sábado, 24 de febrero de 2007

Inolvidar

Inolvidar

Una tarde pregunté a Atilio Fuentes si valía la pena tanto esfuerzo por armar historias y mostrarlas. Atilio, sentado a mi lado, contemplaba la entrada y salida de los barquitos mimbreros en el Puerto de Frutos. El sol le daba en la cara de costado formando un claroscuro difícil de reproducir. Por qué me olvido de las cosas Atilio, quiero dejar de olvidar. No digo que no estuviera escuchando. Atilio escucha en silencio, sin mirar, y sonríe apenas. Deja ver dientes todavía blancos en su cara joven. ¿Cuántos teníamos, veinticinco? Contra mi impaciencia Atilio enfrentaba una calma casi sobrenatural. Al rato yo también miraba los barcos, la calma del Puerto, la década del sesenta. Porque sos un tipo nostálgico, Gómez, dijo Atilio. Por eso te cuesta entender que te vas a olvidar de todo lo que alguna vez viste. Y esa idea te parece terrible.

No sólo terrible, sino más bien atroz. Aunque desconozco estrictamente la diferencia entre los términos. La única forma de volver, impura, reducida, desmejorada, es con párrafos. Recuerdo a Atilio diciendo esto, en un banco del Puerto de Frutos, con veinticinco años que parecían salírsele de encima con violencia; con esa ridícula presión que ejerce la juventud sobre el entorno, esa vitalidad perecedera que se regocija de verse pasar, que prende cigarrillos y anota cosas en un cuaderno. En mi juventud declaré el amor con los ojos, escribí cartas temerosas, dije cosas frente a una vía, viajé a Europa; me emborraché con obstinación. Leí libros en el tren. En el piso de un vagón miré en diagonal a una mujer silenciosa que es tarde me miró distinto. En mi juventud busqué la calma mirando el Río, o anotando cosas en un ático desesperado y caluroso. Dije que existe amar a una mujer y después a otra, y me pareció terrible. Pero cierto. Ahora quiero recordarlo todo. El desorden de una mesa en Palermo, un encendedor sobre una servilleta; habernos dormido en el cine. Haber amanecido juntos, tantas veces. Todo el mundo leyó el cuento de Funes y lo cree suyo; la idea de retener los acontecimientos y que vivir sea sólo eso. El eterno recordador sabe que nunca podrá hacer más que garabatos, más o menos prolijos, más o menos buenos, pero no mucho más que eso.

6 comentarios:

Ela dijo...

Quisiera poder inolvidar tantas cosas, objetos, momentos, situaciones... un amante.
No digo inolvidar tanto como Funes, (no tanto porque me resulta tormentoso)pero un poco sí.

Usted escribió esto y me hizo recordar el cuento y eso estuvo lindo. Y yo pensé que por inolvidar escribo tanto, siempre. Igual voy perdiendo los detalles, los colores (vió como los recuerdos se destiñen? a mi me pasa que de a poco van perdiendo los colores, tienen otra luz)los sabores... pensandolo bien, quisiera ser Funes.

Álvarez Gómez dijo...

Son las cuatro de la mañana.
Qué lindo entrar acá y ver que usted se ha pegado una vuelta.

Anónimo dijo...

En algun momento sufri la impotencia de no poder inolvidar muchas cosas, especialmente cuando no tenia un lapiz para subrayar el libro.
Ahora siento que me cure, que necesito la memoria solo para justificarme y que me puedo olvidar de las palabras, las historias, las enseñanzas, los comienzos, pero jamas voy a olvidar mi opinion, mi forma de ser, ese presente mio que recorre el filo de una espada y nunca llega a la punta y no recuerda el mango.

Puede que nunca gane una discusion, pero si aquello digno de ser inolvidado, es puro y verdadero, me gusta pensar que ya me penetro y que mi espontaniedad lo tiene incorporado.

Ela dijo...

Un poco se sobreestima sr anónimo. Pero que ideal lo que dice.

Anónimo dijo...

Si a lo mejor me equivoque, diciendo que me cure porque no es verdad, ni tampoco sabemos la enfermedad, pero podria decir que no tengo mas miedo o angustia por no poder inolvidar.

Álvarez Gómez dijo...

Anónimo: lo que dijo me pareció muy bueno. Entendí algo así como no forzar al recuerdo tampoco.
No sé si alguna vez podré dejar de ser nostálgico, no si si quiero tampoco.