viernes, 15 de junio de 2007

El Federal.

Doce aceitunas, un López, la mesa de al lado. La noche se hace relato en San Telmo. Atilio fumaba oyendo a su compañero. Su compañero, Álvarez Gómez, pensó qué sería de ese bar con el tiempo, ahora que los minutos duran cada vez menos.

Nueve aceitunas, una mujer en la cabecera, asimétricas copas de vino, dos tortillas españolas; la tibia certeza de que afuera llovió y adentro está tan bien. El umbral, tres viejos cayéndose de la silla. Una mujer soltera, entrada en años, conteniendo la amargura de haber envejecido.

En la mesa larga. Una mirada prohibida, un tenedor en el piso, pasos sobre piso de madera. Las glorias de la calefacción. Una conversación sobre la mesa vecina, Atilio ausente. Álvarez Gómez presiente que todavía será joven, por lo menos un mes más.

Madrugada en El Federal, fundado en 1864, conocido recién anoche, hace treinta y cinco años. Todo está casi igual, aunque Atilio ya no me acompaña. Una mujer en la cabecera, la luz amarilla cayéndole en la cabeza, otro López, cinco aceitunas. Una conversación mezquina, mi compañero consumido por su tranquilidad. Álvarez Gómez levanta una copa en dirección a la cabecera donde duerme la imagen de una mujer. Ella sonríe, levanta la suya. Deja el antebrazo suspendido en el aire.