jueves, 5 de julio de 2007

Irreproducibilidad de las Paulas.

Quizá todo este tiempo, y fueron unos cuantos años, haya estado muy equivocado. Paula, entonces, ha sido y seguirá siendo una mujer susceptible de ser narrada. De allí el desdoblamiento: que Paula esté ahora en la cocina y ya mismo sea un texto sobre una mujer que cocina; que Paula esté en la ducha y también en el texto sobre la ducha. La equivocación, un verdadero descubrimiento, consiste en la certeza de la irreproducibilidad de aquella Paula que cocinó y que se metió en la ducha.

Puedo gozar de la impotencia o la fatalidad del no regreso. Puedo gozar del delirio de evocarla con la misma luz sobre su cara o una distinta, pero ante todo una reproducción que por elección propia traigo con frases más o menos precisas; la representación desde el principio ha perdido la batalla contra lo real. El realismo muere de nostalgia.

Yo me quedo con algunas cosas. Me quedo con un té con leche que tomé una mañana de julio de mi juventud (éramos jóvenes); la ducha en la oscuridad. El alumbrado público entre las cortinas. Ante la certeza de que la representación (la evocación) ha perdido de antemano, la precisión de la palabra pierde jerarquía. No será entonces la sintaxis la que te devuelva a la paciente penumbra. Será otra cosa.

Si evocar o evocarte es como un humo o una niebla tardía, una presencia fantasmal, no habría tanto problema. Me gustan los fantasmas.