lunes, 2 de julio de 2007

La Noche Rebelde.

Para empezar, las doce y cuarto o el portón, el vino blanco o el ascensor. Que estés cocinado o hayas cocinado, que vayamos o fuéramos a comer tan de noche; que comimos y hayamos comido; que estuviéramos y estemos solos; que estuvimos hasta la mañana siguiente. Y ya de mañana la evocación tan reciente, la ilusión de principio que arranca con furia diurna.

Para empezar, que antes de que estuvieran los capelletis o fideos (eso acabás de preguntar, eso preguntaste ese lunes a la noche), ya entonces, ahora, estuviera sentado tomando nota del futuro, haciendo escrita mi necesidad de que siempre algo pueda perdurar –qué tremenda es la nostalgia- y que antes de el agua hirviera yo tenga una idea prematura de mañana a la mañana, o incluso de cuando estemos sentados a la mesa, o piense unos días después si te acordás de un lunes cuando, si te viene a la cabeza el vino blanco que en dos copas grandes, y si nos da la memoria, comprobar (como jugando) si alguno de los dos registró el desparramo que hizo o hacía el vino cuando entraba en la copa. Algunas cosas no notamos, quizá por eso sea imposible recordarlas. Pero aún las que sí notamos (que estés en la cocina, que yo oiga esta canción irreconocible desde la escritura, que vaya a tomar un sorbo, que lo haya tomado, que quiera que vuelvas a la mesa, que ojalá podamos amanecer, que si amanece, entonces que nada se vaya llevando lo que es imposible que no sea llevado, nosotros mismos, el fin de una música que termina) eso que sí en algún momento es un presente que se manifiesta, ¿será posible que eso también? Otra vez, me niego a que la mente deje escapar detalles, manifiesto mi más sincera oposición a que todo siempre tenga que dar paso o lugar a otra cosa. A la inmortalidad de esta noche, que es un poco ahoa y un poco ayer, un poco mañana con idea de capelleti, a esta noche ambigua le dedico mi humilde intención de hacerla durar.

Ánimos, noche de las noches o noche anónima, no voy a dejar que desaparezcas.