso.

No sé qué giro va a tomar este blog, pero estoy previendo uno, y rotundo.

Leí en una nota periodística donde se criticaba a los blogs catalogándolos de nichos de egolatría. La categoría me parece atinada, pero pregunto, ¿es posible escribir sin cierto grado de amor propio? Quizá la egolatría sea un extremo, pero sin amor propio tampoco hay palabras.

Coincido en que los blogs puede hacernos sentir escritores cuando quizá sólo seamos simples aficionados. Sin embargo, no eso no me preocupa. Todo ejercicio legítimo de escritura, como ocurre en ciertos espacios como los blogs, merece mucho respeto. Quizá no merezcan tanto respeto aquellos espacios que no tienen un fin más que el masajeo del ego. En ese punto estaría de acuerdo con la nota periodística. Pero, ¿quién pone los límites?

Es un enorme desafío abrir un espacio y pretender llenarlo de escritura legítima. Estoy seguro de que voy a escribir mucho menos, y quizá desde otra perspectiva. Espero poder producir textos genuinos. Voy a hacer la separación necesaria entre las notas de mi juventud, que componen la gran mayoría de lo ya publicado, de textos como éste, que de alguna forma invitan –por lo menos a su autor- a una reflexión de algún tipo.

Los saludo y los espero por aquí. Tendré que invitarlos nuevamente a este espacio.

Prometo hacerlo.

Álvarez Gómez.