domingo, 17 de junio de 2007

El Postergador.


Parecerá asombroso, pero preparar una taza de té lleva su tiempo. ¿Cuánto puede tomarse un empleado en la preparación y correspondiente ingesta de una infusión?

Sendas pautas publicitarias asocian al té con una pausa. Esta oscila entre los siete y los treinta y cinco minutos. Atilio hizo un riguroso análisis sobre cómo extender el mandado a bodega de un té oficinista.

Las obligaciones laborales se dividen en dos: postergables e impostergables. A su vez, las obligaciones impostergables se dividen en: impostergables impostergables e impostergables postergables. El día laboral en general se construye como una cebra de franjas de postergabilidad e impostergabilidad. El talento del postergador (individuo capaz de postergar lo impostergable), consiste en el armado de un cronograma riguroso que le permite hacer pausas de majestuosa duración.

La tarea no es fácil. Los trucos, varios. Según los consejos de Atilio, el Postergador ejemplar elige siempre una taza sucia. Generalmente la esponja de la cocina está demasiado gastada: su rugosidad es incapaz de desprender los cuerpos extraños adheridos a su interior. Negado a someterse a atentados bacteriológicos, el Postergador se comunica con el personal de mantenimiento para solicitar esponja nueva y detergente (que ha escondido detrás del tacho de basura). El personal de mantenimiento, ocupado aspirando las alfombras, no lo atiende de inmediato. El Postergador se adjudica unos gloriosos diez minutos. Ya con todos los elementos, procede a higienizar su taza. Esto le lleva ocho minutos. Tradiciones asiáticas consideran ofensivo tomar té en una taza húmeda. Tampoco apoyan el secado con repasador. La taza debe secarse al sol. El Postergador sale al patio. El tiempo nublado ralenta la maniobra de secado. La taza permanece allí, sobre una mesa. Mientras tanto, el postergador se dedica a pensar en historia China, recorre mentalmente las dinastías, intenta pronunciar algunas palabras. Cuando su jefe lo sorprende en su estado de pasividad, el Postergador no se alarma. No tiene por qué. Aprovecha para meter algún bocado de cordialidad, una pregunta por la familia. Cuando el jefe le pregunta qué está haciendo hace veinte minutos en el patio, el Postergador responde: dejando secar mi taza. En seguida repasa las tradiciones de la cosecha, menciona Ceylon, habla de grandes barcos cargados de té. El jefe lo oye, sonríe y se va. La taza está casi lista.

El Postergador sube la escalera, pone la pava al fuego y aguarda. Seis minutos después, con la temperatura justa, vierte el líquido en el recipiente. Introduce el saquito. Espera que el agua caliente reclame el té. La infusión se constituye: el Postergador tiene frente a sí una taza de té. La endulza, revuelve sin prontitud. Repiquetea la cucharita en el borde. Está a punto de probarlo. El proceso completó le llevo setenta y siete minutos. Algunos lo llaman villano. Otros: artista.