viernes, 12 de enero de 2007

Lloveósis

Existe lloveósis cuando no puede distinguirse si va a llover (que lloverá), de si ya está lloviendo (llueve), o si ha llovido. Los días de lluvia no necesariamente componen la lloveósis, estado proofundo del alma, melancolía de mayo, penumbra de agosto. Las siete de la tarde un mes de frío. Es recomendable esperar a que pase la lluvia, aunque la lloveósis se haya intalado en tu alma. Las almas son débiles; la peor lloveósis es primaveral. De esa se salvan pocos, yendo a la plaza o anotando fragmentos en cuadernos Gloria.
Hay dos salidas para la lloveósis: la melancolía o el enamoramiento furtivo de mujeres escandinavas.

Descomposición de Buenos Aires

Si uno camina por Buenos Aires notará que ésta se descompone. En Callao y Rivadavia, sobre el abandonado "Café El Molino", un caño se rompió y esta mañana llovía desde un departamento. Quienes cruzábamos la calle aguardando el arco-iris (el cielo era diáfano), nos mojamos alegremente.
Las calles de esta ciudad son hermosas. Los turistas la visitan como a una París sudamericana, observan las marquesinas de los edificios e imaginan sus interiores. Esta tarde, un gringo forografiaba el Congreso de la nación, su cúpula verde, las palomas, etc.
En Bartolomé Mitre y Callao, un señor miró toda la tarde por la ventana. Eso sucede a menudo en la Pizzería La Americana, lugar de fusión de queso y aceite, cuna de aceituna y jarra de vino; donde todavía sirven un balón de cerveza.
Pero todo esto es épica de museo, detalles pintorescos que en realidad son el reflejo de que Buenos Aires se va deshaciendo como sus veredas, y nosotros no nos salvamos.

¿Qué pasó? ¿La vida se despoetizó de repente?